70º Aniversario de la bomba atómica: Hiroshima, mon amour

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Hace 70 años, un 6 de agosto, Estados Unidos lanzaba la primera bomba atómica. Lo hizo sobre Hiroshima. Tres días más tarde repitió la masacre pero en Nagasaki. Las dificultades de la sociedad japonesa para metabolizar las razones que la llevaron a la guerra. Y a perderla como la perdió.

El 6 de agosto de 1945 –hace 70 años– en Japón, y quizá en el mundo, cambió la historia para siempre. El reloj marcaba las 8.15 horas en Hiroshima cuando su más de un millón de habitantes tuvo la fatal fortuna de ser la primera población del planeta en ser bombardeada con una bomba atómica. Tres días después, el 9 de agosto, se lanzó otra bomba que arrasó la ciudad de Nagasaki. En total hubo más de 245 mil víctimas civiles.

Los estadounidense bautizaron a la bomba “Little boy”, un cariñoso apelativo para manejar con distancia un invento que llevaba en su interior la semilla de una abrumadora devastación, según reflexiona José Andrés Rojo, uno de los enviados del diario El País a cubrir las conmemoraciones.

Muchos de los que participaron en la misión consiguieron no quedar contaminados por lo que acababan de hacer obedeciendo órdenes, prestando un leal servicio a su patria. Salvo uno de ellos, el capitán Claude Eatherly, que piloteaba uno de los aviones que le abrían paso al B-29 “Enola Gay”, al mando del capitán Paul Tibbets y en cuyo interior viajaba el terror. Eatherly se negó a ser considerado un héroe, pasó por una enorme depresión y fue internado en un psiquiátrico. No dejo nunca de pedir perdón a las víctimas, convirtiéndose en la figura que terminó llevando encima el peso de una culpa colectiva.

Ahora que se acaban de cumplir 70 años de aquella masacre, pareciera que los sobrevivientes hubiesen resucitado y la prensa, que hasta el momento los ignoraba, hoy está llena de desgarradores testimonios, hasta ahora jamás contados.

Takashi Teramoto había vuelto esa noche a su casa después de haber pasado tres meses en un refugio infantil y jugaba feliz en el jardín de su casa. A las 8.15 estalló el infierno. Takashi nunca volvería a ser completamente feliz. Recuerda el destello azul que iluminó el cielo y cómo su vecina, cuando empezó a caer una lluvia ácida y gotas de agua negra, lo tapó con un pedazo de hojalata porque le ardía la cara. “Estoy convencido de que le debo la vida”, dice. Su benefactora murió pocas horas después.

Tres días más tarde y a las 11.02 de la mañana, otro B-29, “Bockscar”, lanzaba otra bomba, esta vez de plutonio, contra Nagasaki. Esta vez la bautizaron “Fat man” y, de una onda expansiva mucho mayor, cayó sobre un barrio periférico. Cerca de 70 mil personas murieron en el acto y en los meses que transcurrieron hasta fin de año. El 15 de agosto, el emperador de Japón capitulaba y la madre de Takashi moría a causa de sus heridas.

Los sobrevivientes recibieron el nombre de “hibakushas” y fueron doblemente víctimas. Terminaron radiados y sometidos al olvido porque encarnaban un pasado que nadie quería recordar. Uno de ellos fue el dibujante Keije Nakazawa, que también era un niño entonces, y al que la bomba le mató a toda la familia. Nakazawa relató su experiencia en una obra maestra del comic, “Pies descalzos”, con prólogo de Art Spiegelman.

Se trata de tres volúmenes de los que hasta ahora se conoce uno, pero los otros se esperan para este año. Su obra ha sido comparada al reportaje sobre Hiroshima que para “The New Yorker” hizo el escritor John Hershey; también a la película “Lluvia negra”, de Shohei Imamura, basada en la novela de Masuji Ibuse. A través de la mirada de un niño, mezclando elementos autobiográficos con históricos, Nakazawa relata no solo el horror de la bomba sino el militarismo japonés y la insolidaridad de sus compatriotas con las víctimas.

