Y Putin invadió Ucrania: ¿Camino a un nuevo orden mundial?

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La invasión de Ucrania por parte de Rusia es un acontecimiento de calado, con sus implicancias primero humanitarias y luego económicas que tomó por sorpresa a la gran mayoría de los analistas occidentales y gestores como nosotros.

Como resultado de esta invasión, los instrumentos de deuda rusos perdieron casi inmediatamente entre el 60 y el 80% de su valor. En paralelo, la renta variable rusa que cotiza en Gran Bretaña —en su mayoría, bancos, petroleras o productoras de otras materias primas industriales— perdió entre 92 y 99% de su valor entre el 16 de febrero y el 1° de marzo, en la víspera de la suspensión de las cotizaciones bursátiles en Moscú. En paralelo, los precios del gas en Europa se duplicaron mientras que los del petróleo subieron 55%.

¿Por qué un ajuste tan amplio e inmediato? Esto solo puede explicarse teniendo en cuenta dos factores distintos.  

El primero es, por supuesto, las sanciones impuestas por el mundo occidental, entre las que se encuentran el embargo de las compras de petróleo y gas rusos por parte de estadounidenses y británicos; la prohibición de que determinados bancos participen en el sistema de pagos internacionales SWIFT, lo que les impide cobrar por sus ventas; y el congelamientos de los activos del Banco Central ruso en el extranjero, por unos 300.000 millones de dólares.

En respuesta, Rusia tomó represalias. Las empresas rusas pronto podrían dejar de poder amortizar sus préstamos en moneda extranjera y algunas materias primas podrían dejar de exportarse, lo que contribuiría a generar nuevos cuellos de botella en las cadenas de producción y suministros mundiales.

Las sanciones son muy duras y es probable que asfixien rápidamente a la economía rusa, pero sus efectos directos y las represalias adoptadas en respuesta a ellas afectarán también al resto del mundo con una aceleración de las tendencias observadas antes del conflicto: inflación y ralentización económica. 

¿Hacia un nuevo orden económico? El segundo factor de este drástico ajuste de los precios de los activos rusos y de los combustibles fósiles es el compromiso de las finanzas mundiales con las consideraciones medioambientales, sociales y de buen gobierno corporativo (ESG) para apoyar la financiación del desarrollo sostenible. En este marco, una gestora de activos comprometida con este enfoque, como la nuestra, no puede seguir invirtiendo en Rusia como si nada hubiera ocurrido. La reacción más lógica y legítima fue, por tanto, abstenerse de adquirir cualquier título ruso hasta nuevo aviso.

Esta decisión, compartida por un gran número de gestores de activos, contribuyó a ampliar la depreciación de los valores rusos mucho más allá de lo que habrían justificado las sanciones económicas por sí solas. Esto ilustra también las nuevas aspiraciones de la sociedad: el deseo de una economía más «moral», que relega a un segundo plano la exigencia de eficacia económica inmediata que ha marcado nuestras decisiones económicas en las últimas décadas.

Sanciones, represalias, decisiones de empresas occidentales de interrumpir sus operaciones en Rusia, cumplimiento de los compromisos ESG que tiran al alza los precios de la energía al acelerar el ritmo de la transición energética… Estas decisiones tienen efectos que ya pueden considerarse potencialmente devastadores para el conjunto de la economía mundial. Esto puede conducir más rápido de lo previsto a una solución negociada al final del conflicto.

Además de su elevado costo económico, los grandes anuncios políticos que parecen tener que acompañar a este trágico acontecimiento también refuerzan la sacralización de las tendencias inflacionistas multiplicando sus raíces. Acelerar la transición energética, aumentar los presupuestos de Defensa, redefinir las rutas de suministro energético y relocalizar las producciones son decisiones que impulsarán la inflación durante años antes de producir cualquier tipo de eficiencia económica.

En este sentido, el conflicto entre Rusia y Ucrania confirmaría el final de la dinámica desinflacionaria de los últimos cuarenta años basada en una potente integración económica mundial y una demografía virtuosa, y daría comienzo a un nuevo orden económico. Este nuevo orden estaría marcado por una especie de repliegue económico, una «desintegración» destinada a favorecer la independencia industrial y energética cuya necesidad se ha revelado de forma manifiesta con la actual pandemia y las tensiones geopolíticas.

Esta reversión del ciclo largo hacia un alza de la inflación devolvería un lustre casi olvidado a los sectores de la vieja economía, siempre que se reexaminen racionalmente las múltiples limitaciones que pesan sobre su reimplantación. Los continuos avances tecnológicos deberían facilitar este regreso parcial al mundo del pasado y prometen hacerlo más eficaz a largo plazo. Tal vez este sea el «nuevo orden mundial».

* Miembro del comité estratégico de inversión de Carmignac

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