Il Donald

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Benito “Il Duce” Mussolini (1883-1945), que hace casi un siglo llegó al poder en Italia y sentó las bases del fascismo, que adquiriría una década después un rigor cuasi científico en el nazismo alemán, sabía cómo entusiasmar a las multitudes.

Fue precursor de la propaganda y el uso de medios masivos como la radio para proyectar una imagen de superhombre y alimentar un fanático culto a la personalidad basado en un machismo que podía hacer suponer que el líder era una entidad cuasi divina sobre la Tierra.

Los belicosos discursos desde el balcón que da a la Plaza Venezia en Roma a las multitudes arrobadas por su poderosa oratoria servirían de modelo después a Joseph Goebbels, el arquitecto de la propaganda nazi que utilizó todos los recursos tecnológicos de la época para llevar a buena parte de la población alemana si no a aprobar, a presenciar pasivamente una de las mayores atrocidades de la historia: el extermino de millones de disidentes y especialmente de judíos del III Reich.

Nadie hubiera pensado hace 90 años en Roma o Berlín que un torpe pero entusiasta seguidor de los modos y formas del fascismo, se presentaría desde un balcón de la Casa Blanca en Washington para -redes sociales mediante- exponer una versión de la realidad en la que él, el líder, con características casi divinas, ha logrado superar un virus mortal llamando a sus súbditos a no tener miedo a la enfermedad.

La escena es la de un presidente estadounidense que sufre de una enfermedad infecciosa, respira con dificultad, está cubierto de maquillaje color naranja, hablando desde un balcón con el telón de fondo de la Casa Blanca. “He liderado”, dijo Donald Trump poco después de haberse quitado el barbijo dramáticamente, demostrando a sus seguidores que es un valiente.

The Atlantic señaló esta semana que “por supuesto fue una puesta en escena. Por supuesto que es cínico. Y, por supuesto, es peligroso decirles a los estadounidenses que actúen como si un virus fuera un oponente en un combate de lucha libre: ‘No dejes que te domine; no le tengas miedo. Vas a vencerlo’, especialmente después de que su descuido criminal provocó la infección de sus colegas más cercanos, sus aliados en el Senado, sus guardaespaldas, su esposa. Pero esas imágenes escenificadas son lo que mucha gente quiere ver y esa falsa seguridad es lo que mucha gente busca”.

La carrera acelerada de Trump a abrazar, sino ideológicamente al menos en sus formas más grotescas, al fascismo mussoliniano, no se detiene en sus proclamaciones de salud juvenil y hasta superhumana sino que le ha sumado la intención de poner tras las rejas a sus rivales políticos, a los que acusa de improbables crímenes, a negarse a aceptar la derrota en las elecciones del 3 de noviembre y a apañar a militantes de ultraderecha, sus “camisas negras”, que por ejemplo intentaron la semana pasada secuestrar y “enjuiciar” a la gobernadora de Michigan.

La semana que acaba de terminar quedará en la historia de los Estados Unidos como una de las más turbulentas de las que, hasta ahora, se tenga memoria. Y decimos “hasta ahora” porque en lo que resta hasta las elecciones y después de ellas, un Trump en vías de derrota o derrotado puede ser más peligroso de lo que ha demostrado hasta ahora.

Las encuestas a poco mas de tres semanas de las elecciones del 3 de noviembre le dan al candidato demócrata ventajas que van de los 10 a los 16 puntos porcentuales. Aunque no lo reconozca y diga que las encuestas son amañadas o directamente falsas, la probabilidad de una derrota parecen haber activado la fase maníaca del presidente que tuitea a toda hora, da largas entrevistas a medios de ultraderecha en las que no puede mantener el orden de las ideas por más de algunos segundos y sigue sosteniendo ante quien quiera (o soporte) escucharlo que la pandemia se acabará sola en pocos días y que en todo caso el virus no es tan malo como lo pintan.

Las diatribas contra sus opositores han aumentado el volumen. No ha dudado en llamar “monstruo” a la candidata demócrata a vicepresidente (Kamala Harris, una mujer negra) calificándola directamente de “comunista”, y afirmó que la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, debe agradecerle que “su departamento de justicia” y “su FBI” lograron desarmar el intento de golpe y secuestro.

Es común escuchar dentro y fuera de EEUU que al final de todo Trump es poco serio y sus locuras y despropósitos no son más que destellos de un personaje que durante quince años fue una estrella de TV y que al final de cuentas todo esto no es más que un inocuo espectáculo. Finalmente las sagradas instituciones actuarán como freno y la sangre no llegará al rio.

