Emma Cadenas: “Cómo creer es un asunto de libre conciencia”

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Por Valeria Sol Groisman *

Emma Cadenas (Lima, 1966) es escritora, poeta, cantautora, periodista, docente y teóloga transgénero. Todo eso es Emma. En lo formal, estudió Educación en la Universidad Nacional Federico Villarreal y la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, Teología en el Seminario Evangélico de Lima y cursó la Maestría en Escritura Creativa en la Universidad de La Rioja (España).

En la universidad formó parte del movimiento poético Noble Katerva, a fines de los años 80. A la par, fue vocalista y coautora en las bandas de rock Flagelo y Contrabando, con quien grabó el álbum Ritmos oscuros. Fundó la plaqueta de poesía La Cresta del Murelio y codirigió la revista universitaria Pieza Clave.

Incursionó en el periodismo en la revista de cultura Neo Arts. Más tarde, desempeñó cargos en la sala de redacción de diversos medios, como Página Libre, y en la televisión, en noticieros, con el periodista y escritor peruano Guillermo Thorndike. Llegó a ser conductora, productora general de noticias y subdirectora en varios canales de televisión.

Emma Cadenas

Ha escrito y publicado las novelas Patio de bestias (2007, Casatomada) y El diario de la mafia (2017, Amazon), los poemarios Muro del tiempo y Viaje de Abraham (2007, Amazon), la crónica pisquera El Gran Chilcano (2018) y los ensayos teológicos Yo no quiero ir al cielo (2017, Amazon) y Jesús LGTBIQ+ (2022, ya como Emma Cadenas).

Actualmente está trabajando en una crónica autobiográfica que se titulará Emma frente al espejo y en una producción musical que se estrenará con el nombre de Grito de Valkyria.

VG: ¿Cómo surge la idea del libro?

EC: Realizar mi transición como mujer transgénero fue un proceso largo, me tomó casi 50 años y lo relato en un libro que aparecerá, espero, este año: Emma frente al espejo. Una de las razones que me frenaron fue mi fe. O lo que yo creía que debía ser mi fe. La forma en que yo la había aprendido y vivido –que es común a la mayoría de creyentes– me generó conflictos terribles, dolorosos e insolubles. Eso, sumado a haber formado familia y a la falta de información disponible sobre sexualidad y género, fue un cóctel fatal. Pero dos factores me ayudaron a enmendar ese rumbo sin salida: mis estudios teológicos y la disponibilidad de información gracias a Internet.

Hace veinte años inicié un proceso de reflexión teológica, filosófica e interior para encontrar respuestas a preguntas como: ¿qué es esto que me sucede: ser una mujer, no poder vivir, pero que además me atraigan las mujeres? Si Dios me hizo así como soy, ¿por qué me condenaría? Y si no me hizo como soy, ¿soy un monstruo acaso? Y si me hizo como soy, ¿por qué me condenaría la sociedad? Poco a poco se fueron

respondiendo, y esas respuestas junto a la decisión de tomar cierta distancia de la institucionalidad religiosa, me permitieron aceptarme como quien siempre fui y empezar a vivir como tal: una mujer.

Pero lo primero que encontré cuando lo hice público –pues en mi país fue incluso motivo de portada de un periódico y de reportajes–, es a muchísimas personas, jóvenes y adultas, escribiéndome en la mensajería de mis redes sociales para compartir los mismos dilemas en torno de su fe y su identidad sexual. Entonces, me dije: tengo que escribir un libro que les facilite el camino, que les ahorre tormentos innecesarios de una manera accesible; y, a la vez, que exponga los débiles argumentos teológicos en que se sostiene esa narrativa religiosa, que es el trasfondo de los discursos políticos y mediáticos que rechazan la diversidad sexual. Un socorro a nivel personal, pero también un cuestionamiento a nivel social.

VG: ¿Te considerás creyente? ¿Cómo interpretás vos la frase de Buñuel con la que abrís el libro: “Soy ateo, gracias a Dios”?

EC: De hecho, sí. Aunque algunos, sin leer el libro, han creído que la portada es alguna suerte de mofa a lo Charlie Hebdo. Y no lo es: soy una creyente, tal vez no la que esperan que sea, pero creyente al fin. Porque en qué creer, en quién creer y cómo creer son asuntos de libre conciencia. Que la bandera de la diversidad sexual acompañe una ilustración de Jesús no implica que lo considere gay (lo cual tampoco significaría nada oprobioso si hubiese sido así). La diversidad sexual tiene diferentes identidades, y la suya, de acuerdo con toda la tradición cristiana, fue la de un hombre asexual. No asexuado, que es quien no tiene genitales, como los ángeles. Un ser humano como nosotros, como cualquiera, pero sexualmente diverso porque la asexualidad es una orientación distinta a la heterosexual.

