El autor se remonta a finales del siglo XVIII en la capital del virreinato del Río de la Plata para dar cuenta del final de los días del prelado.
Don Manuel de Azamor fue obispo de Buenos Aires desde 1785, pero se hizo cargo de la diócesis en 1788 luego de su viaje por demás penoso que duró 148 días por un error del piloto, que los hizo llegar a Bahía casi sin víveres ni agua, como se describe en la magnifica biografía que le dedicó Daisy Rípodas Ardanaz. Su actividad pastoral se vio algunas veces disminuida por problemas de salud, pero su entereza le hizo llevar adelante esas crisis.
A fines de agosto de 1796, los males físicos del prelado comenzaron a hacer crisis. El licenciado José Capdevila fue llamado a atenderlo, y se sucedieron las consultas médicas con otros afamados facultativos como Miguel O’Gorman, Cosme Argerich, Miguel de Rojas, Agustín Eugenio Fabre y José Ignacio de Areche. Todos los esfuerzos fueron inútiles y entregó su alma el domingo 2 de octubre de 1796, fiesta de la Virgen del Rosario, por la que tenía especial devoción.
Entre las personas de su confianza se encontraba el tesorero Damián de Castro que, a la muerte de Azamor, se quedó en Buenos Aires, combatió en las invasiones británicas en el Tercio de Gallegos y, por su capacidad en temas contables, ocupó cargos en el Tribunal de Cuentas, en la Aduana y en otras reparticiones.
Por la prolijidad de Castro ha llegado a nosotros el detalle de los gastos del obispo Azamor durante su última enfermedad, donde podemos apreciar la comida del enfermo y su personal. En la dieta aparecen pescado, carne, cordero, lenguas, sesos, pajaritos, perdices, gallinas, un jamón de Galicia, tocino, chorizos, huevos, fideos, tallarines, dulce, leche, chocolate, bizcochos, caramelos de violeta, naranjas dulces, pastelillos, bizcochos de Mallorca, ajos, azafrán, pimienta, garbanzos, comino, clavo de olor, arroz, batatas, verduras, mondongo, yerba, café, almendras, nueces, pasas moscatel, pasas de higo, grasa, aceite, mantequilla, manteca de chancho, pan francés, vino carlón, vino de Málaga, aguardiente de España, aguardiente de Ginebra. **
Aclaremos que de Cuba llegaba a Buenos Aires miel, arroz, azúcar, café, cacao y chocolate. El cacao se reexportaba ya que llegaba de Guayaquil, y de ésta y de Lima se traían azúcar y arroz, mercaderías que, desembarcadas en Valparaíso, atravesaban la cordillera a lomo de mula hasta nuestro territorio, según un erudito trabajo de Hernán Asdrúbal Silva.
No faltaban las donaciones de pan para los pobres, las propinas de Su Ilustrísima a los cocineros, tabaco y cigarros para el esclavo Silverio y el barbero que se encargaba de afeitar al personal de servicio; como tampoco las compras de cinco docenas de platos, un machete para picar carne, un embudo grande, moldes para cortar masa, alcuzas y un rallador.
Azamor dejó una magnífica “librería” que fue la base de la Biblioteca Pública creada por la Junta en 1810. En la Sala del Tesoro del edificio de la calle Agüero se encuentra el retrato del ilustrado prelado, cuyo nombre es uno de los tantos desconocidos en nuestra historia.
* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación
** HERNÁN ASDRÚBAL SILVA, “Complejidades en el establecimiento de un circuito comercial con Cuba: La navegación desde La Habana y las importaciones a fines del siglo XVIII” en Investigaciones y Ensayos, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia. 2002. N° 52. p. 85