El nuevo líder del Laborismo: ¿Corbynmanía?

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Jeremy Corbyn ganó las elecciones internas y es el nuevo líder del Partido Laborista. ¿Es una buena o una mala noticia para el sistema político británico?, se preguntan muchos. ¿Y para la socialdemocracia europea? Una inmersión al mundo del revés.

“La austeridad no va más, yo defiendo a los más débiles y por esto venceré”. Esta es la forma en que Jeremy Corbyn respondía en la calle, en agosto pasado, a las preguntas de los votantes y los periodistas, entre ellos Vicenzo Nigro, enviado especial del diario italiano “La Repubblica” a Londres. “No es verdad que esté contra los negocios: si la economía crece va a ser posible ayudar a un mayor número de ciudadanos”, insistió el dirigente inglés.

“¿Corbynmania?”, le contesta Corbyn a otro que se lo pregunta. “Ojo, que yo sigo siendo el de siempre, es el contexto el que está cambiando. No quiero personalizar nada y nosotros no lo estamos haciendo: hablo de nosotros, de esta increíble campaña política, que tiene una explicación que todos conocen: luego de años de austeridad increíble e injustificada, que ha hecho sufrir y ha marginado más de lo imaginado, hoy la gente pide respeto por sus propios derechos. Creímos en mayo que el laborismo había perdido las elecciones porque no había sabido decir ‘no’ a estas políticas. El laborismo presentó una forma de austeridad ‘light’. Y perdió”.

Tavistock Square, en la zona de Bloomsbury. Jeremy Corbin llega, como está previsto, de la nada. Sin un secretario o un staff, un grupo de militantes. Luca Neve, un fotógrafo calabrés, es un “free lance” que conoce bien a Corbyn. Hace ya seis años que lo sigue, desde que se instaló en Londres. “Lo digo siempre -explica Neve-. Es un hombre normal. La gente está golpeada por la austeridad y ansia transparencia, honestidad, quiere alguien que la defienda. Por eso gusta tanto. Lo llaman ‘Corbynmania’ como si fuese una moda, pero él fue siempre el mismo, un hombre gentil, cortés, interesado en la gente y sus problemas. El mismo hecho que haya llegado solo, en bicicleta, como cualquiera de nosotros, lo demuestra”.

Tony Blair, su adversario más reformista, está aterrorizado con su victoria. Dice que será Corbyn quien lleve al partido a su devastación y a su división.

A Nigro Corbyn le dice: “Yo estoy y me quedaré para siempre en el laborismo. Es el partido de mi vida y tengo el deber de defender esta política. ¿Seré yo quién gane esta carrera, el que se convierta en secretario del partido? Volveremos a hablar de esto el 12 de septiembre. El éxito de mi candidatura es parte de un movimiento que está en marcha en Europa y Estados Unidos: mire al senador de Vermont, Bernie Sanders, miren a Syriza en Grecia o a Podemos en España”, pedía entonces. El resultado de las elecciones del 12-S le darían la razón.

Corbyn tiene como proyecto estratégico la nacionalización de los trenes, el gas y la electricidad, a los que considera de “propiedad pública”. Sostiene que el país “necesita servicios que los ciudadanos puedan permitirse más eficientes y cercanos a sus necesidades”. En política exterior siempre ha sido muy radical: contra la OTAN e Israel, a favor de Hezbollah y de Hamas. También quiere el dialogo con Vladimir Putin; y está dispuesto a aceptar el ingreso de tropas rusas con Ucrania.

La victoria de Corbyn el pasado día12 ala cabeza de su agrupación Nuevo Laborismo marca un punto radical en el seno del partido de los trabajadores británicos. La pregunta es ahora ¿Qué impacto tendrá sobre la socialdemocracia europea?

El riesgo es grande para el laborismo y ese riesgo es el de no ser más un partido de gobierno, como lo ha explicado Alain Bergounioux, historiador y director de “La Revue Socialista”. Ya líder de los laboristas británicos, Corbyn llama también a los socialdemócratas para clarificar la posición entre el partido del progreso social y el del poder.

Corbyn va a perturbar a la izquierda europea, sostiene Philippe Marliere, profesor de Ciencias Políticas de la University College of London. El éxito del diputado de Islington “cuestiona la estrategia de los socialdemócratas y de la izquierda radical”, postula.

La energía de los fieles que votaron a favor de este radical de izquierda proviene de la indignación. Ninguno de sus tres rivales se declaró con más fervor en contra de las políticas de austeridad del Gobierno del conservador David Cameron. “Échenle la culpa a los banqueros”, escribió un columnista del “Financial Times”, tratando de explicarle a la gran mayoría de los diputados laboristas que apostaba que su triunfo sería un suicidio colectivo para el partido.

En realidad, desde que se desató la crisis económica global en 2008 las grandes masas han pagado el pato de la austeridad, mientras las élites financieras se siguen enriqueciendo como si no hubiera pasado nada. “El voto a favor de Corbyn”, opina John Carlin en el diario madrileño “El País”, “fue un grito de rabia contra semejante injusticia más que una ponderada reacción a la derrota laborista en las elecciones generales de mayo”.

