El español sigue vivo en la Copa de Maestros después de imponerse en tres sets al ruso por 6-7, 6-3 y 7-6. La levantada milagrosa.
Cuando el ruso Daniil Medvedev (23) tenía rendido a sus pies al español Rafael Nadal (33), culminaba una tarea brillante. Sólo le faltaba el remate, como el del torero, estoque en ristre, frente al animal herido de muerte. En el tercer set el joven moscovita ganaba 5-1 y estaba 40-30. En ese instante fatal de pronto cruzó por su mente un pensamiento, irrumpiendo en su perpetua laguna mansa con la fuerza y velocidad de un rayo. Eso lo distrajo y el toro en el suelo olfateó el cambio. Se alzó la bestia y arremetió con toda su potencia y los ojos bien abiertos. Y remontó un resultado imposible. Yo llamo “la Bestia” a Nadal desde que surgió en el firmamento del tenis. Así como Pep Guardiola, el DT mágico, llama “esa Bestia” a Lionel Messi, tras su búsqueda del término más elogioso. Es lo máximo. Puede gustar o no; quererlo o no. Pero es admirable en su estructura física y mental, en su atención constante, en su concierto gestual, en su entrega.
A Medvedev en cambio lo veo como una barra de hielo, sin un mínimo gesto de contrariedad o alegría, moviéndose resuelto por la cancha sin sobresaltos y sin perder su línea, eficaz. Cuando hoy, mirando atónito y como sonrojado, levantó el pulgar hacia Nadal con admiración por su resurrección, empecé a temer por el futuro del ruso. Repitió el gesto varias veces en el transcurso del cambio del tablero de 5-1 a su favor hasta el 5-6. Mientras tanto, el “ruedo” londinense se prendía en llamas. Cuando se la creía muerta, “la Bestia” estaba suelta. Se levantó orgullosa, altanera, salvaje, y todos los toreros y tenistas del mundo temblaron.
Fue notable ver cómo crecía y se afirmaba Nadal para convertirse en dominador de un partido perdido. Demoledor. Brillaban en su frente 19 títulos de Grand Slam (doce Roland Garrós, sobre polvo de ladrillo, su piso preferido, pero también dos en el césped de Wembley y cuatro en la cancha dura de New York, en Melbourne) y aparte sus victorias en Roma… en la “Caja Májica” de Madrid. Hoy lo cubría por completo un halo de luz. Era Atila, Sansón, Robocop. Nunca lo vi así.
* Periodista emérito