El FMI prevé una oleada de estallidos sociales tras la pandemia de Covid-19

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El máximo riesgo de crisis política se producirá a los dos años del pico de la crisis sanitaria, según un detallado estudio del organismo.

Verano del 2022. Justo cuando los gobiernos piensan que lo peor ya ha pasado tras llevar a cabo una campaña exhaustiva de vacunas y paquetes billonarios de reactivación económica, el mundo, de repente, se enciende. Hay batallas campales en cientos de ciudades entre manifestantes y policías antidisturbios vestidos al estilo de Robocop. Imágenes de edificios en llamas se proyectan en millones de pantallas de televisión. Los gobiernos caen en elecciones tumultuosas.

No, no es la próxima termporada de la serie distópica británica “Years and years”, de Netflix, sino un escenario que anticipa lo que podría pasar tras la pandemia a partir de un análisis realizado por técnicos del Fondo Monetario Internacional (FMI).

“Desde la plaga de Justiniano en el siglo VI y la Peste Negra del siglo XIV, hasta la gripe española del 1918, la historia está trufada de ejemplos de epidemias que tienen fuertes repercusiones sociales: transforman la política, subvierten el orden social y provocan estallidos sociales”, afirman Philip Barrett y Sophia Chen en su informe “Las repercusiones sociales de las pandemias (enero de 2021)”. Y el período tras la Covid no tiene por qué ser muy diferente.

¿Por qué? Una posible explicación es que una pandemia “pone de manifiesto las fracturas ya existentes en la sociedad: la falta de protección social, la desconfianza en las instituciones, la percepción de incompetencia o corrupción de los gobiernos”, sostienen los especialistas del Fondo.

A partir de un análisis de millones de artículos de prensa publicados desde 1985 en 130 países, el FMI elaboró un índice de malestar social que permite ahora cuantificar la probabilidad de una explosión de protestas como consecuencia de la pandemia.

Los técnicos relacionan los casos de estallidos sociales con 11.000 diferentes acontecimientos ocurridos desde las años ochenta que incluyen desastres naturales como inundaciones, terremotos o huracanes, así como epidemias de diverso calibre.

Utilizando ecuaciones algebraicas, los expertos descubren “una relación positiva y significativa” entre desastres y estallidos sociales. En concreto, “existe una relación positiva entre los estallidos sociales y las epidemias”, afirman Barrett y Chen en su informe.

Como suele ocurrir con los estudios económicos, la relación entre desastres y protestas es algo que tal vez mucha gente, sin necesidad de ecuaciones matemáticas, entenderían intuitivamente. Pero lo interesante del análisis del FMI es la relación cronológica que identifica entre las epidemias y los estallidos sociales: hay un importante efecto retraso. Muchos meses, hasta dos años, separan el momento álgido de la epidemia de las rebeliones.

En efecto, ha habido pocas protestas durante esta pandemia. Más bien, en los últimos meses “el numero de manifestaciones físicas de malestar social ha caído a su nivel mas bajo en casi cinco años”, probablemente por las medidas de aislamiento social. Es lo que podría llamarse “una olla a presión”.

La excepción es el movimiento “Black Lives Matter” tras el asesinato a manos de policías de George Floyd en Minneapolis, que desencadenó una oleada de protestas en EEUU. O las que ya precedían a la crisis sanitaria en Chile, y se reforzaron durante ella.

Pero más allá de este resultado inmediato pacificador de las epidemias, “a más largo plazo, la frecuencia de estallidos sociales se dispara”, se sostiene en el informe del FMI, de tono mucho más frío y distanciado que la información que analiza sobre disturbios en millones de indignados artículos de prensa a lo largo de las décadas.

Violencia a plazo. A partir de la información obtenida sobre diferentes clases de protesta, los investigadores han demostrado que, con el tiempo, “el riesgo de disturbios y manifestaciones contra el gobierno va en aumento”.

Es más, “sube el riesgo de graves crisis políticas (acontecimientos que pueden derribar gobiernos), que normalmente ocurren en los dos años posteriores a la epidemia grave”, resumen.

El estudio llega a la conclusión de que “el malestar social era elevado antes del Covid y se ha moderado durante la pandemia pero, si la historia nos sirve de guía, es razonable esperar que, conforme la pandemia disminuya, los estallidos sociales emergerán de nuevo”.

Otro informe del FMI titulado “Cómo las pandemias conducen a la desesperación y al malestar social (octubre del 2020)”, de Tahsin Saadi Sedik y Rui Xu, utiliza metodología similar para determinar con precisión este efecto retraso.

“Las epidemias severas que provocan elevada mortalidad aumentan el riesgo de disturbios y manifestaciones antigubernamentales”, explican.

Estos “eventos pandémicos generan un riesgo de desorden civil significativamente más elevado después de 14 meses” y cinco años después de la pandemia todavía existe un “efecto cuantitativamente significativo sobre la probabilidad de estallidos sociales”.

Los brotes de ébola en el Oeste de África entre el 2014 y el 2016, por ejemplo, “provocaron un aumento de la violencia civil superior al 40% al cabo de un año y su efecto sobre el malestar social persistía varios años después”.

Aunque la chispa de la violencia no tiene por qué estar relacionada con la pandemia, el trauma social y el impacto socioeconómico de la crisis sanitaria está detrás de las repetidas instancias de protestas.

Pero la pandemia tampoco es la causa inicial sino un catalizador, señalan. El primer eslabón del efecto dominó es la desigualdad y la percepción de injusticia, explican los analistas del FMI. “Los resultados de nuestro estudio indican que la desigualdad elevada está relacionada con más estallidos sociales (…) y el malestar social será mayor cuanto más elevada la desigualdad de renta al inicio”, sostienen.

Las pandemias detonan la bomba de relojería “porque reducen el crecimiento económico y elevan la desigualdad”, y crean “un círculo vicioso en el que el crecimiento más lento, la subida de la desigualdad y el aumento del malestar social se refuerzan el uno al otro”.

Fuente: La Vanguardia

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