Zen, biodiversidad y la salvación de la naturaleza

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En 1845, Domingo Faustino Sarmiento escribió “Facundo. Civilización y barbarie en las pampas argentinas”. Era el espíritu de una época que confluiría en la polarización entre dos modelos sociales alternativos, dentro de la lógica del progreso y del positivismo en el siglo XIX.

Sin embargo hoy, paradójicamente, parte de ese proceso llamado “civilizatorio” a nivel global ha devenido en “barbarie” al amenazar ahora, entre otras cosas, al medio ambiente. No solo se “cosmizó” a otros pueblos, también se arrasó con su hábitat. Esto constituye “una grieta” en la era digital que reúne a dos ámbitos tan diferentes entre sí como complementarios: hablo de la “civilización mecánica” frente a la destrucción de la “naturaleza”.

Byung-Chul Han en su libro “La sociedad del cansancio” nos alerta acerca de la patología que sufren nuestros tiempos tecnologizados. La Humanidad se ha masificado en una totalidad inentendible, narcisista, autorreferencial y busca el autorrendimiento. La dialéctica no está en una lucha antagónica de la historia sino dentro de un círculo alienado de consumo capitalista cuyo estilo de vida se sublima al agotar los recursos del planeta.

La pregunta es si se puede reconciliar a la sociedad con su entorno. Hace casi 2.500 años, en China, se planteó algo parecido. Surgieron algunos ilustrados para pensar las luchas intestinas del período feudal, entre ellos los más conocidos fueron Confucio y Lao Tse. 

Confucio argumentaba que el hombre es sencillamente bueno. No obstante, la sociedad lo ha corrompido pero con la educación adecuada el ser puede regresar a la senda del bien, a la ética y al humanitarismo. Lao Tse, en cambio, postulaba que no hay que hacer nada para cambiar al hombre ya que tarde o temprano este encontraría la armonía con el camino de la naturaleza.

Hoy la civilización ha devenido en un orden “metálico” que produce como escape la rebelión y el desafuero. El Estado y la religión institucional funcionan de manera parecida al otorgar una “prótesis moral”. Esta represión, según Sigmund Freud, enferma, produce “El malestar en la cultura”. Por otra parte, la sustancia es realizadora y se desarrolla en la espiritualidad perenne del hombre. Es un orden cósmico que se basta a sí mismo, cuyas “leyes” sintonizan al sujeto consigo y con la biodiversidad; y esto último sana. El ser, a través de la contemplación, al hacerse “Uno” con el universo, se libera de las cargas autoimpuestas por ese desarrollo. Es lo que el filósofo Héctor Mandrioni nominó como “vocación ideal”.

Esto puede funcionar para un individuo. Sin embargo, cuando se intenta llevar esta vocación a la cultura, a lo colectivo, algo falla, algo se pierde y como masa se potencia hacia el caos y la destrucción de sí misma. Los estatutos de la sociedad humana no armonizan con las pautas de la naturaleza. Todo lo contrario. El principio hermético en cuanto a las correspondencias entre lo “macro” y lo “micro” no aplica en este caso. La estructura societaria moderna pareciera que debe arrasar con los recursos del planeta para sobrevivir como “razón técnica”. ¿Hay alguna salida? Volviendo a Chul Han, nos propone ante la presente realidad al Zen como lugar de descanso. Pero, ¿qué es el Zen?

Es difícil explicar “algo” que acontece en la subjetividad profunda, por no decir imposible, por lo cual deberíamos guardar silencio ante lo inefable. Bodhidharma (siglo V d. C.), definió al Zen como “una transmisión especial al margen de las doctrinas, que no se sustenta en palabras escritas y apunta directamente al corazón del hombre”. Sin embargo, no es solo “éntasis”, también es praxis. Al ser además acción histórica, o al menos eso pretende, es más fácil traducirlo. La experiencia es una vivencia profunda, la praxis es una interacción en el mundo. La primera es “a priori”, se siente; y la segunda es “a posteriori”, se realiza en el orden de la cultura. Como empíria es una manera de posicionarse en la vida y de interactuar con el ambiente. Entendemos así que el Zen solo puede ser explicado o sacado de su negatividad al externarlo dando como consecuencia el cuidado de lo nativo.

El Zen, ya desde sus inicios, intentó ser una posible salida del malestar que cubría al Japón dominado por la clase samurái y terminó, al menos una de sus escuelas, la Rinzai, siendo funcional al poder de turno. Acabó por convertirse en una “religión de las formas” más y fue parte del problema en vez de la solución. Pero seamos honestos, la cuestión no es el Zen en sí sino el hombre civilizado que no logra la armonía con lo natural sino que va en su contra, intenta aniquilarla y lo está logrando.

El avance del tecnocapitalismo está destruyendo el ecosistema a pasos alarmantes. Por lo pronto, podemos encontrar en la sabiduría Zen, no como forma cultural sino como concepto de contacto y preservación de la biodiversidad, una pista posible para recuperar la salud propia y la de nuestro espacio. ¿Es posible esto? ¿O debemos relegarlo al ámbito de la utopía?

Kitaro Nishida, un filósofo japonés de la “Escuela de Kioto”, trabajó fuertemente sobre la problemática de llevar la experiencia Zen al campo social. Tomando la filosofía dialéctica de G. W. F. Hegel intentó una modificación no menor. Entre la tesis, “ser en sí”, y su antítesis, “ser para el mundo”, no postuló una síntesis sino una polaridad creativa que solo mostraba el vacío medio, la ausencia realizadora como “lugar” vacuo, como “nada”. Si no aceptamos la nada como posibilidad no podremos llenarlo con el “todo”. Si no estamos vacíos no es posible reverdecer el cosmos como vida. Si se pudiera conciliar en un encuentro la nada experiencial con la praxis histórica se lograría el proceso armónico.

Nishida muere en 1945, meses antes de que los aliados arrojaran las bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Comenzaba así la Guerra Fría, la era nuclear, la tecnologización del mundo. La edad de la devastación. Ni los maestros ancestrales, ni Nishida, pudieron ver cumplidos sus sueños.

Más allá de la discusión de si la sabiduría antigua funcionó para la sociedad japonesa de su tiempo o no, lo real es que tenemos un problema concreto cuyo enfrentamiento es dado entre la civilización actual y la naturaleza. Es hora de reflexionar en la confluencia con el distinto, de abrir “un lugar” en nosotros a un vergel natural, de romper esas fronteras que nos separan de los demás. Es tiempo de releer a Paul Tillich y su idea de la ética, a Martin Buber y sus disquisiciones sobre la aproximación humana, a Emmanuel Lévinas y el rostro del distinto como existente. Hombres sensibles que pensaron la relación con el entorno.

Sin embargo, el mensaje que todo esto nos deja sigue siendo simple: solo si estamos vacíos, en el sentido de abrir un espacio interior, podremos tener un encuentro y llenarnos con el otro. Esta comunión se dona entre el espíritu de la potencia y el ser, para que cuidemos nuestro jardín antes de que sea demasiado tarde.

* Filósofo, ensayista y teólogo

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