El director Richard Linklater nos invita a un viaje íntimo y épico por la euforia de la niñez, los sísmicos cambios de una familia moderna y el paso del tiempo.
En la vertiginosa época que nos toca vivir, donde reinan los lugares de comida rápida y las instituciones que prometen “carreras cortas con salida laboral”, si a uno le cuentan que hay un director que se tomo doce años en llevar a cabo un proyecto, tranquilamente podríamos pensar que esto es una vil mentira, y si además nos dicen que, a lo largo de esos años, el rodaje duro solo 39 días, directamente pensaríamos que nuestro interlocutor no está en su sano juicio.
Pero aunque usted no lo crea, “Boyhood” es una realidad que, para el agrado de los amantes del cine experimental, se estrenó el pasado jueves en las salas de nuestro país.
Escrita y dirigida por Richard Linklater entre mayo del 2002 y octubre del 2013, “Boyhood” sigue los pasos del proceso madurativo de un niño llamado Mason (Ellar Coltrane, desde los 6 hasta los 18 años) y su hermana mayor Samantha (Lorelei Linklater, hija del director). Durante ese periodo de tiempo vivirán junto a sus padres (interpretados por Ethan Hawke y Patricia Arquette) todas las situaciones propias de la generación del nuevo milenio.
En primera instancia podríamos decir que la película nos ofrece una radiografía acerca del tiempo, pero no del tiempo en abstracto sino de la vida de dos personas concretas, donde con mucha inteligencia están dosificadas a lo largo del metraje innumerables referencias a la cultura pop de los últimos años.
Y allí, mientras mamá (luego del divorcio) conoce a su primer novio y aparecen en la televisión los dibujos animados de Dragon Ball, papá, en su visita de fin de semana, les habla del “11 de septiembre” y les enseña a los chicos a jugar bolos, pero claro, llega el momento de la primera mudanza y entretanto suena la música de Blink 182 o Coldplay. Obviamente, nunca falta un buen libro de Harry Potter o una consola de videojuegos siempre a mano.
De esta manera, “Boyhood” nos envuelve en la cotidianidad de los personajes como si fuésemos parte de ella: las fiestas familiares, el primer amor, la graduación. Linklater decidió con este arriesgado proyecto filmar la génesis de un ser humano con una simpleza y economía de recursos sorprendente pero, a su vez, con la complejidad conceptual que le gustaría tener a cualquier cineasta que se dedique a hacer algo más que cine comercial.
Quizás algunos pasajes de la película sean más interesantes que otros, estén más logrados o mejor actuados, pero eso no importa demasiado teniendo en cuenta que es lo que se quiere significar. Aquí se ve reflejada la frase que dice: “El todo es superior a la suma de sus partes”.
Desde su propuesta, “Boyhood” abre el juego a un tipo de cine que en Hollywood parece ya no existir, retratando con minuciosidad cuestiones intensamente humanas por donde se las mire.
Linklater, junto a un grupo de actores a los que se los ve muy comprometidos, recupera el lado experimental del cine con una película muy personal, donde se plantean cuestionamientos concretos que luego se responden de una manera sumamente satisfactoria, lo que requiere por parte del espectador un respeto y una sensibilidad diferente a la habitual.
“La vida es un momento” dicen por ahí, por eso le recomiendo al lector de estas líneas que vaya y pase uno bueno viendo una película que difícilmente olvide al salir de la sala de cine.