Anomalías

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Curioso Marcelo Longobardi. Después de desatar una dura crítica al curso del actual gobierno al que, acertadamente, calificó de “viejo” y “anacrónico”, se preguntó “qué están esperando para ponerlo a Lavagna de jefe de gabinete…”. Lo de “ponerlo” ha de ser un desliz, producto de la inmediatez de la oralidad, que hace que muchas veces hasta los más experimentados en “el uso de la palabra”, equivoquen los términos.

En rigor, NO “ponen” a Lavagna porque NO es una pieza de un mecano que pone o saca a voluntad un tercero, sino alguien pensante que toma decisiones frente a las alternativas que ofrecen las circunstancias. Luego, si la circunstancia que menciona Longobardi se presentara, un dato a considerar es que eso es consecuencia del descalabro provocado tanto por el gobierno como por la oposición, a raíz de pésimas políticas e intereses que pusieron al país en un tobogán sin fin, agravado, claro, por la pandemia y su gestión.

Desde el restablecimiento de la democracia, primeras minorías o mayorías eligieron presidentes en 1983, 1989, 1995, 1999, 2003, 2007, 2011 y 2015 para que formaran sus gobiernos y aplicaran sus políticas. En 2019 la primera minoría votó una fórmula, por así decirle, anómala, donde el mayor poder y significación estaba en el segundo término, que no fue primero porque la magnitud de rechazo que concitaba le hubiera impedido ganar la elección. Una segunda minoría, muy voluminosa, se inclinó por la opción de reelegir al presidente que terminaba ajado su mandato, dejando al país en condición casi miserable por donde se lo mirara (deuda, reservas, actividad, inflación, empleo, pobreza, etc) pero vivado por multitudes impresionantes en 30 marchas por todo el país, como si lo hubiera dejado en situación de prosperidad. Otra anomalía, por cierto.

Lavagna fue una alternativa en cuya zafra solo se recogió 6% de los votos del electorado. En el curso de las campañas (PASO y Primera vuelta), esto es, durante unos seis meses, desde su micrófono -con el que “cada mañana” logra la mayor audiencia en las radios-, Longobardi entrevistó solo una vez a Lavagna. Una forma legítima de “invisibilizar” su oferta. Con cordialidad, a mí me preguntó en un desayuno, “¿qué quiere hacer ese hombre?”; un clásico de la conformación de la grieta: se está de un lado o del otro. Peor el ínclito Jorge Fernández Díaz, que en su fanatismo desbordante dijo al aire que iba a ir “a buscar uno por uno a los muñecos que votaran a Lavagna”.

Pues bien, hoy en el establishment al cual interpreta Longobardi hay una movida fuerte orientada a lograr la presencia de Lavagna en el gobierno como “tabla de salvación”. Empujan con sordina. Son los mismos que retacearon cualquier tipo de acompañamiento en la campaña, aunque por lo bajo aseguraban que era la mejor alternativa para el país. Ni antes se animaron a tomar el micrófono y decirlo ni lo hacen ahora.

El periodista habló de “jefe de gabinete”. ¿Pero qué hace el jefe de gabinete en nuestro sistema de gobierno? ¿Es un hacedor de políticas o acaso solo una fachada, un coordinador, un administrador? El jefe de gabinete es lo que el presidente quiere. Con Macri, Marcos Peña desarrolló políticas; se le encomendó eso y bien o mal, lo hizo. En cambio, el actual esquema de poder anómalo “puso” -acá vale el término-, a un jefe de gabinete más propio de la “La Jaula de la Moda” –nótese que la apelación es apenas vernácula- que de la alta política. En todo caso, Lavagna no es del riñón de los Fernández, como Cafiero, ni representa lo que Peña fue en relación con Macri. Es, les guste o no a los combatientes de la grieta, el único hombre de Estado que vive hoy en la Argentina. El único asociado a la palabra “confianza” en el escenario público nacional. ¿Por qué, entonces, no fue elegido presidente? Muy sencillo, porque en Argentina se eligen “pasiones”, no “razones”…Y eso determina los resultados a los que se llega.

En este escenario, la Argentina tiene que resolver sus “anomalías” antes de pensar en derrochar sus pocas reservas intelectuales y racionales. La tarea inmediata del gobierno debe ser definir quién lleva el timón y hacia dónde lo vira, su orientación. Institucionalmente debe ser el presidente, y en forma evidente. En ese contexto, convendrá también establecer el perfil del jefe de gabinete y de distintos ministros que sustituyan a los actuales; el grado de participación y límites que tendrán. Porque lo que se hizo hasta ahora, la verdad, no ha servido para nada.

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