El sueño de Argentinistán, un país en sentido contrario

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Mientras desde el Gobierno se cacarea en torno a “soberanía política, económica energética, de esto o aquello”, se renuncia a ella abriéndole las puestas de la Argentina al mundo más oscuro: el de los autoritarismos y las élites que deciden todo aplastando a la gente, negándoles derechos y -de ser necesario- eliminándolos como su fueran simples obstáculos.

Muchos argentinos se levantan cada día con la idea de cumplir su sueño de un país diferente al que se muestra en la comunicación de las noticias diarias sobre economía y política. Imaginan aquel en el que nadie piense en irse y todos puedan disfrutar de una estabilidad, meta vivir no más, sustentándose con los conocimientos adquiridos en el estudio y viendo crecer a la familia propia en el lugar que reserva los olores, colores, costumbres que hicieron a la personalidad de cada quién, pero viviendo progresivamente mejor. “Que los hijos nos superen”, con alegría, podría ser la síntesis de ese sueño. Un país en el que sepamos que la cosa pública está en buenas manos, con equilibrios de poder, premios y castigos, elecciones sin miedos ni falsas propuestas que nadie cumplirá. Por la continuidad de aquel proyecto de Argentina que creó la escuela pública multitarget, digámosle hoy, y una Constitución que garantice el ejercicio responsable de la libertad como la plasmada en 1853.

Sin embargo, interrumpe esta globa de deseos compartidos durante más de un siglo el afán de poder desenfrenado y sin control de quienes prefieren mirarse en espejos ajenos. 

Son aquellos grandes dirigentes políticos que si bien no dejan de vivir su propia vida dentro de un capitalismo de privilegios, con acceso ilimitado a todos sus beneficios y placeres, trabajar para dividir al país en castas bien diferenciadas. 

Ellos allí, el resto bajo un régimen que los iguale para abajo, aplaste, condicione, controle y les diga qué hacer y qué no. Desde sus vacaciones en paraísos de Occidente, adoran el autoritarismo de los regímenes orientales, aun los probadamente inconducentes. Hacen todo para desprenderse del legado de los fundadores del país y abrirles las puertas de la Argentina a quienes ya condenaron a sus países a la negación de la libertad individual, que lo hacen desde la represión de las disidencias, la prohibición de las aspiraciones a cambiar el destino personal, familiar y hasta colectivo. Hay un amor enfermizo por los regímenes que someten a la población con éxito, eficaces en permanecer en el ejercicio del poder total, sin sufrir esos “trámites” que consideran una jactancia imperialista de revalidar cargos, de someterse a elecciones.

Un sector de la Argentina cree que democracias son las de Cuba, Nicaragua Y la Venezuela actual, o que Corea del Norte es un ejemplo, que China y su cultura construida sobre los cadáveres de 100 millones de personas que “sobraban” para poder llegar a esta instancia, debe ser una nación dominante del eje de relaciones internacionales, y que las pampas de Sudamérica deben ser la pista de aterrizaje de fundamentalismos religioso políticos, como el de Irán, o de avanzadas de clubes de élites multimillonarias a hacer y deshacer a su gusto (se autoperciben potenciales socios y amigos locales, por supuesto) como lo indica el sistema politico ruso que representa el neo zar Vladimir Putin.

No es tan grave que el presidente Alberto Fernández haya salido a decir que con la llegada del avión con tripulantes vinculados al régimen chavista y a los grupos fundamentalistas iraníes como la Guardia Revolucionaria de Irán “nos quisieron mostrar algo que no era”, como la grave interpretación y versión muy propia de la política internacional de su jefe de espías, Agustín Rossi, que le niega el carácter de terroristas a los grupos terroristas solo  por abonar una tensión ideologista antiestadounidense. Por negarse a un supuesto “imperialismo”, automáticamente se alinea (y empuja a todo un país, el nuestro, a hacerlo) con otros imperialismos. 

Solo basta poner en la balanza qué somos, qué nos sentimos, cómo nos gustaría vivir  nuestra vida y que soñamos para nuestra descendencia para saber si estamos o no con el rumbo que propone, gota a gota, pero en una dirección claramente definible, el actual gobierno.

En su zigzagueo de posiciones a nivel internacional, todo indica que la idea es caer, como emborrachados por la ambición de sector y la incomodidad con la democracia occidental, a la zanja de lo que perciben como “democracias populares”, esa en la que solo las cúpulas deciden todo por el pueblo, condenándolo al ostracismo y puesto al servicio de un feudalismo a cargo de presuntos iluminados.

De tal modo, en ese camino, los hechos del avión que todo el mundo libre sanciona, rechaza y condena, para los funcionarios argentinos no existen. En donde todos vemos un riesgo por el cual le pedimos a las autoridades que estén alertas, el gobierno se alertan por la posibilidad de que se investigue. Defienden a rajatablas cada incursión en territorio argentino de este tipo de aventuras que surgen desde la parte más oscura del mundo.

Mientras tanto, venden espejitos de colores llenándose la boca con la palabra soberanía, quitándole fuerza y sentido como ya lo hicieron con tantos otros términos, como los “derechos humanos” o el “pueblo”, categorías que robaron para tergiversar en su accionar.

“Soberanía económica, política, alimentaria, energética, esto o aquello” cacarean aquí, para cederla automáticamente subyugados por cómo otros logran quedarse eternamente en el poder, manejando todo desde élites que se ríen a carcajadas de la Argentina, su historia y su forma de vida. Y probablemente también hasta se burlen de la carencia de integridad y la facilidad con la que sus gobernantes les abren las puertas del país, alegremente.

* Director de memo.com.ar

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