“Ha sido un camino difícil desde entonces”, apunta Yosuyoshi Komizo, de la Fundación para la Cultura de la Paz en Hiroshima. “Han tenido que vivir la censura inicial de Estados Unidos sobre los bombardeos, y la discriminación de sus propios compatriotas, que temían los posibles efectos de la radiación. Algunos llegaron a ocultar que habían estado allí. Sentían odio y deseo de venganza. No cambiaron de opinión de una manera fácil. Pero con el tiempo han concluido que continuar con el odio carece de sentido, que la paz es algo que corresponde a cada ser humano, y quieren dar testimonio para que nunca más vuelva a repetirse otro ataque nuclear”.

Japón y la guerra. La historiadora japonesa Eri Hotta, autora de “Japón 1941/El camino a la infamia: Pearl Harbour” (Galaxia Gutenberg 2015), considerada una de las más lúcidas ensayistas de su país, es una de las pocas que se ha encargado de marcarle a Japón sus culpas no reconocidas. Este es un extracto de esa obra.

“Japón afronta sus contradicciones en este 70 aniversario de las bombas. El país, que nunca hizo un debate sincero sobre su imperialismo, quiere recuperar el uso de la fuerza militar. Sin embargo la palabra clave de esta conmemoración será paz. Todo lo que rodeará la ceremonia encabezada por el primer Ministro Shinzo Abe estará vinculado a la paz.

“La paz, es por sí misma, una condición difícil de objetar. Puede actuar como el mínimo común denominador que une a personas con convicciones políticas dispares e incluso a antiguos enemigos.

“Las plegarias por la paz, que aluden sobre todo al abrumador sufrimiento infligido a las víctimas de las bombas, también permiten a muchos japoneses eludir una tarea aún más difícil: reconciliar las interpretaciones opuestas sobre las causas que llevaron a la guerra y desencadenaron la mayor hecatombe nuclear de la historia.

“Es fácil olvidar que en 1945, las armas nucleares eran vistas como una prolongación natural de las preferencias estratégicas de un país para enfrentarse con el enemigo. El bombardeo de Guernica de 1937 conmocionó al mundo, pero con el tiempo todas las potencias aceptaron la idea de que las víctimas civiles formaban parte de aquella guerra total (como las retaguardias japonesas), bien porque los bombardeos de precisión contra objetivos militares se consideraban demasiado complejos, bien que porque convertir a los civiles en un blanco se consideraba una estrategia desmovilizadora eficaz, o bien, y cada vez más a medida que la guerra se prolongaba por ambas razones.

“Japón se anticipó al Blitz (el bombardeo continuado del Reino Unido por parte de la Alemania nazi) y fue uno de los primeros países en lanzar bombas sobre civiles, en particular en Chongqing, adonde Chang Kai-shek había trasladado la capital china desde finales de 1938. Cuando las fuerzas aliadas empezaron a hacerlo, lo llevaron hasta sus últimas consecuencias. Tokio sufrió el mayor ataque aéreo del 9 al 10 de marzo de 1945 (entre 80 y 100 mil muertos en una noche).

“Cuando Tokio se rindió en agosto de 1945, más de 200 ciudades japonesas habían sido bombardeadas. Los que Vivian en los centros urbanos huían hacia el campo dando por tierra aquello de que cada japonés lucharía hasta el final.

“Okinawa había caído y a la población civil se la dejó morir de hambre debido a una red de minas submarinas plantadas por EE UU que impedían el transporte de alimentos.

“La entrada de la URSS en la guerra el 9 de agosto convirtió la invasión de dos frentes, el soviético y el estadounidense, en una perspectiva aterradora para los líderes japoneses. Es posible que las bombas atómicas precipitasen el ritmo de los acontecimientos, pero el temor a la Unión Soviética e incluso a una situación revolucionaria en Japón eran motivos convincentes para que el país se rindiese.

