“Lo que natura no da, Salamanca no presta”, el fútbol no lo aporta y un argentino lo sufre

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El “Chimy” Ávila metió un gol agónico para el Osasuna contra el Barcelona, pero los “ultras” no festejaron sino que lo escupieron e insultaron. ¿Por qué?

En épocas en las que los medios masivos reproducen historias de jóvenes argentinos que emigran al exterior en busca de mayor estabilidad económica para proyectar su vida, el fútbol no podía quedarse ajeno a esta moda. Pero esta historia tiene una particularidad. A diferencia de los ejemplos que reproducen diarios y portales de argentinos exitosos en Europa, o (en menor medida) de aquellos que no logran establecerse, la historia del delantero Luis Ezequiel “Chimy” Ávila se destaca porque tiene ribetes únicos: el futbolista, por ignorancia lisa y llana, quedó envuelto en una disputa con nacionalistas vascos por utilizar una remera del líder del partido de ultraderecha VOX, Santiago Abascal.

“El estudio no se abandona”; o “hay que leer, escuchar y no tener solamente una pelota en la cabeza” son dos de los consejos que más veces escuchan las jóvenes promesas futbolísticas que todavía se sacrifican en el duro camino de las Inferiores. Sin embargo, muchas veces son difíciles de cumplir. La necesidad de ayudar a la familia, incluso la de mantener a la familia nueva que los juveniles empiezan a construir sin planificar, los “amigos del campeón”, los flashes (o luces de la noche) que aparecen con la Primera División, aceleran la decisión de meterse de lleno en el rectángulo del césped de 105 por 75 metros (medida standard) y olvidarse de lo que sucede afuera de la línea de cal.

El problema, muchas veces, es que el sueldo prometido en el extranjero, que significa la salvación económica de abuelos, padres, futbolista y varias generaciones venideras, llega acompañado de cuestiones que, si en la cabeza no hay algo más que un balón, pueden convertir toda la experiencia afuera del país en un infierno.

En este caso, las miradas no pueden apuntar solamente al jugador. De hecho, es el más inocente de todos en esta historia de sufrimiento. Para eso están los representantes. Para guiarlos. Para explicarles a qué lugar eligieron ir para progresar en su vida profesional. Para cuidarlos. Lo mismo los dirigentes. Al comprar el pase de un futbolista, adquieren también la responsabilidad de explicarle a esa persona el ámbito político y social en el que van a vivir mientras estén vinculados al nuevo club. Pero claro, eso lleva tiempo y esfuerzo, dos cualidades que no están de moda en este siglo XXI. Total, si en los primeros diez partidos el jugador no mete la cantidad de goles esperada, ya habrá otro libro de pases abierto para que el representante cobre otra comisión y el dirigente firme un nuevo contrato con otro joven que solamente tenga una pelota en la cabeza y por eso solo esté en condiciones de pensar con el bolsillo.

Una triste historia. De infancia difícil, Ávila se crió con sus ocho hermanos y su madre soltera al noroeste de Rosario. El fútbol lo salvó del maldito destino de muchos chicos que no tienen su habilidad con los pies en los barrios pobres de la ciudad argentina más golpeada por el narcotráfico. 

Antes de cumplir 17 años debutó en la Primera de Tiro Federal de Rosario, donde jugó 68 partidos y metió siete goles, hasta que fue apartado del equipo tras ser detenido, acusado de robo por su propio club. Finalmente, fue absuelto y declarado inocente.

Alejado del fútbol, Ávila cartoneó para sobrevivir. Luego sufrió con una grave enfermedad que padeció su hija Eluney al nacer. “Le dije a Dios: ‘Si salvas a mi hija, voy a cambiar de vida’. Así le dije. Mi mujer vino conmigo y lloramos los dos. Al día siguiente fuimos a la terapia, la habían pasado a sala y le daban el alta al día siguiente. Y nos fuimos”, conmovió el futbolista en una entrevista al “Diario de Navarra”, la región española de su actual club, el Osasuna.

Ese señal (o milagro) fue el primer indicio de que la vida por fin le mostraba la cara feliz de la moneda al “Chimy”. Se probó y logró un contrato en San Lorenzo a comienzos de 2015. Disputó 28 partidos (jugó la Copa Libertadores) y conquistó dos goles con la camiseta “azulgrana”.

