El veterano actor y director Clint Eastwood, vuelve a la gran pantalla para contarnos la historia de un héroe de guerra norteamericano llamado Chris Kyle, famoso por ser el francotirador más letal de la historia militar estadounidense.

“Hay tres tipos de personas en este mundo: ovejas, lobos y perros pastores […] Les azotaré el trasero si se vuelven lobos”, dice el patriarca de la familia a sus hijos, mientras se saca el cinturón y lo apoya arriba de la mesa. Sin dudas, una lección que Chris Kyle, futuro miembro de SEAL (acrónimo de Sea, Air and Land), nunca pudo olvidar.

Basada en su autobiografía, “El francotirador” relata las vivencias de Kyle (Bradley Cooper), un tirador experto del ejército norteamericano, que se transformó en una leyenda luego de matar a 160 personas durante la invasión estadounidense a Irak, luego del atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre (11-S).

La cinta retrata los conflictos bélicos en los que se vio envuelto y, además, intenta ahondar en las secuelas psicológicas que la guerra deja en los que participan de ella, muchas veces sometidos a tener que perpetrar actos que los dejarán marcados de por vida.

Haciendo un análisis ideológico, el nuevo film del octogenario Clint Eastwood, cae claramente en los mismos convencionalismos que la mayoría de las películas norteamericanas acerca de la guerra de Irak: los soldados americanos se refieren a los iraquíes como “salvajes”; se los muestra compasivos en relación a los “malvados” insurgentes; se sienten perturbados al tener que asesinar civiles, etc.

Sin embargo, pecaríamos de ingenuos pidiéndole a Clint que, en su oda al “héroe” de guerra, haga algún tipo de crítica acerca de la invasión y los crímenes perpetrados en Irak por parte del ejército estadounidense. Por eso, mejor hablemos exclusivamente de lo que nos compete.

La película se extiende a lo largo de unos excesivos 132 minutos, donde se nos expone de una manera técnicamente correcta, algunas de las misiones que Kyle tuvo que afrontar durante su paso por medio oriente. Al mismo tiempo, nos introduce en su vida personal, dejando ver la disconformidad por parte de su familia, más precisamente de su mujer, teniendo que soportar una vida al lado de un adicto a la guerra.

El film gana en tensión durante algunas escenas puntuales donde el protagonista debe decidir entre su deber y lo que le dicta la conciencia, teniendo que determinar, por ejemplo, si asesinar o no a un niño que lleva una bomba hacia un escuadrón de marines que transita por las ruinosas calles de Bagdad.

No obstante, estos puntos interesantes en cuanto a lo narrativo, sobre todo desde el punto de vista moral, no tienen demasiado lugar dentro de una producción más preocupada en montar grandes escenas de guerra, impactantes quizás desde lo visual, pero nulas en cuanto a ayudar a dar mayor profundidad a la historia.

Probablemente, hubiese sumado dramatismo al resultado final que se le diera mayor relevancia a plasmar los efectos que la guerra tiene sobre los que la padecen, ya sean estos vencedores o vencidos,  y no abusar de un conflicto bélico que ya hemos visto en pantalla infinidad de veces y, la mayoría de ellas, con similares características.

Por estas razones, y algunas más que debo omitir para no hacer más extenso el análisis, “El francotirador” se nos presenta como una exaltación del héroe de guerra americano, con una interesante actuación por parte de su protagonista, aunque no se puede decir lo mismo del resto del elenco.

Un film que posee algunos aciertos en momentos puntuales del metraje pero que, finalmente, termina cayendo en la superficialidad habitual del relato hollywoodense de los “buenos” y “los malos”.

Eastwood se aleja de obras indispensables como: “Rio místico” o “Gran Torino”, dejándonos un film bélico que quizás haya generado controversias en algunos sectores de la sociedad norteamericana pero que, de este lado del mundo, suena a una “americanada” más sin el mayor atisbo de originalidad.