“Así pues nación el nuevo Japón, con una Constitución pacifista en la que renunciaba a la guerra. El borrador fue redactado por Estados Unidos, si bien gran parte de la burocracia de los tiempos de la guerra permaneció intacta, y algunos de los líderes de esa época no tardaron en volver a ocupar cargos públicos. Sobe todo llama la atención que el emperador Hirohito, en cuyo nombre se libró la guerra, se convirtiese en símbolo de paz.

“Las autoridades estadounidenses de ocupación temían, tal vez injustificadamente, que sin él se produjesen disturbios, y más tarde necesitarían a Japón como aliado estable en la época de la Guerra Fría.

“Con el emperador de la guerra aun en el trono, se convirtió en algo imposible discutir abiertamente las fuentes de la responsabilidad de las autoridades japonesas durante la época bélica (con atrocidades cometidas en China, Vietnam, o Indonesia a raíz del afán imperialista del régimen, pero también las consecuencias brutales que tuvo para el pueblo japonés la entrada en la guerra).

“En todo caso Japón demostró ser un valioso aliado de EEUU, y con la ayuda de una rápida recuperación económica, pronto sintió la tentación de olvidar el oscuro pasado bélico. No es de extrañar que en el país no haya habido el equivalente a la “genuflexión” de Willy Brandt cuando el canciller de la República Federal Alemana se arrodillo espontáneamente ante el monumento al levantamiento del gueto de Varsovia en una demostración inequívoca del arrepentimiento alemán.

“El Japón más conservador y oficialista, todavía dominado por la extrema derecha, continua dando por sentado que, mientras se siga hablando de paz, podrá evitar hacer un examen de otros aspectos más sórdidos de su historia agresiva e imperialista, dicho sea sin prejuicio de algunas admirables iniciativas civiles, periodísticas, artísticas y académicas emprendidas a lo largo del tiempo para dar pie a un debate público y sincero.

“Existe una clara división entre aquellos que consideran la guerra como un noble, aunque fallido intento de defender los intereses del país y los que la ven como un trágico error.

“El uso frívolo de un lenguajes pacifista tiene sus riesgos. El 15 de julio pasado, el Gobierno de Abe impuso en el Congreso un nuevo proyecto de Ley de Seguridad que permitiría a Japón enviar ayuda militar a sus aliados como parte de la seguridad colectiva. Esto hizo caer en picada el índice de aprobación del Primer Ministro. Ante el temor de que la normativa pueda involucrar a Japón en el uso de la fuerza militar activa, que el país ha rechazado como una cuestión de identidad nacional de la época de posguerra.

“Alrededor de 150 intelectuales, entre ellos un Premio Nobel de física y una conocida académica feminista se han opuesto conjuntamente a la legislación calificándola de equivocada y despótica.

“La triple catástrofe del terremoto, el tsunami y la explosión de los reactores nucleares que sacudió a Japón en marzo de 2011 es profundamente relevante para la actual retórica popular, ya que sirvió como llamada de atención para muchos japoneses a los que con frecuencia se acusa de pasividad fatalista e indiferencia ante la política. Puede que los dos primeros fueran desastres naturales, pero el tercero fue claramente causado por la mano del hombre, consecuencia de años de mala gestión y de la decidida presión del régimen conservador a favor de la energía nuclear a mediados de la década del 50.

“En tiempos más ingenuos el Gobierno había convencido a los ciudadanos que la energía nuclear era “segura”, y que Japón, siendo como era el único país de la historia víctima de un bombardeo nuclear, mostraría al resto del mundo como se la podía usar con fines pacíficos. Y cuando se trata del uso de la fuerza militar, muchos japoneses también ponen objeciones a la versión de la paz del gobierno de Abe. Por lo tanto, es posible que los que este año pronunciaron una oración por la paz en Hiroshima aparentemente unidos, al fin y al cabo ya no lo estén tanto, concluye este extracto de la historiadora Hotta sobre los tristes vericuetos del alma nipona.

