Acerca de lo real y verdadero

Fecha:

Compartir

Sabemos que los antiguos griegos, entre otros, se preocuparon por determinar el dilema de la realidad y, junto con ello, el develar el problema acerca de la verdad pues una dimensión está directamente relacionada con la otra.

Desde el momento en que se pregunta por el ser de algo, es decir, qué “es” la realidad o qué “es” la verdad, la interrogación misma se independiza del ámbito sagrado y se vuelve parte del quehacer filosófico. Aquí se da el quiebre entre el mito y la razón.

En el pensamiento mágico religioso eran los dioses quienes determinaban la realidad a través de su palabra divina. Sin duda, era una potencia que profería incuestionablemente la sustantividad, por lo tanto lo que constituía el campo de lo certero. (Esto, como veremos más adelante, además puede abrirse a una faceta política ya que de igual manera las verdades eran depositadas en la boca de la “realeza”, o de aquellos caudillos supuestamente superiores impuestos por lo divino cuyo dictamen no se podía discutir).

En el Egipto antiguo nos encontramos con un relato donde el Dios creador Ptha construye a los seres y las cosas a través del verbo. Lo que su corazón piensa lo profiere con su lengua y los acontecimientos ocurren tal cual fueron sentenciados. Curiosamente, o no tanto, esta cosmogonía fue contemporánea a la escritura del Génesis, cuando Yahvé crea a través de su orden imperativa.

Para las sabidurías de la India arcaica los constituyentes externos no estaban necesariamente en los fenómenos temporales sino más bien eran parte de la consciencia de una sustancia absoluta y divina cuya proyección conformaba las mentes encarnadas que, a su vez, podían percibir una realidad en forma errónea y, por lo tanto, sujeta a ilusión y a error. De allí que el método del Raja-Yoga (Yoga de lo “real”) fuera adecuado para superar las confusiones mentales y llegar, de ese modo, a la supuesta iluminación (luz sobre la oscuridad de la confusión).

Volviendo a los primeros filósofos griegos, la realidad no estaba necesariamente en el mito, sino en el juicio humano, que debía a su vez corresponder con las existencias del mundo. Aunque esto de ninguna manera los liberaba del yerro conceptual. Platón, en la alegoría de “La caverna” expone que la humanidad presencia únicamente sombras al no reconocer la antorcha del “nous” (el intelecto) que solo puede otorgar el sol de la razón.

Es decir, el paso del mito al logos fue un intento supremo, diría yo, de alcanzar el estado concreto de las cosas. Sin embargo, el orbe cristiano, heredero directo de esta reflexión, se enredó en las contradicciones de la fe estableciendo que la inteligencia también era necesaria para alcanzar la verdad. Ese fue el problema fundamental de la onto-teología medieval.

Posteriormente, René Descartes propuso un método para descubrir lo que debería ser enteramente exacto, es decir, el yo pensante. Puedo dudar de todo, menos de que yo estoy pensando que pienso que dudo. Pero claro, esto dejaba afuera a muchos elementos del mundo objetivo como el espacio extenso y, sobre todo, a Dios. ¿Cómo salir de aquello que enfocaban nuestros sentidos?

Baruj Spinoza genialmente construye un sistema para poder explicar el cosmos, al sujeto y a Dios a través de una sola sustancia que sintetice el problema cartesiano. Pero, sobre todo, cuidó de no volver al pensamiento mágico religioso. Mantuvo a la razón como el acceso a lo real sin necesidad de sacrificar el progreso filosófico.

Por otra parte, establece una sólida base para el comportamiento humano evitando recurrir a la presión de premios y castigos escatológicos donde el bien o el mal no son obras de seres celestes o infernales, tampoco son recompensas a cobrar después de la muerte sino que todo es producto de un fundamento certero que, si se llega a conocer, se alcanza la unidad, se consigue la verdad y, sobre todo, la libertad.

Spinoza plantea una naturaleza única que posee infinitos aspectos de los cuales solo podemos conocer dos de ellos, el pensamiento y la extensión (mente y cuerpo). Estos, a su vez, están regidos por reposos y movimientos condicionados por la energía de actuar (“conatus”), que además está determinada por la fuerza de la voluntad de los afectos o sentimientos, que según sean sus potencias obraremos bien o mal, y, en consecuencia, seremos felices o no.

