Hacer arquitectura para la gente fue su mayor rebeldía. Rodolfo Livingston, un innovador con todas las letras, fue y será el “arquitecto de familia”, lo opuesto a la arquitectura de edificios que prevalece desde el siglo XX. La función más importante de la disciplina era, como lo afirmaba una y otra vez, “la creación de escenarios que permitan y que ayuden al desarrollo de escenas felices, que en la vivienda familiar son ceremonias, como hacer el amor, dormir, bañarse, comer y cocinar, mirar el exterior, creando lugares intermedios, sombras, galerías, luz natural y artificial, ‘nietódromos’, ‘enojódromos’”.
El renombrado arquitecto y urbanista que desarrolló el “Método Livingston”, un revolucionario sistema de trabajo caracterizado por “la atención de familias” y por escuchar lo que el cliente quería, murió a los 91 años mientras estaba de vacaciones en la costa atlántica.
El humanista social de la arquitectura tenía una manera de comunicar que contagiaba su entusiasmo por bajar del pedestal al arquitecto y materializar casas para los ciudadanos de carne y hueso. “El no pensar en el carácter de escenario de los ambientes que constituyen una vivienda, aun con pocos metros, cede su lugar a las explicaciones de la obra que dan sus autores y las revistas especializadas, abstracciones tales como ‘la fachada juega con’, ‘la escalera se acusa’, etc., etc., todas dirigidas al dibujo con ausencia de los destinatarios de la casa, que no figuran en los relatos ni en las fotos y que no se manifiestan, pese a que debiera considerarse importante su opinión. ‘¿Quién puede hablar con mayor acierto del timón de una embarcación (dijo Aristóteles) ¿el carpintero que lo construyó o el timonel? Es hora de que los timoneles y los marineros recuperemos nuestro barco”, escribió en una contratapa para este diario.