El homenaje. “Como único pueblo atacado por una bomba nuclear, tenemos la misión de conseguir un mundo sin armas nucleares” fueron las palabras del Primer ministro Shinzo Abe para conmemorar el 70 aniversario del bombardeo atómico de agosto de 1945. Alrededor de 55 mil personas –escribe desde Hiroshima Macarena Vidal Liv-, según las cifras oficiales, acudieron a rendir homenaje a las cerca de 140 mil víctimas de aquel ataque y participar en un llamamiento a la paz mundial.

Decenas de hibakushas aun frágiles, muchos en sillas de ruedas, extremadamente delgados y como si tuvieran poca piel, desafiaron el fuerte calor para recordar el peor dìa de su historia y rendir homenaje a los suyos, que aquel día perdieron la vida.

A las 8.15 a.m. los sonidos de una campana marcaron el momento preciso en que estalló la bomba. Los participantes, entre los que se encontraban representantes de un centenar de países y dignatarios como Ban Ki Moon, guardaron un minuto de silencio. El homenaje comenzó con una ofrenda de agua recolectada en 17 puntos de la ciudad, en recuerdo de las víctimas que mientras la piel se les caía a jirones clamaban por agua porque la boca les quemaba, y después morían.

Pese a que reclamo por el fin de las armas nucleares, Abe continua haciendo lobby para que a Japón se le permita intervenir en misiones de combate para ayudar a aliados en peligro. Sus críticos sostienen que esta iniciativa es anticonstitucional y pone al país en riesgo de involucrarse en un conflicto bélico después de 70 años de paz ininterrumpida. “Abe quiere estar del lado de los ganadores, pero en una guerra nunca hay ganadores. Nosotros decimos no a la guerra, no a que los conflictos se resuelvan por medio de la fuerza” decía un comunicado de los hibakushas.

El factor humano. “La mayor parte de lo que se dijo y de lo que se escribió después de la explosión giró en torno a la política y a las estrategias militares. Por eso, cuando al año siguiente apareció un reportaje sobre “el factor humano” de la tragedia, con más imágenes textuales que datos, la comunidad internacional dio un giro en su visión sobre lo ocurrido”, iapuntaa Víctor Núñez Jaime. El texto se llamaba esceutamente “Hiroshima” y había sido escrito por Hershey. El periodista era corresponsal de Time y a veces hacía colaboraciones para “The New Yorker”, por entonces en manos de William Shaw y Harold Ross. Un día recibió un llamado de los editores para que se fuera a la ciudad japonesa para escribir una nota que hiciera hincapié en las consecuencias humanas de la explosión y no tanto en el estado de la infraestructura del país. Hershey se instaló allí en mayo de 1946 y recolectó historias humanas, historias de personas. Gracias al providencial encuentro con un jesuita, el primer “hibakusha” que encontró, pudo conectarse con un mundo marginado de la historia cotidiana japonesa.

Hershey entregó a sus editores un documento de 150 páginas en las que, a través de seis sobrevivientes (un sacerdote, una costurera, dos médicos, un ministro y una empleada fabril) mostraba la dimensión humana de lo ocurrido. Con precisión y detalles, pero alejado del sentimentalismo, “Hiroshima” va contando cómo fue el momento en que el “Enola gay” arrojó la bomba y la sobrevivencia posterior.

