La perversidad de Trump: jugando para la tribuna

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Estados Unidos arde.

El pecado original del mayor país capitalista del mundo, la esclavitud y más precisamente el racismo, volvió a mostrar la peor cara de una nación que ya venía sacudida por el mayor desempleo de los últimos 80 años y una pandemia que ha superado los 100.000 muertos, y un presidente que frente a la crisis ha decidido jugar para la tribuna.

Al escribirse esta columna faltan 155 días para las elecciones presidenciales y Donald Trump está a 10 puntos de su rival demócrata, Joe Biden, según una encuesta de la cadena de noticias ABC y The Washington Post divulgada este domingo.

Pero la encuesta revela un dato clave: más del 80 por ciento por ciento de quienes hoy dicen que votarán por Trump sienten “mucho o gran entusiasmo” por su candidato. Poco más del 60 por ciento dice lo mismo de Biden.

Y es eso, el mantener a su base alzada en armas y decidida a votar contra viento y marea por su hombre en la Casa Blanca, lo que mantiene con esperanzas a quien la revista The New Yorker consideró esta semana como “el presidente más mendaz de la historia”.

En Estados Unidos el voto no es obligatorio. Y tampoco el presidente es elegido por mayoría del voto popular sino por un Colegio Electoral. De las últimas cinco elecciones presidenciales, los republicanos perdieron el voto popular en 2000, 2008, 2012 y 2016, pero ganaron tres veces la presidencia.

Este curioso esquema electoral, en el que un puñado de votos (unos 70.000) en tres estados clave (Pensilvania, Michigan y Wisconsin, donde Trump ganó por 0,2; 0,7 y 0,8 puntos, respectivamente), fue el que permitió que el magnate inmobiliario se alzara con el triunfo en 2016 pese a acumular 3 millones de votos menos que Hillary Clinton.

Con este cálculo en mano, y sabiendo que una base energizada es clave, Trump espera conseguir en noviembre la hazaña de ser reelecto pese a presidir la peor crisis de los Estados Unidos en los últimos cien años y para eso redobla la apuesta sacando al país de la OMS, peleándose con China y observando, (mientras echa laña al fuego desde Twitter), cómo arde Roma (o Washington, o Miami, o Los Ángeles) a sabiendas de que la protesta negra energiza a su base mayoritariamente blanca no universitaria.

El asesinato por parte de un policía de Mineápolis de un ciudadano negro que había sido acusado por el delito de intentar pasar un billete falso de 20 dólares detonó una cadena de protestas, saqueos, incendios y enfrentamientos como no se veían en este país desde los disturbios antiguerra de Vietnam en la década de los sesenta.

El asesinato de George Floyd desató protestas y posteriormente disturbios en Mineápolis, Miami, Nueva York, Washington DC, Boston, Detroit, Indianápolis, Cincinnati, Philadelphia, Orlando, Tampa, Houston, Phoenix, Denver, Los Ángeles, Kansas City, Memphis, Atlanta, Richmond, Chicago, Columbus, Little Rock, Charleston, que amanecieron hoy con zonas humeantes, tiendas saqueadas y el amargo sabor para millones de habitantes que ser negro en este país es ser blanco de la violencia institucionalizada.

Muchas de esas ciudades tuvieron que imponer toques de queda desde la noche del viernes y se vieron forzadas a sacar la Guardia Nacional a las calles, muchas veces para apoyar a la desbordada y odiada Policía.

En Washington, por dos noches consecutivas más de un millar de manifestantes rodeó la Casa Blanca, dentro de la cual el Comandante en Jefe parecía deseoso de desatar una confrontación mayor mientras tuiteaba que estaba protegido por “perros viciosos” y “terribles armas” y que los agentes del Servicio Secreto estaban “deseosos de entrar en acción”.

SI en otra ocasión este país contaba con que el primer mandatario frente a una situación similar llamara a la calma, reconociera errores policiales y las injusticias que la población negra sufre desde hace siglos, Trump repartió su semana peleándose con Twitter (que cometió el imperdonable “pecado” de indicarle a sus usuarios fuentes alternativas a las mentiras propaladas por el presidente), retirar al país de la OMS en medio de la pandemia de coronavirus y parafrasear a un racista exjefe de Policía de Miami de los años sesenta con la frase “cuando comienza el saqueo empiezan los disparos”, tuit que fue bajado por la red social por incitar a la violencia.

Hablando en CNN, varios dirigentes de ambos partidos criticaron la respuesta del inquilino del Salón Oval a las protestas, particularmente su declaración en Twitter, “cuando comienza el saqueo, comienzan los disparos”.

“Debería dejar de hablar”, dijo la alcaldesa de Atlanta, Keisha Lance Bottoms. “(Trump) habla y lo empeora. Hay momentos en los que deberías estar callado. Y desearía que él solo estuviera callado. O si no puede callarse, si hay alguien con sentido común y buena conciencia en la Casa Blanca, póngalo frente a un teleprompter y ore para que lo lea y al menos diga las cosas correctas”.

El gobernador de Maryland, el republicano Larry Hogan, dijo que las palabras de Trump han servido para aumentar, no para calmar, las tensiones. “No está bajando la temperatura. Continúa aumentando la retórica “, apuntó. “Y creo que es todo lo contrario del mensaje que debería haber salido de la Casa Blanca”, completó.

“En los últimos meses, sus tuits parecen haber tomado un giro aún más oscuro, más maníaco y mentiroso, mientras lucha por manejar la convergencia de una crisis masiva de salud pública y un colapso económico simultáneo mientras se postula para la reelección. Está tuiteando con mayor frecuencia y más frenéticamente. Siguiendo las encuestas y desesperado por cambiar el tema del coronavirus, Trump a mitad de la pandemia tiene un feed de Twitter que es más malo, más enojado y partidista que nunca”, sostuvo Susan Glasser para The New Yorker.

“Este giro oscuro con los tweets del presidente se produce cuando está utilizando Twitter como un vehículo aún más potente para decirle a sus seguidores republicanos qué hacer, y ellos lo están escuchando. Ahora ejerce poder real y no solo retórico a través de las redes sociales. Y él lo sabe”, remarcó Glasser.

Obviamente, Trump no es responsable por los años de esclavitud y posterior exclusión de los negros, como tampoco del coronavirus, pero su obsesión con mantener a su base contenta y lograr su reelección es lo único que lo ha guiado desde que sus correligionarios republicanos en el Senado lo salvaron en febrero de ser expulsado de la Casa Blanca tras el juicio político al que fue sometido por extorsionar al gobierno ucraniano para que iniciara una investigación criminal contra su rival demócrata, Biden.

En este sentido, cada uno de sus movimientos, declaraciones y gestos van dirigidos a asegurar a su fiel y fanática base que la única barrera entre ellos y una izquierda dispuesta a convertir a este país en un paraíso socialista es el septuagenario de cabello oxigenado y piel naranja. Y hay millones de convencidos de que eso es así y dispuestos a votarlo el 3 de noviembre.

Los fuegos que todavía ardían esta mañana en varias ciudades del país más que un epílogo pueden ser un prólogo.

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