El hombre, el Estado político y el cosmos

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Durante la época helenística surgieron vastas corrientes gnósticas que tuvieron una marcada influencia en el ocaso de la Edad Media. Entre ellas encontramos el “Corpus Hermeticum”, que expresaba la siguiente idea: “Como es arriba igual es abajo”; en otras palabras, hacía referencia al misterio de la relación entre el cosmos y lo humano. Probablemente el “Hombre de Vitruvio” de Leonardo da Vinci esté inspirado en esta sentencia.

La doctrina de que somos una copia precisa del cielo impregnó los modelos tanto mágicos como científicos del Renacimiento. A partir de allí, lo somático se posicionó como el centro de la escena, tal cual aparece en la pintura de Rembrandt “La lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp”, de 1632.

El dicho de Protágoras de que “el hombre es la medida de todas las cosas” parece aplicar solo a la creencia de que el ser y el infinito conforman una unidad indisociable. No obstante, cuando esto se plantea en el terreno de lo público la cosa cambia.

Según Nicolás Maquiavelo, no es posible hacer política sin mentir, con lo que la destrona del ámbito supremo para colocarla en el terreno de lo artificial. En el mundo antiguo muchos reyes eran considerados divinos pero ya para la mentalidad moderna esto comenzaba a modificarse. Dejaban de ser estimados como si fuesen algo extraordinario y empezaban ahora a ser mirados como lo que eran, “humanos, demasiado humanos”. Lo de arriba (lo celeste), era separado de lo de abajo (el individuo) a través de la regulación de un edificio social (el Estado).

Se comprende entonces por qué Thomas Hobbes en su “Leviatán” proponía que el Estado no era parte de la naturaleza humana, como tampoco de lo sobrenatural (aunque lo religioso debía subordinarse al soberano). Para él solo funcionaba como una “prótesis” para reprimir las bajas pasiones. Entre lo salvaje y el universo se manifestaba un plano intermedio compuesto por un contrato social. De esta manera la política se acomodaba a un nuevo espacio y, como consecuencia, se desacralizaba.

Era mejor hacer una administración sin Dios. Las teocracias tuvieron su oportunidad y a todas luces fracasaron. Las tiranías sagradas no crearon una comunidad mejor. Por qué las enseñanzas espirituales y místicas no han dado resultado más allá del ámbito de lo privado no es una pregunta nueva, empero sigue siendo necesaria.

Buda, Lao Tse, Confucio o Jesús vivieron hace milenios. Fueron maestros espirituales que legaron mensajes de cómo alcanzar el camino a la felicidad. A pesar de eso el mundo ha ido de mal en peor: las cruzadas, la “santa” inquisición, las guerras de religión entre católicos y protestantes, sin mencionar las limpiezas étnicas o los atentados terroristas perpetrados por facciones musulmanas o por monjes budistas. ¿Y los mensajes de los iluminaos? ¿Sirvieron para algo? ¿Tuvo sentido la crucifixión de Cristo? ¿Qué es lo que salió mal?

Hoy sobran los libros de autoayuda, como las técnicas espirituales y psicológicas para ser mejores. Sabemos de las bellas filosofías éticas como, por ejemplo, las de Martin Buber, Mauricio Blondel, Emmanuel Levinas o Jiddu Krishnamurti. Todo es muy bonito. Pero cuando la virtud individual es pensada desde el espectro colectivo y las buenas intenciones son arrojadas a la borrasca de la historia, nada parece coincidir. Curiosamente de “seres de buena voluntad” no obtenemos pueblos virtuosos y mucho menos sistemas de gobiernos satisfactorios. ¿Qué es lo que se pierde en el camino entre el sujeto y la sociedad? 

Pensadores como John Locke, el barón de Montesquieu o Jean-Jacques Rousseau teorizaron sobre la diferencia entre las leyes de la naturaleza dadas por Dios de aquellas que regulaban a la comunidad mediante lo contractual. El humano es una enigmática conjunción que se debate entre “natura” y “nurtura”. Nace, es amamantado, busca sobrevivir, crece, se reproduce y muere como cualquier otro ente. Sin embargo, puede crear significado, cultura, técnica. Nociones del bien y del mal. Friedrich Nietzsche puso en boca de su “Zaratustra” que “el hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre”. Razón por lo cual, puede ser el artífice de obras memorables así como también puede ser el responsable de horrores inimaginables. 

Un individuo en su soledad interior puede sentirse bien, lograr la paz con su Dios, edificar una moral propia, pero raramente esa condición de bienestar se trasladará de manera contundente a lo colectivo. De sujetos realizados no surgen grupos igualmente realizados.

El debate ahora no pasaba por si los seres eran la copia del cosmos o no sino por si podrían lograr la armonía con el Estado. Se pensaba que un sistema libre y de derecho era la solución. Pero la experiencia solo muestra que a pesar de las buenas intenciones esto tampoco pudo ser aplicado plenamente en la práctica. La Biblia en Eclesiastés 8:9 dice que “el hombre ha dominado al hombre para perjuicio suyo”.

Quizás por esto las formas de absolutismo, cualesquiera sean estas, no logran la satisfacción. En ese desgaste están incluidas las democracias presentes. Y eso es muy peligroso. Cuando las teorías de las libertades individuales no se sustentan en acciones concretas y parámetros éticos, lo único que hacen es arrojar combustible para que se encienda la disconformidad y, junto con ella, se aviven nuevamente las llamas de los totalitarismos.

Esto se pudo observar en el siglo XIX. La decadencia de las ideas ilustradas, la Revolución Industrial, el saqueo a las colonias y la maquinización del mundo acentuaron las diferencias económicas generando ricos más ricos y pobres más pobres, exacerbando la consciencia de clases. Lo que dio pie para la formación de nuevas ambiciones de poder como las corrientes socialistas, comunistas, fascistas y anarquistas que, entre muchos otros factores, prepararon un caldo de cultivo que llevó finalmente al estallido de la Primera Guerra Mundial.

Mirando en retrospectiva, pareciera que nada encaja con nada. Los dioses una vez más nos han mentido, como es “arriba” jamás será como es “abajo”. Ninguna forma de dominación ha dado frutos deseables. Hemos probado casi todo y hoy nos quedamos vacíos.

En estos días solo se rescatan los cadáveres de ideologías que fueron sepultadas en el cementerio de la nostalgia como consecuencia del fracaso de la historia. Se precisa con urgencia un nuevo relato que corresponda con la realidad. No hablo de volver al mito, claro está, sino que la razón debe rediseñarse. Baruj Spinoza postulaba una idea a la que hay que prestarle la debida atención: encontrar un tipo de Estado que sea una unidad con el ser y con la sustancia última.

Ante semejante panorama vemos que aún funciona un capitalismo avanzado que, cual bestia insaciable, lo devora todo. Esto genera más desigualdad y desamparo.  Como contrarreacción y en la búsqueda de alguna correspondencia entre el cielo y la tierra, es que las masas aturdidas recurren por respuestas regresando a fórmulas gastadas como los totalitarismos teocráticos, las extremas derechas xenófobas, los radicalismos y fanatismos religiosos de todo tipo.

Tanto los discursos espiritualistas que pretenden soluciones mágicas como las débiles filosofías políticas perecen inscribir sus nombres en lápidas derruidas, cuyas doctrinas yacen bajo una sociedad desmaterializada. Mientras tanto la multitud en constante hastío, en declive, sin tiempo ni historia, gira sobre sí misma intentando inútilmente escapar a algún lugar, seguramente a ese paraíso lleno de sentido en el que todavía creen y que difícilmente exista.

* Filósofo, ensayista y teólogo

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