El vaivén de la pelotita con acento francés

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Hace mucho que soy hincha de la revista francesa L’Equipe. Desde su fundación, en 1946, el gran año del campeonato de mi San Lorenzo original, L’Equipe forma parte de mi mundo futbolístico. Con ella aprendí lo poco de francés que sé. A raíz de eso, comencé a hurgar en papeles e historias de mis antepasados y no logré de ninguna manera obtener media gota de sangre francesa en mis venas. Soy todo tano y gallego. Pero soy hincha de L’Equipe. De pibe, miembros de mi barra solían decirme que leer una revista de fútbol de un país “que no existe” y escrita en francés, era una mariconada. De cualquier manera yo sorteaba esos comentarios y aparecía por la esquina de Loria y México haciendo que leía L’Equipe, cuando de vez en cuando la mandaba algún amigo de mi viejo desde Europa.

En general, era verdad que no existía, no sólo el francés, el fútbol de Europa era el que no existía. La II Guerra Mundial había hecho estragos y por supuesto no sólo en el fútbol. A mí me caía bien que en Francia hubieran “inventado” –no “fundado”, término que yo unía únicamente al acto de Pedro de Mendoza- una revista de fútbol en esas circunstancias. “¿Y a quién carajo le importa eso?”, me fustigaba uno al que llamábamos “Lángara”, un flaco de la barra, fana de San Lorenzo que usaba de apodo el nombre del gran goleador vasco de la azulgrana; este émulo era el que la rompía en el barrio. Recreando esos encuentros callejeros hoy, tengo que reconocer que el asunto era divertido en serio; pero esa diversión de acumular, de guardar en la memoria. Marcábamos un arco entre el tronco de un árbol y la pared, y otro a unos treinta metros en la vereda de enfrente, entre otro árbol y su respectiva pared. Habíamos descubierto la cancha cruzada, en diagonal, y allí éramos dueños de todo. Porque la pelotita en esos años era todo. Cuando nos sentábamos un rato boqueando, después de un partido de hacha y tiza, alguno me decía: “Che, mesié, hacénos  un comentario del partido”.

Tengo ahora en las manos un ejemplar de  L’Equipe, no tan viejo como aquellos de mi niñez. Leo la formación de su “Onze”, el team elegido por la redacción francesa después del Mundial de 2014. Al Onze de L’Equipe lo espera toda la falange futbolística europea… y yo.  De cajón, a ojos cerrados, tenía que figurar Lionel Messi, el iluminado, el astro más rutilante de esa constelación. Pero, para mi sorpresa, otro rosarino, Ángel Di María, está en la nómina. Aquél del gol en el mundial al arquero suizo, por el que los ingleses pagaron la friolera de 99 millones de dólares. Ahí quedé helado, me agarré al teclado… El mundo giró más rápido este año, me dije, ¿el fideo en la elite mundial? ¡Mierda! Y ahora, como cualquier cholulo que espera una opinión “de afuera”, me la tengo que creer. El Fideo, ese pibe flaquito, fue consagrado por L’Equipe. Y ese precisamente fue el boleto que lo llevó al Manchester United por la friolera de 99 millones de dólares, constituyendo el pase más caro del fútbol inglés nada menos. Y ya pasaron otros cinco años y el flaco ya aprendió más francés en cuatro años en el Paris Saint Germain que yo en toda mi vida. ¡Que lo parió!

Cómo nos reiríamos con los de la barra de Loria y México de ese flaco desgarbado. Aunque en seguida vendría el comentario: “Y che, pero es de Rosario, ¡con razón!” Era la cantera del fútbol argentino; en aquella década de 1940 teníamos a ídolos rosarinos como Rinaldo Martino y Vicente de la Mata, ante nuestros ojos contentos. Y  de los picados rosarinos, que seguramente el Fideo y el Pulga habrán jugado, saltaron a brillar en Europa y los designaron, según consta en este papel en francés, en el mejor equipo imaginario del mundo… ¡A la pelotita!

* Periodista emérito

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