Mercenarios se buscan, tratar aquí

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¡Eureka! apareció el Grupo Wagner, el elefante mercenario que todos conocían. Tras casi tres semanas de masacres a civiles en Ucrania, la prensa mundial ha puesto en portadas lo que las relaciones internacionales y el ciberespacio conocían muy bien. Como en una FIFA bélica, el holding ruso de la guerra, pronto a cambiar su contaminado nombre de fantasía, no es el único club grande de una liga que disputa trofeos y poder, un mega negocio multitarget y cada vez más codiciado en el mundo.

“La cuarta guerra mundial será con palos y piedras”, auguraba Alberto Einstein. Pero mientras, estas contiendas del siglo XXI son el festín para los ejércitos privados con contratos “top secret” y de muchísimos ceros en los que destellan nombres. Como el de Yevgeny Prigozhin, dueño del Wagner Group e íntimo de Vladimir Putin. Y el de Erik Prince,  de Blackwater/Academi/Frontier, la “private task force” nacida en USA y hoy poderosa desde China. La búsqueda de “warriors” a sueldo está disparando una fiebre de contrataciones.

En las tierras heladas ucranias, no serían 4.000 como dicen los “briefs” sino 20.000 las “fuerzas de elite” rusas que rompieron fronteras el 24-F. Todo tipo de versiones: según The Times, unos 400 provenientes de África, tendrían la misión ultimar a Volodymyr Zelenski, que habría frustrado una docena de intentos. Pero ese es sólo un objetivo a conquistar.

¿Por qué Wagner? Sería por Dmitry Utkin, el nombre de guerra de uno de sus primeros comandantes rusos, hoy de paradero desconocido. Exteniente coronel de la inteligencia rusa (GRU) fanático de la Alemania nazi, y de Richard Wagner, el músico favorito de Adolf Hitler. En 2021, la BBC cifraba en 10.000 los mercenarios bajo su bandera. Profesionales y fríos, el portal Newstalk contó que hacia el día cinco de la invasión los comandos profesionales terminaban su jornada dando “likes” en Tinder a blondas jóvenes de la asediada Kharkiv. Para esta empresa bélica, el camino a Kiev es un volver a casa porque su debut de fuego fue en 2014 en la anexión de Crimea.

La última década ha sido estelar en contratos y facturación, y hoy Wagner  está presente en 30 países de cuatro continentes. Su peso en el aparato militar ruso no ha parado de crecer. Se hizo fuerte en Siria, donde la alianza del Kremlin con Bashar al-Assad ha reducido a escombros a decenas de ciudades como la bella Aleppo, desde aire, mar y tierra. Y hoy protege a gobiernos e infraestructuras en Libia, Sudán, Madagascar, Mali, Sierra Leona, Angola, Mozambique, República Centroafricana y Liberia, entre otros del continente negro. 

Es un “pool” próspero, protege a gobiernos en problemas, mineras y empresas rusas, chinas y occidentales. Sofoca rebeliones y “media en conflictos” pero a veces hay problemas: como cuando a mediados de 2021 “cayó una tablet de sus guerreros en manos de la BBC” revelando organigramas, acciones, logística y negocios mercenarios. Se dijo que habría sido una devolución de gentilezas después de que Wagner presionara por una mayor tajada en ganancias de diamantes, oro, minerales estratégicos y petróleo africanos.

Un panel de la ONU, en julio del año pasado, denunció que “instructores rusos en África perpetraban asesinatos indiscriminados, saqueos y desapariciones forzadas” y el Parlamento Europeo, en noviembre, condenó su accionar. Pero el negocio con Moscú es “win win”: en guerras hiper profesionales y sin facturas políticas. la contratista está mixturada con el aparato de seguridad ruso con el que comparte el campo de entrenamiento en Molkino, en el sur de Rusia, aunque Putin lo niega diciendo que es imposible porque los ejércitos privados están prohibidos por ley.

El oligarca exiliado Mikhail Khodorkovsky, camarada de Boris Yeltsin, era el más rico de Rusia y dueño de la petrolera Yukos hasta que Putin lo encarceló en Siberia y le quitó casi toda su fortuna de US$ 15.000 millones de dólares. Desde Dossier Center denuncia a Wagner como autor de una “amplia gama de actividades que incluyen reprimir protestas a favor de la democracia, difundir desinformación, extraer oro y diamantes y participar en actividades paramilitares”.

Prigozhin no es como otros oligarcas rusos que vienen de historias en energía, minería o finanzas tras el derrumbe de la URSS. Distribuía salchichas en San Petersburgo, cuando Putin era un ignoto funcionario de la KGB. A fines de los ‘90 abrió el restó flotante New Island, el primero de una cadena favorita del poder. Pronto pasó a ser el “chef de Putin” y proveedor top del catering del Estado.

