Informe especial. Ted Cruz: A la derecha de Trump

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El senador del \”Tea Party\” le ganó el primer round de las primarias republicanas al polémico Donald Trump en un estado acostumbrado a respaldar a la derecha religiosa. Criado en Texas e hijo de un inmigrante cubano, se tornó -paradójicamente- en un férreo opositor a cualquier medida para regularizar a los indocumentados.

Las primarias del Partido Republicano en Iowa mostraron no sólo que es posible derrotar a Donald Trump en la carrera hacia la Casa Blanca, sino que la disputa por la nominación presidencial es, en realidad, una contienda de tres, ya que se deben tener en cuenta a Ted Cruz y a Marco Rubio, a quienes el polémico magnate llamó despectivamente “los dos cubanos”.

El senador ultraconservador Cruz, nacido en Canadá e hijo de un inmigrante cubano, se quedó con bastante comodidad con el primer round en las larguísimas primarias que concluirán en junio, en un Estado que vota mayoritariamente a la derecha religiosa y que no ve a Trump como a un verdadero conservador. “¡Gloria a Dios!”, exclamó el legislador al confirmarse su victoria.

Cruz, quien llegó a ser considerado un “loquito” dentro del propio Partido Republicano, tomó impulso en su carrera hacia la Casa Blanca, coronó el ascenso que marcaban los sondeos desde principios de mes y dio un duro golpe al millonario Trump, quien lidera las encuestas nacionales.

Este primer round en el pequeño Estado rural en el centro de Estados Unidos, también puso en el centro de la escena a Rubio, que quedó sólo un punto porcentual debajo de Trump y cuyo potencial se ve aumentado debido a que la conducción del partido no confía en el magnate debido a que no tiene ninguna historia ni compromiso partidario, ni en Cruz, representante del ala del ultraderechista Tea Party.

Desde el inicio de la campaña, Rubio –también hijo de inmigrantes cubanos- centró su discurso en la necesidad de un nuevo liderazgo conservador, y se perfiló como el ejemplo de la nueva generación de dirigentes capaces de llevar nuevamente al Partido Republicano a la Casa Blanca.

En este escenario se debe esperar la reacción de Trump y de su equipo de campaña, ya que se trata de un candidato que hasta el momento se apoyó en una imagen constante de “ganador”, y que luego de aparecer como claro favorito en las encuestas publicadas en los últimos cinco meses, ahora está amenazado no por un adversario interno, sino por dos.

Demagogo peligroso. Cruz, un abogado de 45 años con apenas tres de experiencia como senador, logró que su condición de “rebelde” tuviera éxito entre los electores republicanos furiosos con el “acomodado” sector del partido que no quiere confrontar demasiado con el presidente demócrata Barack Obama.

Eximio orador, Cruz ya enfureció a los dirigentes republicanos de más edad por su completa falta de obediencia o respeto por los líderes tradicionales, a quienes les roba cámara cada vez que puede.

Además, insiste en que el gobierno de Obama destruyó la economía, limitó las libertades religiosas, dejó los derechos constitucionales “bajo asalto”, aplasta a los estadounidenses con impuestos y además desea sacarles sus armas.

En septiembre de 2013, se tornó una celebridad cuando pronunció un discurso de 21 horas de duración para bloquear el Senado y evitar que se discutiera una ley sobre gastos públicos, gesto que tuvo como consecuencia el cierre del gobierno federal por falta de un presupuesto legalmente aprobado.

Exasperado, el veterano senador John McCain, candidato presidencial republicano en 2008, calificó a Cruz y a otros legisladores del Tea Party como los “loquitos de la derecha”.

Nacido en Canadá y criado en Texas, Cruz se graduó en derecho en Harvard y en 1996 pasó a trabajar para un juez de la Corte Suprema, William Rehnquist. En el año 2000 se unió al equipo legal de George W. Bush durante el caos del recuento de votos en Florida, y luego ocupó altos cargos en el Departamento de Justicia y en la Comisión Federal de Comercio.

En 2012, llegó al Senado apoyado por el Tea Party, la vertiente radical, antigobierno y antiimpuestos. Y fue así que el hijo de un inmigrante cubano, que siempre se jactó del enorme apoyo que tiene en Texas, un estado repleto de inmigrantes, se tornó un férreo opositor a cualquier medida para regularizar a los indocumentados.

En 2014 atacó con virulencia a Obama por la tentativa, a su juicio una “amnistía ilegal”, de proteger a millones de inmigrantes de la deportación.

Cuando Trump decidió elevar el tono en la campaña y aumentar el ataque a sus adversarios, Cruz le salió al cruce afirmando que no se enterraría “en el lodo” de una batalla de insultos.

El millonario concentró sus ataques sobre Cruz por haber nacido en Canadá, afirmando que no puede ser presidente de Estados Unidos. El punto se convirtió en una polémica nacional, pero Cruz asegura que es un “ciudadano natural” estadounidense.