La euforia de los simpatizantes de Corbyn, prosigue Carlin, muchos de ellos jóvenes, cuando se anunció el resultado, “puede que haya sido superada por la de los dirigentes del partido Conservador, que llevaban varias semanas frotándose las manos ante la creciente certeza de que, con el barbudo radicalizado de 66 años al mando del principal partido de oposición, “tenían garantizada la victoria en las siguientes elecciones generales”.

Carlin insiste que los conservadores harían bien, “una vez pasada la juerga inicial, en tratar el fenómeno corbynista con cautela”. El nuevo líder laborista, que nunca ha ocupado un puesto ministerial en sus 32 años como parlamentario, “recuerda un poco al personaje que interpretó Peter Sellers en la película ‘Bienvenido Mr. Chance’ (o ‘Desde el jardín’, según el título del libro original), un jardinero abstraído cuyas sencillas opiniones llegan a ser entendidas en Washington como ideas de una enorme profundidad política, con la cual acaba siendo considerado como candidato a la presidencia de Estados Unidos”. Pero la simple honestidad de Corbyn, la aparente ausencia de una calculada política mediática cuando se declara en contra de la guerra y a favor de la paz mundial, cuando establece como prioridad oponerse a todo recorte al Estado de Bienestar, cuando aboga por imponer más impuestos al gran capital: todo esto puede llegar a tener eco en un país en el que muchos de sus habitantes están hartos de la vieja forma de hacer política”.

Muchos opinan que lo más probable es que Corbyn no pueda imponer los cambios que se propone y que se estrelle contra la misma dura realidad contra la que lo hizo Syriza en Grecia.

“Es posible incluso que llegue mucho menos lejos que el líder de Syriza, Alexis Tsipras, y no solo no llegue a gobernar sino que sea desbancado como líder de su partido antes de las elecciones generales. Pero mientras tanto, servirá la función, como Podemos en España, de sacudir al antiguo mundo político británico. A su manera, el viejo rockero de la izquierda, Jeremy Corbyn, ya ha propiciado una pequeña revolución”, concluye Carlin.

La hora de la verdad. Según Philippe Bernard, corresponsal del vespertino francés “Le Monde” en Londres, el momento de la verdad podría llegar en octubre si, como es posible, Cameron le solicita al Parlamento autorización a los bombardeos aéreos en Siria, aprobación que los diputados laboristas le negaron en 2013. “No estoy convencido de que los bombardeos en Siria hicieran algo mejor que matar civiles por docena”, declaró Corbyn durante su campaña. Su cerrada oposición a la guerra podría dividir al laborismo en el momento en el que los conservadores lo consideran “una amenaza para la seguridad del país”.

Mientras, los diarios británicos sitúan a Corbyn, sutilmente, entre Vladimir I. Lenin y el “Che” Guevara. El gran desafío llegará en 2016, cuando el Parlamento sea llamado a votar la renovación de los créditos del arsenal atómico “Trident”. Una fuerza de disuasión nuclear a la que los laboristas adhieren sin ambigüedades, pero contra la cual Corbyn, jefe de la campaña “stop de war” (Basta de guerra), milita desde siempre.

Pero el nuevo jefe de los Laboristas no tuvo siquiera el tiempo de saborear su flamante triunfo electoral, con 59,5% de los votos de los 422 mil adherentes y simpatizantes del partido. La consagración de este diputado marginal, casi un candidato testimonial del ala izquierda del partido sostenido solamente por una quincena de diputados (sobre 232), es un virtual terremoto para la vida política británica, comenzando por el propio laborismo.

“¿Hay que alegrarse de la victoria de Jeremy Corbyn?”, se preguntó la polemista francesa Caroline Fourest, que no encuentra motivo alguno de alegría. Por el contrario, el nuevo líder del Partido Laborista británico es, a sus ojos, “un puro producto de esta izquierda radical que flirtea con los peores extremismos del planeta ya sea por espíritu rebelde o antiamericanismo primario”.

Fourest acuerda con su posición contra las políticas de austeridad y sus intenciones de nacionalizar. Al mismo tiempo ha elaborado una lista de “sus dudosas tomas de posición” (de Corbyn, claro), “sus vínculos con conspiradores y antisemitas” que harían de Corbyn un peligroso aliado de “integristas y tiranos a niveles internacionales”. La lista es larga y no falta nadie que no haga erizar los pelos de Occidente. Philippe Bernard, que encontró su crónica en el sitio francés del Huffington Post, intenta moderar a la señorita Fourest que, en su afán de ver rodar la cabeza del flamante líder laborista, no parece haber verificado todas sus informaciones con demasiado rigor.

Según Fourest, además de lo detallado en el párrafo anterior, a los cuadros de Hamas y Hezbola los llamas “mis amigos”. Tiene su oficina en la mezquita –mejor dicho sus amigos tienen- Finsbury, Park, centro del “Londonistan” islamista de los años ’90 y famosa por haber sido un nido de terroristas.

