Once lustros sin el “Mono” Gatica

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José María Gatica (25/5/1925-12/11/1963) fue una figura descollante del boxeo argentino de los años ’40/’50. Ídolo popular, tomado por la tribuna como paladín de la lucha contra lo establecido, fue vengador de su niñez muy pobre y acelerador de su muerte miserable y solitaria, cuando cayó de un colectivo a los 38 años, luego de haber dilapidado una fortuna ganada a lo largo de 86 peleas con 72 nocauts.

La noche más famosa de su vida, momento en que, desde el ring, él se sintió parado en la cumbre, fue cuando el entonces presidente Juan Domingo Perón le dio la mano a través de las cuerdas y le deseó una victoria. Ahí vio la oportunidad de pronunciar la frase más famosa de su vida, repetida cientos de veces por los periodistas que hablaron sobre él –pecado en el que caigo-: “Dos potencias se saludan”, dijo con total desenfado el boxeador, con amplia sonrisa .

Tuvo como principal rival de su carrera al campeón argentino liviano Alfredo Prada, con seis enfrentamientos entre ellos en noches de asistencia récord en el Luna Park. Se repartieron las victorias y la discusión quedo abierta para siempre entre los fanáticos. La contracara fue cuando, impulsado justamente por Perón, fue a los Estados Unidos y cayó ante el campeón mundial Ike Williams por KO en el primer round. Sobrador, un gesto típico suyo, le había expuesto al encumbrado rival la cara limpia, desafiándolo.

Estoy retrocediendo en mi tiempo para volver a verlo… Me aferro al brazo de mi butaca de madera del ring side del Luna y siento estremecer el estadio. Más de 20.000 gargantas…  A los hombres se les vuelve la voz ronca y a las mujeres, ¡ah! las mujeres, se les acelera el latido de su sangre.

Gatica creó un culto sensual de adoración y odio. Fue un trueno divino y diabólico que explotó en el Buenos Aires de la posguerra, del primer peronismo vital, de las hordas de cabecitas negras, de Evita, de los últimos cajetillas. Cuando la masa estaba convencida de que empezaba a saciar su hambre para siempre.

“El Mono” fue el intérprete de esa explosión poderosa que dio vuelta la ciudad de raíz y confundió a los paladares al mezclar la grasa con el aceite de oliva. Lo veo agazaparse entre las sogas y saltar dentro del ring; sonrisas torcidas, de asco y temor, en el ring side porque habían abierto la jaula. Euforia en la popular pues ese Gatica, al que veían a la distancia, era la llama que enardece, era el puño de la multitud. Y fuera de su santuario-redil, constituía la expresión viva y auténtica del hombre postergado, humillado, gastado en todos sus apetitos, robotizado, anulado en sus ilusiones, que levanta la cabeza de golpe y da un salto infinito para atrapar, destrozar, lamer, escupir, acariciar.

Parece mentira; ese huracán brotaba de un físico de 60 kilos, blanco, rubión, de pelo ensortijado. Claro que una vez en acción echaba fuego por los ojos y rayos por los puños… Y hoy sé que es un chico este Gatica que vuelve a mí, con la ilusión de las camisas de seda, los sobretodos de piel, los autos lujosos, los habanos prominentes, el ademán prepotente.

* Periodista emérito

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