A mediados de 2017 llegó la gran oportunidad: un contrato en euros, meses antes de que la “tormenta económica” empezara a azotar al gobierno de Mauricio Macri en Argentina. Fue a jugar al Huesca y formó parte del plantel que llevó a ese equipo a la Primera División española. El 27 de junio de 2019, el Osasuna hizo oficial su contratación hasta 2023 a cambio de 2,7 millones de euros.

Todo marchaba bien para Ávila (recuperación incluida de una grave lesión en la rodilla) hasta que un día eligió usar una remera con una frase: “El miedo es una reacción, el valor una decisión”.

Con su historia de vida, al jugador le pareció una expresión que lo identificaba. Ignoraba, y eso es lo más triste de toda esta historia, que esa decisión de vestirse así un día cualquiera de su nueva vida iba a arruinar su relación con parte de los hinchas del Osasuna. En particular, los “ultras”, es decir, los barrabravas del “viejo continente”.

En junio de este año, el futbolista subió a su Instagram una foto con la dichosa remera que tenia estampada la frase. En lo que no reparó el delantero, por ignorancia del entorno en el que vive desde hace cuatro años, es que la imagen era la de Santiago Abascal, líder del partido de ultraderecha Vox que se ha caracterizado, por ejemplo, por pedir la derogación de la ley contra la violencia machista y promover la expulsión de miles de inmigrantes, como lo es, por ejemplo, el propio “Chimy” Ávila.

El espacio de ultraderecha ha propuesto, también, “implantar un ‘PIN parental” con el objeto de que los padres puedan excluir a sus hijos de enseñanzas, charlas, talleres o actividades con carga ideológica o moral contraria a sus convicciones”.

Antes de las elecciones de abril de 2019, Abascal, que utiliza habitualmente referentes históricos y simbólicos en sus intervenciones para ensalzar los mensajes más xenófobos, advirtió que su país se debate entre “la existencia y la unidad misma de España” por estar “atacada por los separatistas”.

Así que pidió “teñir España de rojigualda y no de rojo”, como pide (el presidente del gobierno, el socialista) Pedro Sánchez, para poder representar “a la buena gente”, que es la que “no pacta con los enemigos de España: los separatistas, los amigos de los terroristas y quienes nos quieren llevar a la Venezuela chavista”.

Este discurso, obviamente, es como lanzar un tanque de nafta sobre madera ardiendo para los movimientos que pugnan por la autonomía de las diferentes regiones españolas.

“Chimy” Ávila juega en el único equipo de fútbol de La Liga con nombre en euskera, la lengua vasca. Solamente este dato debería explicarle a los jugadores extranjeros que llegan a la ciudad de Pamplona, en Navarra, que una camiseta significa mucho más que solo once atletas jugando contra otros equipos. Es la identidad de la región la que ingresa a la cancha y juega contra, por ejemplo, el poderoso y simbólico poder central del Real Madrid.

Del lado opuesto a Vox en el espectro político podemos poner a Indar Gorri, la barrabrava del Osasuna que adhiere al movimiento “Abertzale”, que significa “amante de la patria” en lengua vasca.

Los “ultras” apuntaron contra Ávila, lo insultaron y hasta exigieron que lo echaran del club. El futbolista subió otro posteo a Instagram en el que pidió perdón y adujo, con razón, que no tenía idea del conflicto y que era un ignorante en esa materia.

“Ni sé de política, ni me interesa. Mis únicas pasiones son el fútbol y mi familia. No era mi intención de ofender y pido disculpas”, publicó.

Sin embargo, los fanatismos no entienden de perdones ni de errores. No ponen en contexto el origen carenciado (de comida, de plata y de educación) de un futbolista que tiene en la camiseta del Osasuna un elemento de escape a un horizonte rodeado de delito y muerte. Para los fanáticos vascos, el mismo pecho que lució el rostro de Abascal por ignorancia no puede vestir la casaca del club de sus amores. 

El tiempo, por ahora, no calmó las cosas. El fin de semana pasado, Ávila marcó el gol agónico con el que Osasuna le empató 2-2 a un gigante de la Liga como el Barcelona. “Chimy” se acercó a la tribuna, sin alambrado, al estilo europeo, para celebrarlo con los fanáticos de su equipo. Pero desde Indar Gorri recibió insultos y escupidas, porque el rencor de aquella casaca es más fuerte. Y porque lo que natura no da, Salamanca no presta. No se lo da a un futbolista de origen humilde. Y tampoco a quienes -desde su lugar- han sufrido la historia centralista de España y suponen que un jugador del otro lado del mundo -y sin más recursos que sus dos pies- debe profesar amor por lo que, simplemente, ignora porque nadie le explicó.

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