Vanidoso y sin bagaje militar, es un as de los negocios y sabe eludir las sanciones de EEUU por Wagner y por financiar a Factory, la agencia de “trolls” que interfirió en las elecciones norteamericanas de 2016 y 2018. Prigozhin quiere que se conozca su negocio y por eso financió tres films sobre Wagner en Libia y República Centroafricana. Tourist (ver tráiler al final), estrenado en Bangui, la capital de Mali, donde ondean banderas “I love Wagner”, ensalza a heroicos militares rusos que combaten a los grupos rebeldes.

Seguridad garantizada. Wagner es la sinergia más acabada de la guerra paga con fuerzas regulares, pero para nada está sola en el mercado mundial. Fue en África, desde los ’80 a esta parte, donde el negocio de guerrear por dinero comenzó a florecer con las recordadas Executive Outcomes en las minas de diamante de Sierra Leona y Sandline, en los conflictos post coloniales de Angola.

Pero el que supo catapultar el negocio, aprendiendo las lecciones del escándalo Irán-Contra de Oliver North poco antes de la Caída del Muro, fue Blackwater, de los exmarines Al Clark y Erik Prince, que comenzó con un “outsourcing” de entrenamiento a 100.000 efectivos y llegó a ser el principal ejército de mercenarios de Estados Unidos. Se iniciaba un camino de buenos contratos en Afganistán y luego en Irak.

Blackwater Worldwide, fundada en 1990, fue fulgor a comienzos de siglo cuando militares y petroleras que llegaron con la invasión a Irak en 2003 y acabaron con Sadam, le encomendaban su seguridad. Una de ellas era  Halliburton, la contratista que volaba en las bolsas por concentrar contratos suculentos a partir del peso de su CEO, Dick Cheney, luego vicepresidente de USA. “Somos la más completa compañía de militares profesionales para reforzar la ley, seguridad, pacificación y operaciones de estabilidad en todo el mundo” decía. Pero en Occidente los problemas resuenan más: En 2004 fue noticia cuando cuatro de sus hombres aparecieron despedazados y colgados en Fallujah. En 2007, el asesinato de 17 civiles en Irak marcó el fin de la confidencialidad de trabajos “non sanctos”. El escándalo político y mediático de torturas y muertes la obligó a cancelar contratos, mudar sedes y cambiar de marca empresa. Rebautizada Academi en 2009, hasta se dijo que la compró Monsanto, lo que fue desmentido debidamente.

Hoy es Frontier, tiene base en Hong Kong, en cuya bolsa cotiza con un precio lastimoso, y se completa con un abanico de compañías no bélicas. Su campo de entrenamiento militar conocido está en Xinjiang, la región donde China reprime a la minoría uigur y  es la base la Ruta de la Seda, para proteger intereses chinos en África y otros países, entre ellos  Afganistán, donde el dragón asiático ha quedado tras el éxodo americano como “partner” privilegiado del talibán. Ningún negocio se le escapa: cobró fortunas a los afganos que huían desesperados de Kabul. 

Antes, hace un lustro, Prince tuvo notoriedad como parte del círculo áulico de Donald Trump camino al poder. Y debió comparecer por el affaire  Facebook-Cambridge Analytica que perjudicó al Partido Demócrata. Desde entonces, las batallas serían cada vez más cibernéticas, tal como vaticinó y todo el mundo hoy lo sabe. La amistad con Donald le valió el indulto a los mercenarios con condena por las torturas en Irak.

“Las guerras del futuro serán con ejércitos privados, no todo se puede hacer con drones y los votantes no quieren morir”, afirma Prince, quien propuso a Trump privatizar toda la presencia militar de EEUU en la interminable guerra de Siria en la que Putin es un gendarme que no disgusta a Israel porque contiene a Irán.

También, dicen, habría ofrecido sus comandos, adiestrados en China y países árabes, para acabar con el venezolano Nicolás Maduro de una buena vez. Sin plafond político para tal audacia, fue una pyme de Miami la contratada supuestamente por el entorno de Juan Guaidó para invadir  Venezuela en un papelón memorable. “Con 5.000 de los nuestros solucionábamos el tema”, habría ofrecido Prince a Trump y a Mike Pompeo. No obstante, poco después visitaba en Caracas a la dura número dos chavista Delcy Rodríguez para negociar la liberación de los exdirectivos estadounidenses de Citgo, un tema que ahora se resolvió en un canje aparente por compras de crudo de Joe Biden a PDVSA y otras “traders” participadas por Rusia.

Los negocios de Prince son más conocidos que los de la rusa Wagner, a la que propone alianzas de efectivos y logística en Siria y Libia. En abril de 2021 Prince dejó la conducción de Frontier para dedicarse a sus “otros negocios”, siempre desde Hong Kong. Uno de los targets de Frontier Resource Group es la aviación comercial en los cielos africanos.