Por otro lado, ser creyente para mí no tiene que ver con creer en un conjunto de ideas, sino en tener confianza en alguien cuya trayectoria vital y discurso resultan los más significativos, trascendentes y verdaderos que pueda haber conocido –sin dejar de reconocer otras trayectorias y discursos espirituales–.

Sobre la frase de Buñuel, cuya filmografía he seguido con devoción cuasi religiosa, diré que refleja una constatación de que la experiencia de la fe es significativa incluso para quien no la tiene o dice no tenerla. Es decir, Dios importa aunque creas que no lo hay.

VG: ¿Qué sería una fe sexualmente diversa y qué puede o debe hacer la Iglesia u otros credos para integrar a todos los géneros?

EC: Con esa frase hago referencia no solo a la fe que profesamos quienes somos sexualmente diversos, sino también a la de quienes requieren replantearse su enfoque sobre la identidad del ser humano al que consideran a imagen y semejanza de Dios. O somos todos dignos o eso es una trampa y una farsa, con puerta de escape a gusto de nuestros prejuicios.

Esa es una realidad a la que quienes decimos ser seguidores de Jesús no podemos seguir dando la espalda sin traicionar su mensaje de amor universal. Algunos replican que se trata de un asunto privado, pero ¡cómo va a ser un asunto privado aquel que se fustiga, ridiculiza, excluye, escarnece, discrimina y violenta en público! Decir eso raya en la hipocresía.

La sexualidad humana es hoy un territorio protagónico de definiciones acerca de cuán humanos estamos siendo verdaderamente, hasta dónde estamos dispuestos a llegar en el compromiso del respeto y amor al prójimo. El proceso de humanización que vivimos desde que el hombre dejó de ser un homínido va en esa dirección. Hoy se encuentra con la diversidad sexual como una nueva frontera, no porque recién se “inventa” la diversidad sexual sino porque recién estamos empezando a superar el vértigo de sabernos tan diferentes, tan inclasificables, el miedo a la libertad. Y, como decía el apóstol Juan, en el amor verdadero no hay temor, porque lo echa fuera.

Lo que podrían hacer las iglesias y credos para integrar la diversidad es recordar que el sentido de la misión de Jesús fue la integración en el amor, que, como él decía, necesitamos entender lo importante que es la persona y lo nimios que resultan frente a eso los rituales, costumbres, tradiciones y prejuicios. Aquello de colar el mosquito y pasar el camello, como refirió tan gráficamente. Realizar el esfuerzo de la metanoia, el cambio de mente y conducta en lengua griega conocida con una palabra española tan poco justiciera como es arrepentimiento. Yo estoy maravillada de cómo varias confesiones y personas ya empezaron a andar ese camino de fe y hasta han ordenado clérigos gays, lesbianas y trans.

VG: Decís que fe no es antónimo de conocimiento, lo que podría traducirse en la idea de que la religión, o las creencias vinculadas con hechos no comprobables y la ciencia pueden ir de la mano. ¿Por qué y de qué manera podrían conjugarse esas distintas miradas?

EC: Antes de que el conocimiento científico existiese, había conocimiento. Precientífico, claro. La ciencia llegó para brindar perspectivas y herramientas más confiables, por metódicas, sobre aquello que podemos conocer mediante esas perspectivas y esas herramientas. Pero los otros saberes nos brindaron y siguen brindando, desde otros lenguajes y metodologías, interpretaciones de la existencia y la realidad sugerentes, inspiradoras, reveladoras y verdaderas, sobre aquello que no conocíamos, que conocemos a medias, que no conocemos o que no podemos conocer.

Son, en cualquier caso, siempre saberes complementarios si se mantienen claros sus territorios y competencias. El asunto se complica cuando los saberes, científicos o no, invaden territorios para los cuales no tienen las mejores herramientas que brinden confiabilidad, y además demandando fe ciega.

¿En qué modo, por ejemplo, la ciencia podría comprobar o no la existencia de un Dios? Así tampoco es competente la teología para, con base en criterios que no son confiables para esa materia, establecer cómo es la sexualidad humana, porque acaba diciendo cómo cree que debe ser, no cómo es. Hay, al respecto, mucha soberbia sobre la propia importancia y poca humildad sobre la importancia ajena. Zapateros a sus zapatos.

VG: Me interesan las preguntas que te hacés en el libro respecto de si es la Biblia la que condena la diversidad sexual, o si, en cambio, son los intérpretes de la Biblia quienes resignifican su contenido en función de la época o la cultura en la que viven. ¿A qué conclusiones llegaste a partir de tu investigación?

