“WW III”

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Recuerdo que después del asesinato del militar iraní Qassem Soleimani a principios del 2020 la escalada de tensión entre Irán y Estados Unidos fue creciendo hasta el punto que buena parte de la población entró en paranoia: las redes sociales estallaron con el hashtag “WW III” (“World War III” o “Tercera Guerra Mundial”).

En la actualidad, sin embargo, asoma la posibilidad de otro conflicto a gran escala, ahora entre Rusia y la OTAN por causa de una posible incursión a Ucrania. ¿Es factible que a raíz de este hecho se desate el tan temido y esperado Armagedón? ¿Cómo sería semejante escenario en pleno siglo XXI?

Difícilmente fuera algo parecido a nuestros recuerdos de contiendas pasadas. Atrás quedaron aquellas imágenes de trincheras, bayonetas, bombardeos con bimotores, dirigibles, campos de concentración, espías, o como los presentaban en las películas clásicas donde actores de primera línea como George Scott o James Mason se colocaban en la piel de George Patton y de Erwin Rommel. 

Las hostilidades en la era postsoviética parecieran más cercanas de lo que declaró Jorge Bergoglio (Papa Francisco) en 2015 cuando dijo que “estamos en una ‘tercera guerra mundial’ que se pelea por todas partes”.

Sin duda son palabras para considerar ya que principalmente se han producido disputas localizadas dentro de este nuevo escenario que ostenta una multiplicidad de centros de poder. Evidentemente, estos funcionan como extensiones de la Guerra Fría, aquella que todavía no pudo ser superada, constituyéndose como los más característicos de nuestro tiempo; …hasta ahora. 

La preocupación por un altercado universal no es nueva. Los pensamientos mágicos aunados a los adelantos técnicos hacen un “combo” perfecto para dar rienda suelta a la fantasía. En 1898 el escritor H. G. Wells publicó la novela “La guerra de los mundos”, donde describía una invasión alienígena a la Tierra. En 1914, el mismo autor publicó otra novela en consonancia, “El mundo liberado”, donde adelantaba la utilización de proyectiles radiactivos como las armas más destructivas jamás imaginadas.

La noción de un “aniquilamiento total” estaba íntimamente asociada al temor que generó la Revolución Industrial. Avances como el telégrafo, la luz eléctrica, el automóvil y pronto las máquinas voladoras provocaron perplejidad. Concomitantemente grupos religiosos como la Teosofía, inspirados en la idea kantiana de la “paz perpetua”, vaticinaban el advenimiento de la era astrológica de Acuario. Un Nuevo Orden Mundial espiritual donde hubiera una modificación de la consciencia. En los Estados Unidos comunidades posprotestantes predicaban la Segunda Presencia de Cristo y, como consecuencia, el predicho Apocalipsis.

Un cambio radical se intuía en el “inconsciente colectivo” de la Humanidad. Una sombra negra como si fuese una inundación. Cambio que Friedrich Nietzsche describió como el “fantasma del nihilismo”. Más aún luego de las terribles catástrofes que tiñeron de sangre al siglo XX, que parecían ser el cumplimiento de la venida del “Día de la ira de Dios” sobre los mortales.

No es raro que se interpretaran estos acontecimientos desde una mentalidad mítica. Robert Oppenheimer, uno de los científicos del “Proyecto Manhattan” que desarrolló la primera bomba atómica, al ver la explosión en el campo de prueba de Nuevo México recitó las palabras del Bhagavad Gita XI, 12 cuando Arjuna ve el inmenso poder del dios Krishna: “Como un relámpago de mil soles que aparecieran de improviso en el cielo, tal es el resplandor que emana de esta alma divina”.

Estas armas se constituirían en los próximos Titanes que ostentarían un potencial tremendo de carácter sagrado presagiando que el próximo combate sería el final. Se dice que Albert Einstein declaró: “No sé qué armas se emplearán en la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con piedras y palos”.

El imaginario social se rehusó a secularizarlas, y por contraste, no solo fueron vistas como destructoras, sino que fueron, asimismo, entendidas como salvadoras. El teólogo Luis Rivera Pagán estudió este fenómeno de las “ojivas redentoras” comparándolas con una hierofanía y lo llamó la nueva “religión nuclear”.

Después de la ruina de Hiroshima y Nagasaki el temor a una crisis dantesca despegaba del campo puramente mítico y religioso haciéndose ahora una realidad fáctica. Lo que vino luego fue un estiramiento de ese terror. Cuando todavía no existía tecnología de desplazamiento intercontinental, los estadounidenses desplegaron un plan de contingencia conocido como la “Operación Dropshot” con la idea de atacar diferentes objetivos soviéticos lanzando desde bombarderos unas 300 bombas nucleares, además de 20.000 toneladas de explosivos convencionales.

En la misma línea recordamos que en la década de los ochenta el entonces presidente Ronald Reagan habló de colocar misiles sobre el Ártico, lo que llegó a conocerse popularmente como la “Guerra de las galaxias”. La hipótesis entraba así en la posmodernidad. Películas de clase “B” como “El día después”, dirigida por Nicholas Meyer, que trataba de una devastación radioactiva fueron moneda corriente durante esos años. 

Al caer el Muro de Berlín el espanto quedó una vez más sumergido en el subconsciente, reprimido, pero no por mucho tiempo. La invasión a Irak en 1991 despertó nuevamente el miedo apocalíptico al acercarse el próximo milenio, seguido por la caída de las Torres Gemelas, en 2001, y el anuncio del “salto cuántico” que atrajo a muchos creyentes pensando que se cumplirían las profecías de los mayas.

Obviamente nada pasó. Sin embargo, aunque los dioses nos mientan constantemente el pánico estará ahí, latente, avivándose siempre que haya algún movimiento geopolítico que despierte la posibilidad de una destrucción a gran escala.

El fin del mundo es un arquetipo al estilo de los soñados por Carl G. Jung. Mitos como el diluvio universal o el hundimiento de la Atlántida están omnipresentes en el ideario de la Humanidad. Aunque muchos desmayan por el temor, no faltan aquellos que interiormente desean que algo así suceda, sea por aburrimiento o por una necesidad subterránea de que haya algún acontecimiento absoluto que “resucite” la historia como dialéctica. Un nuevo comienzo. Un fin del sistema “biocapitalista”— en palabras de Antonio Negri—, y el inicio de una era distinta.

No sabemos si estos últimos sucesos en Europa del Este darán lugar a una Tercera Guerra Mundial, roguemos que no; empero, la posibilidad del extermino total seguirá formando parte de aquellos remanentes arcaicos depositados en el fondo de la psique, aterrándonos de modo escondido y emergiendo como los síntomas más irracionales de la decadencia de nuestra sociedad.

* Filósofo, ensayista y teólogo

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