La invasión a Ucrania: ¿el retorno o la muerte de la historia?

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Ante la invasión a Ucrania por parte de la Federación de Rusia aparecieron en los medios de comunicación algunas voces proclamando un fresco comienzo de la historia. Pronto Francis Fukuyama fue desdicho y hasta se escuchó por allí la frase de que “el reloj de las eras se había retrasado”. Realmente, ¿se puede hablar hoy por hoy de un nuevo amanecer de los tiempos o, más bien, todo apuntaría a su ocaso? Analicemos el punto.

Fukuyama, siguiendo la interpretación de Alexandre Kojève, al dar el anuncio del “fin de la historia” no se refería de ninguna manera a que ya no habría más acontecimientos; por el contrario estaba señalando el hecho de que las democracias liberales habían triunfado sobre las quijotadas socialistas pues en adelante las cosas ya no podrían ser iguales, como tampoco podría volver a pensarse el mundo desde una lectura hegeliana.

Para Georges W. F. Hegel, hablando desde el idealismo, los sucesos epocales deberían seguir una dialéctica de oposición, de síntesis y de autosuperación hasta llegar a una finalidad absoluta. Idealismo que Karl Marx, cual demiurgo, lo llevaría al terreno de la materialidad: ahora la historia sería entendida como una masa objetiva predeterminada tendiendo inexorablemente hacia una consumación ulterior: el fin de la burguesía a través de la dictadura del proletariado.

Después de la Segunda Guerra Mundial los intelectuales franceses, especialmente el movimiento existencialista, que indudablemente marcaron tendencia en América Latina y, muy especialmente, en la intelectualidad porteña (aquella que luego terminaría de una manera trágica), se sentían no solo parte de la historia sino también sus hacedores: y esa parecía ser la consigna.

En 1952, la revista “Los tiempos modernos” publicó bajo la pluma de Francis Jeanson una ácida crítica al último libro de Albert Camus “El hombre rebelde”. El autor de “El extranjero”, herido en su orgullo, le responde duramente al entonces director Jean-Paul Sartre abriendo una polémica pública que causa la ruptura de aquella amistad.

Más allá de este “affaire” lo que en realidad quisiera destacar es la justificación sartreana acerca del papel del intelectual en la construcción de la historia. Claro, Sartre nunca entendió que Camus no era un filósofo marxista, como él, era solo un escritor que se rebelaba ante el absurdo y contra toda forma de asesinato. Cuando Camus le recuerda que “durante muchos años han tratado ustedes de hacerme entrar en la historia” (evidentemente se refería a que lo querían incluir en el apoyo al régimen genocida de Iósif Stalin), Sartre le reprocha que “usted nunca quiso entrar en ella: la historia era la guerra, y esta significaba para usted ‘la locura de los otros’ (…). En resumidas cuentas, no pensó en ‘hacer la historia’, como dice Marx, sino en impedir que se hiciera”.

En la década de los sesenta, el existencialismo pronto fue reemplazado por el estructuralismo mientras que el marxismo comenzaba a hacer evidente sus fisuras, razón por la cual el armado teórico de Friedrich Nietzsche surgió de entre las cenizas y, sobre todo, su idea de la destrucción de los relatos históricos; asimismo ocurrió con la obra de Martin Heidegger, quien intentó reemplazar el “Cogito” por el “Dasein”.

Claude Lévi-Strauss (pensar el presente desde el Neolítico y no ya desde la Revolución Francesa), Michel Foucault (con los microrrelatos), Jacques Lacan (con la ficción del yo), Louis Althusser (con la deconstrucción de “El capital”) y Gilles Deleuze (con lo rizomático), entre otros, abrieron el terreno para el advenimiento del posmodernismo que dejó a la filosofía vacía de contenido, desestructurada, cuestionando la veracidad de los valores que sostuvieron el paradigma ilustrado.

Al desplomarse la Unión Soviética, el avance del capitalismo liberal fue lo que generó la idea de que la historia había finalizado. Y en cierta medida así fue. Ahora bien, alguien podría creer, y con justeza, que después de treinta años de la caída del Muro y ante la inesperada intervención rusa a suelo europeo entramos a una nueva Guerra Fría o, en el peor de los escenarios, apelando a un renacimiento de la dialéctica de los tiempos, a una escalada que puede desembocar en una Tercera Guerra Mundial.

Sin embargo, he defendido anteriormente que la historia no solo ha terminado sino que “ha muerto”, y esta última barbarie de ninguna manera tiende a resucitarla sino más bien tiende agravar el vacío cuadro de situación al “zombificarla”, al tratar de mostrar cierto levantamiento de las épocas sin ningún tipo de alma que lo sostenga.

Lo que ha muerto, reitero, es la manera de concebir la historia desde Hegel hasta Marx. Esto no implica que no sucedan hechos, estos están y son evidentes, sino más bien lo que ha perecido es la capacidad crítica de meditar a un sujeto actual que sostenga una interpretación sentida de los tiempos. Sin tal agente es improcedente hablar de una “dialéctica hegeliana”, mucho menos hablar de “materialismo dialéctico”.

La historia no la hacen los intelectuales, esto es sabido, sino que los pensadores piensan los hechos que observan en los avatares de su tiempo e intentan interpretarlos, pero para eso debe haber una filosofía adecuada (cosa que no hay), y, además, un concepto de un tipo de hombre que sea el que piense. Sartre agrega: “La historia nada hace… Es el hombre, el hombre real y vivo quien lo hace todo; la historia no es más que una actividad humana en la persecución de sus propios fines”. Por lo que concluimos que sin sujeto claro para el siglo XXI no puede haber filosofía y, sin estos elementos, la interpretación de las razones se torna imposible.

Durante la Edad Media el sujeto era Dios, el decurso de las eras formaba parte del mito de la salvación. Con el humanismo y, más específicamente con René Descartes, el sujeto pasó a ser el “yo”. Immanuel Kant acentúa esto ya que es el fenómeno subjetal el que constituye lo real, de esa manera para hacer la revolución sin la ayuda divina se necesitaba alguien que la lleve a cabo y aquí es cuando hablamos de que para pensar la historia debe haber una idea clara del hombre que la edifica, no como un determinismo sino como algo que esculpir.

Por esta misma razón la actual crisis en Europa, a pesar de que sus consecuencias sean claramente visibles, no promueve una lectura prístina de la historia sino que nos hunde más en la reflexión mítica ya que nos remite a la “batalla final”, cuando los dioses eran los que actuaban por medio de los hombres.

En suma: el virus que desató la pandemia fue una obra de la naturaleza, y el peligro de una Tercera Guerra Mundial es entendido no como un suceso militar más sino como el posible apocalipsis: los dioses se hartaron de tanta maldad, a causa de ello traerán el Armagedón judeocristiano, el Ragnarok nórdico o el Kali Yuga indio.

En cualquier caso, lo que ocurre hoy en Ucrania no perece resucitar la historia, más bien levanta un tiempo ignoto y desesperanzador como si saliera de la tumba un cuerpo sin alma y sin voluntad, y quizás es mejor que así sea porque, si la cosa subiese de tono y hubiese una conflagración a gran escala, sería una catástrofe que nadie podría contar.

* Filósofo, ensayista y teólogo

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