El andamiaje de las lecturas excluyentes de la diversidad sexual se ha ido levantando a través de los siglos de una manera muy compleja. Y se complica más cuando el público que consume esa información va a ella con una mirada simplista y en busca de fórmulas mágicas, únicas, infalibles que confirmen sus prejuicios, cuando el público quiere ahorrarse el trabajo de la reflexión propia.

Pero encontré, gracias a muchos teólogos que han ido realizando investigación seria, que la trama de esta complejidad reside en tres pilares: defectuosas traducciones (a veces adrede), interpretaciones tendenciosas que no respetan los principios básicos de la hermenéutica bíblica y enseñanzas eclesiásticas incapaces de cuestionar estos errores previos y que más bien son sus difusoras. Y ojo que en este aspecto no se trata solo de los expertos y clérigos de las distintas denominaciones cristianas, sino también de ciertos sectores del judaísmo.

Sobre las traducciones, es necesario aceptar que hay textos bíblicos de difícil traslado a las lenguas modernas y los traductores y editoriales deberían ser intelectualmente más honestos en advertírselo a los lectores, en lugar de dejarlo todo en manos de los intérpretes. Eso se hace por cierta subestimación al lector feligrés. Uno de esos textos, por ejemplo, es el clásico de Levítico que habla de “acostarse con varón como con mujer”. El lector tendría que saber que esa frase es, cuanto menos, oscura, que los conectores gramaticales han sido elegidos por los traductores a su buen criterio y que la palabra hebrea usada para acostarse con varón, kadesh, hace referencia a la prostitución y explotación sexual en los antiguos templos paganos, no a la relación homosexual consensuada propiamente. Dejan explicar eso en manos de los exegetas, que no lo hacen porque por lo general están comprometidos con una postura moral al respecto.

El lector promedio de la Biblia debería poder contar con esa información a la mano, con la advertencia correspondiente, pero hay que decir también que cuando algunas editoriales intentaron hacer eso algunas veces, desde los púlpitos y las redes sociales se fustigaron esas ediciones de la Biblia como “heréticas”. El fanatismo es tremendo.

VG: George Steiner dice, en su libro Nostalgia del absoluto que, a partir de la caída de los grandes sistemas de creencias, es decir las grandes narrativas o las narrativas totalizadoras, surgen las metarreligiones. O sea, sistemas de creencias que pueden generar un similar tipo de dependencia y que pueden tener o no bases sólidas. Hoy podríamos calificar a la pseudociencia como un tipo de metarreligión, por ejemplo. ¿Qué pensás de este concepto?

EC: La necesidad de una narrativa totalizadora está en la base de nuestra condición humana, derivada de la memoria colectiva que tenemos sobre ese periodo en que el pensamiento mítico fue la herramienta a la mano para responder las grandes preguntas, para conjurar el miedo a enfrentarse cara a cara con la propia libertad y con la otredad en el amor.

El pensamiento crítico todavía no ha podido hacer gran cosa al respecto, porque el salto es doloroso y, de momento, ofrece más preguntas que respuestas, o quizás solo preguntas sin respuestas. El gregarismo continúa suplantado a la solidaridad y sororidad como un impostor muy eficaz, y eso, siguiendo a Steiner, se proyecta a la modernidad y a la posmodernidad en, por ejemplo, los modos en que se asumen también los discursos políticos sobre la diversidad sexual o cierto feminismo, como verdaderas metarreligiones.

No dejaré de insistir en que el pensamiento crítico es el camino de la plena humanización, aunque la náusea asome.

VG: Me gusta cuando hablás de “diversidad textual” para describir, de alguna manera, a la Biblia como libro. Podríamos hablar también de hibridación, concepto que está tan en boga hoy, pero que se remonta, tal como señalás, al principio de los tiempos.

EC: Crecí leyendo la Biblia. Me recuerdo a los ocho años abriendo las páginas de la versión castellana Nácar y Colunga, que era como ver una película con doblado gallego. A los doce o trece conocí la versión Reina y Valera, heredera de las traducciones que Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera hicieron en los días de la Reforma, en un español impresionante cuyo único defecto fue antaño su virtud: el arcaísmo de haber querido ceñirse a la gramática hebrea lo más literalmente posible, hasta formular construcciones tan castizas como inescrutables. Pero es bella en su conjunto. Porque no debe ser tarea menuda traducir una suma de textos tan variados e inclasificables como los del Antiguo y Nuevo Testamento. Porque, ¿qué pacto asumen las crónicas de los reyes: el de la verdad, el de la ficción, el de la ambigüedad; o tal vez alguno que no conocemos? ¿Es poesía lo que relata Isaías o son narraciones las que versifica con tanto lirismo el profeta?