Corbyn salió elegido diputado en el municipio de Islington North, en el norte del “inner” Londres o Londres interior, en mayo pasado. Así lo cuenta el argentino Ernesto Ekaizer, uno de los principales redactores del matutino español (que hace muchos años era de tendencia socialdemócrata). Ya se habían conocido a mediados de1998 araíz de las tribulaciones del tirano chileno Augusto Pinochet en Londres, quien había sido detenido por los policías de Scotland Yard la noche del 16 de octubre por una orden del juez de guardia Nicholas Evans.

Corbyn venía de ganar la elección en su circunscripción parlamentaria, la más pequeña del Reino Unido, un barrio pobre de Londres que cohabita con casas de ricos. En Islington South, el municipio colindante, vivía Tony Blair antes de ser primer ministro, en 1997. El futuro dirigente de izquierda se convirtió en esa época en la “mosca cojonera” que en el Parlamento denunciaba el exquisito trato VIP que se le daba a Pinochet durante sus regulares visitas a Londres, invitado por la fábrica de armamentos Royal Ordonance. Fuera bajo el gobierno “tory” de John Major o el de Blair.

Si algo le faltaba al flamante líder para que el revuelo fuera mayor, el pasado martes 15 de septiembre tuvo su premio. El 16, las primeras páginas de los diarios eran un verdadero clamor contra un gesto de Corbyn el día anterior en la solemne misa celebrada en la catedral de Saint Paul, en conmemoración del 75 aniversario de la Batalla de Inglaterra, en la que la aviación británica derrotó a la alemana durante la Segunda Guerra Mundial. El nuevo líder permaneció en silencio mientras el resto de las autoridades cantaba el himno nacional.

“Corbyn desaira a la Reina y al país”, se quejaba calculadamente el conservador “The Daily Telegraph”. Linda Nandy, nombrada el lunes portavoz de Política Energética de la oposición, ha dicho que encuentra ofensiva la sugerencia de que la única manera de mostrar respeto por aquellos que sirvieron en la Segunda Guerra sea cantando una canción determinada. El líder de la oposición no dijo nada pero las fotos de los diarios no le ahorraron ni el botón desabrochado de la camisa ni la corbata roja (normalmente no usa) floja.

Corbyn jamás escondió sus sentimientos antimonárquicos. Durante la campaña de las primarias, el saco rojo que había osado ponerse para las ceremonias fúnebres de la reina madre fue descrita como ultrajante por numerosos medios. En un país donde los símbolos cuentan y la Reina figura entre las instituciones más populares junto con el Ejército, la actitud de Corbyn, puntualiza Bernard, es como si fuera un surtidor de azufre.

En un restaurante de Islington, el Granita, hoy desaparecido, Blair supuestamente selló con Brown el pacto de no agresión que le allanó el camino al liderazgo del partido.

A finales de septiembre, Blair renunciará como alto enviado internacional para la paz en Oriente Medio, cargo al que accedió en 2007 con no mucha más credibilidad que un bombero con tendencias pirómanas. Y tras ocho años como enviado en representación de Naciones Unidas, la UE, Estados Unidos y Rusia el único beneficiado parece haber sido él. La región es un infierno gracias a los contactos comerciales que forjó con los emires y jeques del Golfo mientras fracasaba en sus intentos de forjar la tan mentada paz, y hoy es un multimillonario.

Blair exhibe el patrón de lo que en psicología llaman “disonancia cognitiva” –explica Carlín-, sostener con igual convicción dos ideas incompatibles. Como ha escrito el filósofo político John Gray, Blair fue aquel primer ministro nominalmente de izquierda que se identificó con el libre mercado, consolidó el thatcherismo y se fue a la guerra con el neoconservador Bush. Fue el inventor de la teoría de la Tercera Vía que tanto excitó en su momento a la izquierda europea pero, al final, resultó no ser una nueva aportación ideológica sino un hábil instrumento de marketing electoral.

Nadie ha acusado a Blair de caer en la ilegalidad, pero por lo demás se detecta un cierto parecido con la forma de actuar de la FIFA de Sepp Blatter, una ONG, según el propio Blatter, y una máquina de hacer dinero al mismo tiempo. Como el mandamás de la FIFA, Blair viaja siempre en jets privados, es recibido por jefes de Estado con todos los honores y se hospeda en las suites más lujosas, como corresponde a un miembro exclusivo del clube de ricos los y poderosos. No parpadea a la hora de hacer negocios con gobiernos como los de Arabia Saudí, Abu Dabi o Kazajistán, cuya noción de los derechos humanos poco cuadra con los que él pretende representar. La cuestión es llenarse los bolsillos de dinero.

Blair, cuya empresa tiene 200 empleados, posee nueve propiedades en el Reino Unido con un valor acumulado de 35 millones de euros. Sin embargo cuando es cuestionado declara: “No se trata de dinero. Se trata de marcar la diferencia en el mundo”.

¿De cuál diferencia habla?, debe preguntarse el ingenuo –y potencialmente peligroso- Corbyn.

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