Obviamente todo esto es mucho más complejo de lo que puedo explicar aquí, por lo que me parece insustituible la lectura de las fuentes; pero la idea es reflexionar en que muchas veces reemplazamos lo asertivo por el equívoco, practicando aquello que no nos conviene a pesar de que estamos conscientes de ello, por el sencillo motivo de que el hombre se mueve por sentimientos imaginarios y no por razones bien fundamentadas que nos conduzcan a lo real. En su “Tratado Teológico Político”, Spinoza nos dice que frecuentemente los hombres “creen luchar por su salvación, cuando en realidad pugnan por su esclavitud”.

Ahora se entiende mejor la admiración que Friedrich Nietzsche le profesaba, quien criticó con dureza a estos líderes espirituales que inventaban lo transmundano desvalorizando el cuerpo. Dice en “La voluntad de poder” que “la verdad existe. Meramente hay una forma de alcanzarla: hacerse sacerdote”; por esto su “Zaratustra” vino a predicar al hombre concreto y los asuntos de la Tierra.

Regresando a lo que nos decía Spinoza, por ejemplo, en la modernidad se entendió a la política como la única realidad de la materia. Las luchas armadas se hacían en nombre de la libertad para superar el régimen monárquico anterior y colocar en su lugar otro régimen que fuera mejor. Pero curiosamente lo nuevo no era más que otra tiranía. No hay que olvidar que después del terror de la Revolución Francesa aparece el bonapartismo, de la misma manera que tras la opresión de los zares rusos surge la opresión de los soviets.

Esta cuestión fundamental fue en esencia lo que llevó posteriormente a la rivalidad entre Jean-Paul Sartre y Raymond Aron. Este último asumía que el marxismo era un tipo de totalitarismo que ilusionaba a sus constructores con una idea falaz de libertad.  Noción de la que se percató tempranamente Albert Camus al criticar los crímenes perpetrados por V.I.Lenin y Iósif Stalin.

Durante los levantamientos estudiantiles en París de mayo de 1968, cuando se le pidió una opinión a Jacques Lacan, quien casi nunca se mezclaba en reyertas políticas, dijo con lucidez que parecía que los revoltosos solo quisieran “cambiar de amo”. Pero el deterioro era más profundo todavía, como notó el filósofo posmoderno Jean Baudrillard, las escaramuzas no fueron más que una protesta de las sociedades de consumo que se diluyeron prontamente cuando vino el tiempo de las vacaciones. Lo real y lo verdadero estaba siendo sustituido por su caricatura.

Hoy, poco después seguimos cayendo en la nada, estamos asistiendo a una decadencia del raciocinio solo vista en aquellas edades míticas de ignorancia: ya no interesa qué es verdad y qué no, qué es real y qué es simulacro; hoy los ilustrados se alegrarían de seguir sepultados.

La búsqueda filosófica, ineludible, aquella que detenta ideales superiores y que nos orienta hacia la realidad y la verdad, está ausente para guiar el destino de las multitudes hacia horizontes más fastos; todo se ha vuelto rancia apatía y desesperanza, lo que nos hace temer que bien podemos estar a las puertas de una era plena de oscuridad y barbarie.

* Filósofo, ensayista y teólogo

Compartir

Últimas noticias

Suscribite a Gaceta

Relacionadas
Ver Más

Volver al Futuro 2024

*Por Augusto Neve El paso del tiempo nos aqueja. No lo...

No es ignorancia, es odio a España y a su legado: la Hispanidad

Las recientes declaraciones del flamante Ministro de Cultura, el...

El verso y la búsqueda de la felicidad

Vivimos perseguidos por las órdenes e indicaciones que en redes sociales nos muestran cómo debería ser nuestra vida, cuando la realidad parece encerrarnos en otro modelo.

Espiritualidad y vacío

¿Para qué vivir? ¿Por qué elegimos viviendo? ¿Para nada? El rol de la espiritualidad. Y También el de la ciencia y la tecnología.