Ahí está el Presidente: pase y péguele

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Alberto Fernández responde más en el cargo a un esquema ideado por la fuerza a la que pertenece que a los dictados de la Constitución en torno al rol, atribuciones, límites y poder del Jefe de Estado. El partido gobernante no lo disimula: lo puso como candidato a ese cargo no porque fuera su mejor apuesta sino la menos peor. De tal forma, como Cristina Kirchner ni Sergio Massa hubieran alcanzado por sí la primera magistratura del país, pusieron a un tercero, que no tenía “seniority” pero que resultaba una coartada ideal para conquistar el poder que habían perdido con Daniel Scioli como candidato (también elegido en aquel momento por la expresidenta) frente a Mauricio Macri.

El juego debería haber concluido con la asunción presidencial y el  sometimiento a los reglamentos de la Constitución y su sistema republicano, representativo y federal. Pero no. Queda chico a los propósitos de adaptar las normas a sus necesidades y, por ello, continuaron considerando a Fernández como un morrucho con CFK no como su segunda en la fórmula, sino como la acompañante y jefa. El Parlamento lo constituirían los gobernadores propios y alguna instancia sindical. El resto puede que sea considerado solo un decorado burgués, por más de que se trate de la Carta Magna, que pone orden y límites a la voracidad de las personalidades que se involucran en la política y la gestión.

Algo había teorizado sobre esta costumbre (que no por ello resulta aceptable) el profesor de Historia de América Latina en la Universidad de Bolonia, Italia, Loris Zanatta, en diálogo con Memo: “El peronismo, aunque viva dentro de la democracia, lo hace como si le quedara pequeña, como un traje de una medida que no se le adapta a su cuerpo. De tal modo que le cuesta adaptarse a la democracia republicana y es un gran problema para la Argentina en general”.

De allí que no sepamos hoy qué es Fernández.

Su vicepresidenta lo reprende en público y él amenaza con revelarse, pero termina por agachar la cabeza. Su consulta no es con el partido ni con el Congreso, sino con el círculo de poder que lo condiciona, amenaza y lo sostiene atenazado. 

Es capaz de pasar el ridículo, como sucede constantemente ante los reproches públicos de Cristina Kirchner y hasta de los personajes que la rodean, sin rango institucional suficiente como para discutirle a un Presidente, con tal de que le permitan usar el Sillón de Rivadavia (si es que lo usa).

Acaba de echar a otro hombre de su confianza, tal vez el ministro más activo, Matías Kulfas, por el hecho de que filtró datos sobre un supuesto acto de corrupción sostenido con la construcción del Gasoducto Néstor Kirchner (cuyo responsable, como dato previo, había renunciado días antes) en poder del círculo íntimo del Instituto Patria. Y el desplazado fue él y no los supuestos responsables del entuerto denunciado por la filtración.

Es más: para comprender la lógica con la que Zanatta analiza las reacciones y LA vida interna del peronismo valga leer la reacción de Juan Grabois, el hombre que sincretiza partido y religión: “Hay que tener coraje y decir las cosas con nombre y apellido, dar los debates de frente, eso aporta a la diversidad. Los que generan divisiones son los machos del off. Ninguna persona honesta hace off. Dense cuenta y pidan diskulfas”.

Lo que hace Grabois es avisar que lo que vale es la lealtad y no la honestidad. Cuestiona el método pero no los hechos, que parecen parecerle normales dentro del constitucionalismo paralelo del “vamos por todo” que parece reivindicar, una vez más, el movimiento que solo él cree que puede criticar o apoyar, condenar o absolver.

El Presidente echó a otro de los propios humillándose ante Cristina Kirchner y, de algún modo, cubriendo el origen de la bronca con Kulfas, que posiblemente haya sido arruinarles un negocio turbio. 

Fernández lo sigue haciendo porque es parte del juego y no una víctima: para eso lo pusieron. 

Está claro que echa a Kulfas “por operar” contra la vicepresidenta, cosa que denuncian que hizo en “off the récord”. Pero no ha echado a ninguno de los kirchneristas que día a día y en “on”, abiertamente, lo maltratan, descalifican, contradicen, repudian y menosprecian.

De tal modo, se equivocan los que piensan que la vicepresidenta lo amenaza con sacarlo del poder y con eso lo alinea. Lo necesita justo allí, justo así como está, con la dignidad personal rota en pedazos y dispuesto a recibir solo él -“un nadie” en la estructura política que está en la cabeza de Cristina Kirchner- las críticas por lo que sale mal o lo que no se hace y, así, reservarse para elegir al siguiente, al que hará crecer pisoteando de críticas al actual, como acaso podría estar sucediendo con el renunciante que nunca se fue cuando fueron arrollados en las urnas, “Wado” de Pedro, que oficia de ministro del Interior.

* Director de memo.com.ar

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