Dios lo quiera.

Pero si a las amenazas de no reconocer los resultados electorales y promover la violencia de sus acólitos, hacer todo lo posible para desprestigiar y crear dudas acerca del proceso eleccionario y el pedido directo a su Procurador General para que meta presos a Barack Obama, Hillary Clinton y Joe Biden no fueran señales suficientes de un presidente que marcha hacia el autoritarismo, y los Estados Unidos a reclamar un lugar destacado entre las repúblicas bananeras, hay otros trumpistas que se encargan de despejar las dudas.

Los medios sobre el fin. El senador republicano Mike Lee tuiteó el jueves que “la democracia no es el objetivo” después del debate entre el vicepresidente Mike Pence y la candidata demócrata a la vicepresidencia, Harris.

Dirigente conservador que forma parte del Comité Judicial del Senado y que dio positivo por Covid-19, Lee tuiteó varias veces durante el debate vicepresidencial en la Universidad de Utah después de dar la bienvenida a Pence y Harris a su estado natal.

“No somos una democracia”, llegó a asegurar en un momento. Luego, en la madrugada del jueves, se extendió con un mensaje más largo que generó la mayor cantidad de críticas: “La democracia no es el objetivo; la libertad, la paz y la prosperidad lo son. Queremos que la condición humana florezca. La democracia puede frustrar ese objetivo”.

Se podrá decir, bueno es un senador… y un presidente y millones de personas que están convencidas de que si Trump pierde es por fraude y miles de militantes ultraderechistas que están preparados a salir a defender su líder si este lo requiere y probablemente si no, también.

El movimiento conservador o, mejor dicho, reaccionario que representa hoy en día el Partido Republicano sabe o intuye que sus políticas son impopulares. De hecho, la última vez que ganó el voto popular fue en 2004 y antes de eso en 1988, por lo que si quiere mantener o acceder el poder tiene dos caminos: cambiar o acabar con la democracia o crear una falsa democracia en la que las minorías no voten o se le pongan trabas para votar.

Y para eso ahí esta el gobernador de Texas, que también en la última semana anunció que limitará la cantidad de lugares para entregar las boletas de votación.

Un tribunal de apelaciones decidió en la noche del sábado que las restricciones siguen en pie hasta que decida sobre la cuestión de fondo y el fallo de la corte inferior de que la decisión del gobernador Greg Abbott probablemente viola los derechos al voto, particularmente para los ancianos y discapacitados.

El juez de distrito Robert Pitman falló el viernes en contra del gobernador republicano incluyendo una orden judicial que prohíbe al estado restringir a cada condado a que haya un solo lugar de entrega de boletas antes del día de las elecciones.

Domingo García es presidente de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (LULAC), un grupo de derechos civiles que demandó al estado y dijo que el gobernador “está tratando de aprovecharse del miedo a la pandemia, que evitará que los hispanos quieran arriesgar sus vidas, yendo a las urnas en persona”.

La LULAC había argumentado que la regla de un solo punto de entrega sería particularmente onerosa en un lugar como el condado de Harris, donde millones de votantes del área de Houston tendrían un solo lugar para buscar sus boletas.

Y luchas legales similares están ocurriendo en todo el país sobre las reglas y procedimientos de votación en una pandemia ya que los gobernadores republicanos buscan limitar los procedimientos de votación y el acceso en nombre de la “seguridad electoral”. Y los demócratas luchan contra esos límites en nombre del derecho a votar.

Trump ha afirmado repetidamente sin pruebas que existe un riesgo de fraude masivo en las boletas electorales enviadas por correo, y su campaña ha acusado a los demócratas de intentar robarse las elecciones. Jamás ha habido casos de fraude en los votos enviados por correo antes del día de las elecciones.

Pero el inquilino de la Casa Blanca, que como buen aprendiz de Il Duce se hizo filmar el domingo pasado saludando ostentosamente desde el balcón de la Casa Blanca al helicóptero que lo había trasladado desde el hospital militar donde fue atendido por Covid-19, video que con una banda sonora digna de la propaganda norcoreana lo mostraba como un valiente vencedor del virus, parece decidido a jugarse el todo por el todo para ganar el 3 de noviembre.

Aunque eso implique llevarse por delante la democracia, sin duda.

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