Siguen las firmas. La guerra a sueldo es para pesos pesados, pero hay de todo. El que sigue es un “listing” pobre y escueto, pero bien vale como ejemplo:

Defion International es una de las subcontratistas de las top. Fue de las pioneras y tendría su cuartel general en Lima, donde comenzó reclutando mano de obra desocupada tras los años duros de Sendero Luminoso.  Suma sedes en Dubai, Filipinas, Sri Lanka e Irak, y es una de las líderes en contratar latinoamericanos para operar en diferentes países. Publicaciones señalan que llegó a enviar a Irak a 3.000 peruanos y ecuatorianos, en aquel momento con salario medio de US$ 1.000, todo incluido. Hoy la paga en el mercado ha mejorado. 

Triple Canopy es estadounidense y luce entre sus clientes a gobiernos y empresas. Fundada en 2003 por los exmarines Matt Mann y Tom Katis, dice emplear entre expolicías y militares a unos 5.000 efectivos. En 2004 ya protegía a la ocupación de EEUU en Irak. En 2010 fue contratada para controlar el caos post terremoto en Haití. Entre sus contratos está la antipiratería en el Golfo de Aden, en el cuerno de África, y la seguridad de la caliente frontera entre EEUU y México.

Garda World es canadiense y reclutó numerosos comandos de élite británicos. Desde 2013 creció en Nigeria brindando “apoyo logístico” a petroleras internacionales. Fue de las primeras en llegar a Libia, donde hoy reina Wagner, tras la muerte de Muammar Khadafi.

G4S Secure Solutions tiene su central de operaciones en el Reino Unido. Es la mayor empresa de seguridad del mundo por ingresos, con operaciones en 125 países. Es fruto de la fusión de la británica Secuicor con la danesa Group 4 Falck. Además de dar seguridad a empresas y transporte de caudales, gestiona la seguridad de siete prisiones en Inglaterra y Gales y proporciona servicios de seguridad en aeropuertos.

Esta última descripción corporativa de G4S pone el dedo en un mapa de fronteras difusas y actividades diversas. En el ranking de las veinte empresas top en el negocio global de servicios de seguridad son frecuentes las desmentidas sobre cualquier vinculación con guerras sucias o acciones reñidas con la Convención de Ginebra y negocios oscuros.

Arlington Memorial no more. Hay outlets que no son lo mismo. A veces, un nuevo escándalo deschava esta trama global como en el reciente magnicidio del presidente haitiano Jovenel Moïse, por encargo de narcotraficantes, que sacó a flote la usina de paramilitares colombianos, al menos 7.000 “for export” residuales de las guerras contra las FARC y el ELN.

“Me pregunto qué hago aquí. En mi país luchaba por la victoria, ahora es sólo por dinero”, le dice al Der Spiegel un comando ruso sin rostro en  África. Gana por nómina mil dólares limpios por día y es uno de los centenares de miles de mercenarios nacidos y criados en Colombia, Perú, Ecuador, Irán, Rusia, Emiratos Árabes, Turquía y decenas de países de reclutamiento.

Si no hay guerra nuclear, habría cierta paridad de fuego entre Rusia y Estados Unidos. El dato de oro es que Moscú ha llevado a Europa el formato de tierra arrasada, ocupación cruenta y matanzas desde el cielo que ya impuso en Siria, aunque 5,6 millones de refugiados no conmovían al mundo.

Ni Estados Unidos ni Occidente quieren poner sus muertos y su dinero en guerras “sine die”. La matanza de Atocha del 11-M -esta semana se cumplieron 15 años-, bajó a España de Irak, después desertó Canadá y al fin se fue EEUU. Encima, en Irak y la Mesopotamia la pesadilla se hizo perfecta cuando Europa, EEUU, Japón, Brasil y decenas de países supieron que miles de sus jóvenes habían sido reclutados por el califato del ISIS por Facebook y que remesaba dólares por Western Union y otras plataformas.

¿Cuántos mercenarios llevan las camionetas artilladas del mundo? En la guerra a sueldo, como en el fútbol, tropas y oficiales pueden cambiar de empresas. Putin recalentó el negocio y en el cerco a Kiev y sus banderas, miles de mercenarios son reclutados de prisa. Ucrania, UE y OTAN están necesitados y se habla de hasta US$ 2.000 por día y 16.000 brigadistas extranjeros. En Rusia vuelan los CV para reclutar hombres para The Hawks o Halcones. No está nada mal el nombre para sepultar el de Wagner, una marca nazi nada oportuna para vender su campaña militar de “desnazificar”.

Esa es una contienda. La otra es la de la propaganda. Rusia advierte que Ucrania se está llenando de mercenarios y que los está matando como perros porque no los tratará como prisioneros de guerra. También denuncia que Occidente censura sus noticias verdaderas. “Haremos un gobierno de corazones y no de bayonetas”, decía Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda del Tercer Reich. 

* Director de Mining Press y EnerNews

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