En efecto, si la Biblia tiene una cualidad más allá de su naturaleza espiritual o religiosa, es esa hibridación que estaba a flor de piel tanto de los escritores como de sus editores, porque es evidente que por lo menos el Antiguo Testamento y los Evangelios pasaron por varios tamices, que también agregaron su impronta a veces siglos después. Lamentablemente esta riqueza literaria, que puede hacer sonrojar de candor a las vanguardias de la modernidad y posmodernidad, ha sido menospreciada por el modo obsceno en que se ha vulgarizado su contenido a manos de la hiperliteralidad, hasta convertirla a ojos profanos en un ridículo y prosaico manual de instrucciones.

Que se diga inspirada por el mismo Dios debería conferirle mayores créditos literarios.

VG: La historia de Jonathan es muy significativa y podría dar cuenta de esa idea que sostenés respecto del mito de que la Biblia se opone a la diversidad de género. ¿Qué otros mitos, originados en la religión, rodean la sexualidad diversa?

EC: En efecto, es curioso cómo puede doler a la heteronormatividad que el macho más macho de la Biblia, quien derribó a Goliat de una pedrada, pueda haber sido lo que hoy llamamos una persona bisexual o por lo menos haya tenido una relación bisexual tan pública. Pero lo verdaderamente sorprendente es que sobre esta historia no haya existido ni la menor condena en las Escrituras judeocristianas, y que David siga siendo considerado como un hombre “de acuerdo con el corazón de Dios”.

Y es que ningún libro de la Biblia trata sobre la diversidad sexual. Ni siquiera los que registran historias que podrían considerarse de personas sexualmente diversas, empezando por Jesús –que como ya señalé, era un hombre asexual– o el centurión romano que habría rogado por su pareja sexual, no por su hijo ni por su criado, como se traduce tendenciosamente.

La Biblia no habla sobre diversidad de género, no usa palabras como “homosexual” o “afeminado” como mal traducen algunas versiones, y no lo hace porque en primer lugar tales realidades humanas no fueron descritas abiertamente sino hasta principios del siglo pasado. ¿Son nuevas entonces? Claro que no, pero lo que no se nombra, no existe, y eso fue lo que sucedió en el periodo de formación de las escrituras judeocristianas: la invisibilización.

Es un mito, entonces, que la Biblia pueda excluir cualquier expresión de la diversidad sexual. Incluso en el tan citado pasaje del Génesis, en que habla de “varón y mujer”, como explico extensamente en el libro.

Otro mito muy popular es el de confundir orientación sexual con conducta sexual, y en particular con la llamada “promiscuidad”. Hay un pasaje de su carta a los romanos en que Pablo describe de manera condenatoria las prácticas orgiásticas, que como sabemos, tenían lugar en la cultura grecorromana muchas veces asociadas a fiestas religiosas. La interpretación al uso dice que eso “demuestra” que la homosexualidad (orientación sexual) es un pecado, cuando lo que Pablo cuestiona ahí es una conducta sexual (promiscuidad). Y la propia promiscuidad, traducida a veces tendenciosamente como “fornicación” (del griego porneia), estará siempre en función de los estándares morales de cada momento y sociedad respecto de las relaciones de pareja.

Y podríamos hablar también del tan mentado matrimonio y de la supuesta exclusión del matrimonio igualitario: reto a quién pueda argumentar en contra basándose en la Biblia.

VG: ¿Qué pasa con otras religiones?

EC: Todas las religiones siempre tienen sus pros y sus contras, igual que el cristianismo en todas sus variantes. Sin embargo, con todo y el oprobioso sistema de castas atribuido al hinduismo, existió hasta los días del dominio británico y la era victoriana una casta de personas que hoy podríamos considerar transgénero, que gozaban de gran prestigio en la sociedad y que vivían su sexualidad no binaria o femenina abiertamente. Lo propio en las culturas de Mesoamérica, de lo cual queda como rezago la cultura de las muxes en México. Algunas grandes religiones históricas, como el judaísmo, el cristianismo y el islam, han desarrollado una mirada binaria y excluyente de la diversidad sexual –con excepción de algunas ramas–, mientras que por lo general las religiones orientales, de Oceanía y de América precolombina, fueron mucho más incluyentes con la diversidad.

Qué está leyendo Emma Cadenas:

Estoy releyendo algunos libros del escritor peruano Luis Felipe Angell de Lama. Terminé Los Cojudos y ahora leo Los Conchudos, El hombre rebelde de Albert Camus y El animal que luego estoy si(gui)endo, de Jacques Derrida.

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