Superfavorita ajustada. Entre los demócratas, la ex primera dama y ex secretaria de Estado Hillary Clinton tuvo que esperar hasta la mañana del martes para tener la certeza de haber logrado una victoria extraordinariamente ajustada sobre el experimentado senador Bernie Sanders y su campaña en favor de una “revolución política”.

Al fin del conteo de las asambleas demócratas (que usan un sistema interno diferente al de los republicanos, ya que cuentan delegados conseguidos y no votos), Clinton se quedó con el 49,8% de los apoyos contra el 49,6% para Sanders, que se traducen en 22 delegados contra 21.

Desde que lanzó su candidatura presidencial, Clinton puso en marcha una formidable máquina partidaria movida con muchos millones de dólares, aparentemente insuperable, contra la modesta movilización de Sanders en busca de pequeños donantes particulares.

Al igual que Trump, Clinton dominó con extrema comodidad todos los sondeos hasta diciembre, cuando se tornaron evidentes las primeras señales de un crecimiento de los apoyos a Sanders, en especial gracias a la movilización de los más jóvenes.

Estos resultados levantan el telón sobre un nuevo escenario, de cara a la próxima parada de la campaña en New Hampshire, un Estado más independiente acostumbrado a votar a quienes finalmente no triunfan en las internas.

Los sondeos preliminares indican que Sanders llega a con ventaja sobre Clinton, aunque aún resta conocer con más precisión el impacto que los resultados de Iowa tendrán en esa nueva contienda. Y aunque la ex secretaria de Estado perdiera ese distrito, los sondeos a nivel nacional aún la colocan como la favorita entre los demócratas.

Para el equipo de Clinton, lograr una victoria en Iowa era fundamental para dejar atrás la experiencia de 2008, cuando también era favorita pero resultó derrotada por el entonces senador Barack Obama, quien inició allí una carrera indetenible hacia la Casa Blanca.

El rival a vencer. Hace seis meses nadie apostaba un centavo por él. Pero a golpe de declaraciones incendiarias y ningún reparo por la corrección política, Donald Trump se impuso como el republicano ineludible, para pesar del partido.

El extravagante magnate de 69 años, que construyó su fortuna en la construcción, nunca ocupó un cargo público. Hasta anunciar su candidatura, su nombre era solo sinónimo de torres y casinos, matrimonios y divorcios de farándula, y “El Aprendiz”, un “reality show” del cual era el animador estrella.

Pero este populista que ya había ojeado una carrera hacia la Casa Blanca, se reveló como un animal político formidable, dueño de un sobredimensionado ego, tan resaltante como su inverosímil cabellera amarilla.

Osa decir de todo, y en ocasiones dice lo que sea. Con un instinto temible, golpea donde más duele. No duda de nada.

Insulta a las mujeres, mexicanos, musulmanes, y sin embargo, su aparente cruda honestidad, desafío a la corrección política y un desdén hacia la clase política, lo mantienen en la cima de los sondeos a nivel nacional desde que lanzó su candidatura en junio pasado.

Si es elegido a la Casa Blanca, promete construir un muro en la frontera con México, pagado por los propios mexicanos, para combatir la inmigración ilegal. También quiere expulsar de Estados Unidos a los 11 millones de inmigrantes indocumentados, en su mayoría de origen latinoamericano.

Frente al terrorismo, habla de prohibir la entrada de los musulmanes a Estados Unidos. Afirma que “destruirá” el grupo yihadista Estado Islámico y “tomará el petróleo”.

Es carismático, brutal y se imagina como el salvador de Estados Unidos, a su juicio un país moribundo y convertido en el chiste del mundo.

Miles de estadounidenses, afectados por la globalización y que se sienten traicionados por las élites políticas, acuden a sus mitines. Impecablemente vestido, Trump llega en su Boeing 757, rotulado en letras gigantes con su nombre.

Denuncia a los “idiotas” que dirigen el país, atiza los miedos y promete “hacer a Estados Unidos grande de nuevo”, su eslogan de campaña.

Por doquier lanza insultos a sus rivales: Ted Cruz es un tipo “desagradable”, que “a nadie le cae bien”, un mentiroso que flirtea con Wall Street. Jeb Bush es “realmente patético” y “falso”.

Hillary Clinton, invitada a su boda, “miente como una loca” y “fue vergueada” por Obama en 2008, dice sin tapujos. Bernie Sanders es un “desastre”.

Maestro de la hipérbole, juega con estadísticas y sus promesas carecen generalmente de planes concretos. Pero siempre sale ganando: sus declaraciones belicosas le aseguran una indetenible cobertura mediática con la que los otros candidatos solo sueñan.

Sin embargo, todo eso no le alcanzó para quedarse con el primer round de la larga interna republicana.

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