Coronavirus: ¿el fin del reaganismo en los Estados Unidos?

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Fue el entonces presidente Ronald Reagan, el padre del partido Republicano moderno, quien en 1980 aseguró que el gobierno no es la solución a los problemas, sino “el” problema, desatando así cuatro décadas de lento pero constante desmantelamiento del Estado benefactor que, coronavirus e inoperancia de la Administración Trump mediante, ha llegado a su lógica conclusión: millones de estadounidenses están librados a su suerte.

La pandemia ha desnudado impiadosamente las limitaciones sociales del capitalismo estadounidense, capaz de producir éxitos económicos e innovaciones que van desde Google y Amazon hasta microprocesadores y computadoras cuánticas, pero que deja a la intemperie a millones de personas sin una red de contención económica o sistema de salud publica que le permitan paliar la situación.

De hecho, los Estados Unidos son el único país desarrollado sin un sistema de salud público universal. El ultimo intento de acercarse a ese ideal fue la ley de salud pública del demócrata Barack Obama, conocida como Obamacare, a la que Trump dedicó enormes esfuerzos para desfinanciarla e, incluso, tratar de abolirla.

Si históricamente los partidos conservadores en Gran Bretaña, Japón, Canadá, Alemania, Francia o incluso España han hecho de la gobernancia una de las características de sus gestiones, el partido Republicano en su lucha ideológica por reducir al Estado ha llegado al extremo de negarse a gobernar incluso cuando está en el poder.

No fue un accidente que en 2005 un huracán arrasara Nueva Orleans ante la impávida mirada de George W. Bush y la inacción de la agencia federal de manejo de emergencias, y que en 2020 los estadounidenses asistan atónitos a un presidente que se niega a hacer uso del gobierno federal para, al menos, dar indicaciones claras de cuándo las ciudades del país pueden reabrirse nuevamente.

Pero el péndulo anti-Estado y anti-gobierno podría estar yendo ya en la otra dirección. Fue una crisis similar en la década del 30 del siglo XX en la que Franklin D. Roosevelt ideó lo que llamó el “New Deal”, una serie de leyes sociales y de protección de los trabajadores que, a al larga, impulsaron el mayor crecimiento económico e industrial de los Estados Unidos hasta varias décadas después de la Segunda Guerra Mundial.

Ese fue el origen del famoso “sueño americano”, resumido magistralmente por el general Dwight Eisenhower: “Un pollo en cada olla, un auto en cada garaje”.

Pero ese sueño americano comenzó a desmontarse con el surgimiento del reaganismo, la preponderancia del capital financiero y el primer paso en la deconstrucción del Estado benefactor.

Incluso un demócrata como Bill Clinton postuló en 1993 que “la era del gobierno grande ha terminado”, demostrando como el virus del reaganismo ya había invadido todo el cuerpo político estadounidense.

Los años transcurridos desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de 1970 fueron de un crecimiento económico sustancial y una prosperidad ampliamente compartida.

Los ingresos crecieron rápida y aproximadamente a la misma tasa en ambos extremos en la escala de ingresos, duplicándose aproximadamente en términos ajustados a la inflación entre fines de la década de 1940 y principios de la de 1970.

La brecha entre los que estaban en la parte superior de la escala de ingresos y los que están en los peldaños medio e inferior, aunque sustancial, no cambió mucho durante este período.

A partir de finales de la década de 1970, el crecimiento económico se desaceleró y la brecha de ingresos se amplió. El crecimiento de los ingresos de los hogares en las partes media y baja de la distribución se desaceleró bruscamente, mientras que los ingresos en la parte superior continuaron creciendo fuertemente.

Como lo predijo Carlos Marx en el siglo XIX, el capital se concentró y, sin la presencia del Estado en la redistribución, como en Europa, los resultados han sido devastadores y se están pagando con miles de muertos en barriadas pobres de Nueva York, Nueva Orleans o Atlanta, con mayoría de población latina y negra.

