Todo por la impunidad y el reinado eterno

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La exuberante Vicky Xipolitakis se presentó en un concurso televisivo de cocineros con un uniforme con inscripciones que expresaban sus augurios para el nuevo año. El que más destacó decía “Justicia”. “Que este sea el año de la Justicia”, expresó la mediática con voz emocionada y gesto inocente. Declarada fan de Cristina Kirchner, su manifestación solo se interpreta en un contexto; le faltó hablar de “lawfare”, pero no lo hubiera pronunciado bien.

En un país donde los esfuerzos del gobierno deberían apuntar a crear condiciones para inversiones que generen producción, trabajo y consumo para que muchos, así, puedan salir de la pobreza, el verano caliente está dominado por una agenda personal cuya concreción no modificará el destino de los argentinos; solo aliviará las penurias judiciales de unos pocos. Si será burda la agenda que hasta incluye como “influencer” a Xipolitakis.

La mirada del gobierno está en la elección parlamentaria de octubre próximo. El oficialismo apunta a sumar diez diputados y conservar la posición en el Senado, lo que le daría el ansiado quórum propio en ambas cámaras para reintentar el “vamos por todo”.

En el imaginario kirchnerista esto implica un camino con varios hitos; el primero fue sobrepasado: Cristina ya no oculta que ejerce el poder y lo hace de forma no clementísima, no piadosa; a las otras columnas del oficialismo solo les queda repetir “hágase tu voluntad”, que es la radicalización.

Las estaciones del derrotero incluyen, por lo menos: domesticación del funcionariado u ocupación de los lugares estratégicos del gobierno; acomodamiento del pelotero del peronismo bonaerense para imponer a Máximo como jefe del distrito; lograr el quórum propio en las dos cámaras y, la frutilla del postre, impunidad para los delitos del poder K, quizá negociada con la misma salida para los del poder M, y erigir al hijo vicepresidencial como candidato a presidente de la Nación.

Los pasos de Cristina. En ese camino, Cristina hace cosas:

– Ordenó profundizar políticas populistas durante el año electoral: la política económica debe ser expansiva en gasto y consumo. Habló de alineamiento de ciertos precios relativos para alentar la demanda: tarifas, precios, salarios y jubilaciones. Ya hay algunos resultados en esa línea: congelaron tarifas, restringieron exportaciones de granos, prorrogaron los “precios cuidados”, obstaculizaron importaciones, entre otras medidas. Sin embargo Cristina omitió alentar estímulos a la inversión que harían posible una mayor oferta, atenuando así el impacto inflacionario. También omitió la negociación con el FMI, donde el gasto y el déficit serán contemplados en el marco de la pandemia, no en el del interés electoral. En eso el Fondo ya se quemó con fuego.

– Cuestionó al gabinete y a otros estamentos de gobierno, incluyendo legisladores, y ordenó modificaciones para ganar más casilleros influyentes. Los cambios ya empezaron y no solo de “funcionarios que no funcionan”; también cayó algún “funcionario que funcionaba”.

– Incendió con su dialéctica fogosa a la Corte Suprema y a los medios que cubren las causas judiciales en las que está involucrada. Es la teoría del “lawfare”. Avanza así la batería con la que espera despejar el panorama judicial antes de la presidencial de 2023, para intentar el “objetivo Máximo” y aspirar así a extender la dinastía Kirchner. Necesita para ello acomodar la Justicia. En esa dirección van los proyectos de reforma judicial y de modificación del mecanismo de designación del Procurador General de la Nación, ambos aprobados por el Senado y esperando ser tratados por Diputados, donde por ahora no hay plafón para convertirlos en ley; será una negociación ardua con la oposición.

La cuestión de la Corte. Mientras tanto, con idéntico objetivo el kirchnerismo ya habla de una ampliación de la Corte  a nueve miembros.  La alquimia es probable porque despierta ambiciones en los involucrados en otras fuerzas políticas; además, no es un tema por el que la ciudadanía vaya a estar muy atenta. Si lo consiguen, sería la tercera vez en 160 años que se amplíe el número de miembros de la Corte. Las dos veces anteriores, gobiernos subsiguientes volvieron esos cambios hacia atrás.

– El número de cinco ministros fue establecido por una de las primeras leyes de la Organización Nacional, la N° 27 (Art. 6°) de 1862, y permaneció inmutable 98 años.

– En 1960 (Ley N° 15.271) el presidente Arturo Frondizi lo aumentó a siete.

– El dictador Juan Carlos Onganía en 1966 reemplazó a los ministros y restituyó el número de cinco miembros (Decreto-Ley 1.285/58).

– En 1990 (Ley N° 23.774) Carlos Menem lo elevó a nueve

– En 2006 (Ley N° 26.183), el presidente Néstor Kirchner restableció el número original de cinco miembros después de un período en que la Corte funcionó con solo siete de los nueve miembros entonces vigentes. La ley de Kirchner contempló que la reducción a cinco miembros fuera progresiva, en tanto se fueran produciendo lo que la ley, erróneamente, llama vacantes.

Las dos veces que aumentaron el número de ministros fue para ejercer un dominio sobre el Poder Judicial, aunque con espíritu distinto: Frondizi lo hizo para dejar en minoría a los ministros designados por un gobierno de facto (el de la autodenominada Revolución Libertadora). Hizo renunciar a tres, ratificó a dos y designó a cinco. Menem, en cambio, lo hizo para constituir la oprobiosa “mayoría automática” que años más tarde derivó en una crisis escandalosa, con renuncias y pedido de juicio político para todos los miembros.

El espíritu de la reforma que inspira al kirchnerismo, en contra de lo dispuesto por su fundador, es consolidar una mayoría con la incorporación de dos ministros propios y cederle uno a Cambiemos y otro al radicalismo que le permita a Cristina satisfacer su pretensión de ser liberada, igual que sus hijos, de las causas judiciales que los involucran. Y si es posible, que también alcance a otros implicados.

Como se ve, para el corazón y el cerebro del gobierno, la cuestión sanitaria derivada del Covid-19 ni la pobreza son las principales preocupaciones. El Covid, al fin, es un problema universal y la pobreza ha sido naturalizada.

Después de décadas de ver crecer esa desgracia, la dirigencia, de todo signo, se ha declarado impotente; la considera “estructural” y asume que Argentina va a profundizar el perfil de país con una fractura incurable en la sociedad que la divide entre ricos y muy pobres, con una proyección que en poco más de 10 años la colocará entre las naciones más pauperizadas del mundo. A lo sumo, hay quienes sacan partido electoral de ella.

Las prioridades de la sociedad, en cambio, son bien distintas. No son la impunidad, ni el reinado eterno.

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