“Hiroshima” fue sobre todo un trabajo periodístico y no un panfleto de activista al que incluso se le criticó ser distante y frío. El dilema de los editores fue que como lo publicaban, si entero o por entregas. El 31 de agosto de 1946 la portada del New Yorker era un jardín veraniego (se respetó solamente la cartelera teatral). Cruzando el jardín, ese número de la revista lo ocupaba solamente el reportaje sobre Hiroshima. Su lectura cambió el punto de vista sobre lo ocurrido, se tradujo a varios idiomas y luego se publicó en forma de libro, el cual se convirtió en paradigma del buen periodismo (La editorial Debate acaba de editarlo en España)

El retorno del terror nuclear. Hoy, otros temas han reemplazado las visiones populares del Apocalipsis pero el peligro nuclear regresa de forma recurrente. Cuenta Guillermo Altares que, cuando se produjo el accidente en la central nuclear de Fukushima, tras el terremoto de marzo de 2011, en Japón se multiplicaron las búsquedas en Internet de una palabra: Godzilla. Ese monstruo, nacido en 1954, se había convertido en el símbolo del terror nuclear y parecía que había vuelto, esta vez, con el desastre de la planta Diiha, que estuvo a punto de provocar un accidente comparable al de Chernobyl.

“Nacido como consecuencia de un ensayo nuclear, el monstruo representaba un recuerdo radical de los horrores de la guerra para un país que hace menos de una década había sufrido los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki”, escribió en la revista Foreign Affairs William M.Tstsui, profesor de la Universidad de Kansas y autor de numerosos ensayos sobre la cultura japonesa como “Godzilla on my mind”.

“Godzilla no surge como consecuencia de la bomba de Hiroshima sino a causa de un ensayo nuclear estadounidense en las islas Marshall que afectó a los tripulantes de un barco pesquero llamado ‘Dragón feliz’, que navegaba por la zona”, relata.

Sin embargo, ninguna política ha reflejado con tanta precisión la era atómica como la película “Teléfono rojo, volamos hacia Moscú”, mordaz sátira de Stanley Kubrick. El equilibrio del terror se basaba en la improbable racionalidad de los militares y los políticos: cómo un ataque garantizaba la destrucción del enemigo pero también la propia. En teoría nadie quería ser el primero en apretar el botón.

“El accidente nuclear de Chernobyl fue, tal vez, incluso más que la Perestroika iniciada en mi gobierno, la verdadera causa del colapso de la URSS. De hecho la catástrofe de Chernobyl fue un punto de inflexión histórico que marcó una era anterior y posterior al desastre (…) al punto que el sistema no pudo continuar tal como lo conocíamos”, escribió en sus memorias Mijaíl Gorbachov. Muchos se apresuraron a comparar el accidente nuclear en Ucrania con Fukushima, desde el punto de vista de la catástrofe en su vertiente tecnológica.

Naboto Kan, el primer ministro japonés, ante la última crisis nuclear, una negligencia de investigadores en un laboratorio estatal ocurrida el 23 de marzo de 2013, hizo suyas las palabras del líder soviético, hablando del derrumbe de la nación y criticando al establishment nuclear por no mostrar arrepentimiento. “Gorbachov dijo en sus memorias que el accidente de Chernobyl expuso los males del sistema soviético, el accidente del laboratorio hizo lo mismo con Japón”.

Kan se refería a la desregulación, la opacidad y el beneficio empresarial por encima del bien colectivo, factores que, como más tarde se supo, llevaron al desastre o agravaron la situación provocada por el tsunami.

Pero en Japón el miedo a lo atómico ha resucitado, se ha perdido la confianza en quienes gestionan la energía nuclear y los motivos que los llevan a gerenciarla. Paul Slovic, psicòlogo de la Universidad de Chicago, sostiene que “la radiación puede ser perjudicial y beneficiosa. Si no se está gestionando con cuidado, no es irracional temerle”, asegura este experto en percepción del riesgo.

El miedo a la radiación no se ha detectado solamente en victimas que lo han experimentado, también se ha observado en descendientes de las víctimas de aquel Holocausto.

Todo esto a pesar de que hoy se sabe que las terribles consecuencias de las bombas nucleares no lo fueron tanto: no ha habido daño genético en las siguientes generaciones y apenas aumento en 1% la mortalidad por cáncer.

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