La concentración de ingresos en la parte superior de la escala distributiva aumentó a niveles vistos por última vez hace casi un siglo, durante los “locos años veinte”, esos que el “New Deal” de Roosevelt vino a morigerar.

La riqueza, el valor de los bienes y activos financieros de un hogar, menos el valor de sus deudas está mucho más concentrado que el ingreso. La proporción de la riqueza del 1% superior aumentó del 30% en 1989 al 39% en 2016, mientras que la parte del 90% inferior cayó del 33 al 23%.

Esta creciente desigualdad, agravada desde las ultimas semanas con la explosión del desempleo -30 millones de personas perdieron su trabajo en Estados Unidos desde marzo- no podrá ser paliada por el magro cheque de 1200 dólares que el Ejecutivo está enviándoles a millones de ciudadanos (y 500 por cada hijo), pero que -eso sí- lucirá la firma del jefe de la Casa Blanca que, en plena campaña electoral, insiste en demostrar que ese dinero es parte de su largueza y bondad personal.

Pero a seis meses de las elecciones que decidirán la suerte de Trump, ideas como sistema de salud pública universal o u ingreso garantizado para todos han dejado de ser propiedad de la izquierda para pasar a der discutidas más abiertamente.

“Creo que es un momento similar al de Franklin Delano Roosevelt”, dijo el senador Edward Markey, demócrata de Massachusetts. “Al igual que 1933, lo que ahora sería 2021, podemos ver que es el momento de hablar sobre el cuidado universal de niños, licencias pagas por enfermedad y un ingreso garantizado para todos en nuestra sociedad”, apuntó, citado hoy por The New York Times.

En una columna publicada el miércoles en The Washington Post, la asesora política Elizabeth Spiers dijo que “en última instancia, la idea de que los funcionarios electos no están aquí para gobernar ya sea porque las personas pueden gobernarse a sí mismas o porque el sector privado lo resolverá todo, es un rechazo del gobierno en principio. Es una mutación del impulso de la derecha hacia un gobierno más pequeño, enraizado en el individualismo de la era Reagan que dice que los estadounidenses son responsables de su propio éxito, el que puede y debe suceder sin la intervención del gobierno”.

Pero si la noción de Reagan de que “a medida que el gobierno se expande, la libertad se contrae” es el trasfondo teórico de lo que estamos viendo ahora, las sucesivas generaciones de republicanos lo han llevado a un extremo tan absurdo que el gobierno mismo ahora se considera una violación de la libertad, incluso en situaciones donde es el único mecanismo para abordar un problema.

Spiers subraya que Trump “encarna este desdén (por el gobierno y por gobernar) al nombrar a personas inexpertas o incompetentes, que dañan las instituciones. Y entonces tenemos un equipo de respuesta a una pandemia que fue desmantelado antes de una pandemia global; una red de seguridad social diezmada para quienes pierden empleos o se enferman; y la falta de infraestructura para hacer tests, dar seguimiento y rastreo generalizados”.

En la narrativa de Trump, todos en el gobierno no están haciendo su trabajo, excepto él, que dice que está a cargo pero a la vez que no es responsable de nada.

Y Spiers termina diciendo que “por supuesto, la historia y el sentido común traicionan la fantasía de que solo el mercado solucionará el problema. Simplemente nunca ha sucedido. Las empresas privadas no se coordinan mágicamente en (pos del) interés público solo porque la situación es urgente. No tienen ningún incentivo para hacerlo. Peor aún, habitualmente participan en comportamientos que perjudican al pueblo (contaminación, explotación de trabajadores, marginación de poblaciones vulnerables con fines de lucro, por nombrar algunos) cuando no están limitados por la ley. No serán nuestros salvadores”.

Quizás millones de estadounidenses lo entiendan y expulsen a Trump de la Casa Blanca en noviembre.

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