Panorama financiero internacional: Un Titanic en el Mar Egeo

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Por Gustavo Fiuma

Grecia sigue siendo el foco de la preocupación de los inversores y los mercados financieros. Las Bolsas y las monedas se mueven al compás de las noticias sobre un segundo rescate a Atenas que la Unión Europea (UE) sigue dilatando, sobre todo tras las advertencias de las calificadoras de riesgo que podrían considerar la declaración de default ante un canje de deuda compulsivo.

Ahora se agregó Italia al radar de los ataques especulativos por encima de Portugal y España que hace rato están bajo la mira de las \”guerrillas\” financieras de los mercados. Pero Grecia es el emergente y la punta del iceberg, ya que representa el 2,5% del PBI europeo, algo así como 350.000 millones de dólares, que equivalen al 75% del PBI argentino.

Lo que subyace detrás de la crisis helénica es el descalabro de la deuda pública de los países europeos, en general, en un contexto de desequilibrios fiscales presentes, a los que los problemas de competitividad limitan una más rápida salida hoy, y de envejecimiento poblacional, lo que dificulta una salida futura.

Un somero análisis de los datos de déficit fiscal y deuda pública del FMI sobre los países PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España), más Alemania y Francia, de las últimas dos décadas permite visualizar el contexto real: la situación de deuda al 2011 es compleja en toda Europa; los niveles de déficit y de deuda precrisis eran ya en general bastante elevados; en los PIIGS hay una historia larga de desequilibrios fiscales que se remonta a las últimas dos décadas del siglo pasado, con apenas tibias correcciones en España e Irlanda en los primeros años de este siglo; el impacto de la crisis sobre el resultado fiscal fue devastador, potenciado en Irlanda por el costo del rescate del sistema financiero; y las cifras de Deuda/PBI proyectadas por el FMI (en un marco de supuestos \”benévolos\” de desempeño de la economía mundial) apenas permiten estabilizar los \”ratios\” hacia el 2016 en guarismos que exceden a los del 2011.

Se observan dos abordajes dominantes frente a la situación de Grecia.

1. El primer enfoque consiste en la ampliación del paquete de ayuda que la comunidad financiera internacional, el FMI y el BCE ofrecerían a Grecia, con la contraparte de un compromiso del gobierno griego –ratificado por los principales partidos– de profundizar el ajuste.

Este abordaje merece dos advertencias que deben ser consideradas cuidadosamente porque serán determinantes del éxito o del fracaso de la ayuda. La primera tiene que ver con la cuestión técnica de la implementabilidad de las medidas, o sea que las medidas sean técnicamente implementables y no una mera aspiración de deseos –o peor aún un dibujo de creatividad fiscal–, en cualquier caso alejadas de la realidad. Este no es un tema menor si se recuerda el optimismo existente a mediados de los \’90 con que los países, hoy en dificultades, encarrilarían su desempeño fiscal para alcanzar las metas comunitarias y el posterior debate sobre la verosimilitud de las cifras fiscales precisamente de Grecia. Todo esto se vio frustrado o fue el caldo de cultivo de esta crisis.

2.El segundo enfoque del abordaje convencional (ampliación de paquete + compromiso de profundización de la corrección) tiene que ver con la viabilidad política, tanto en el plano internacional como en el nacional o doméstico. En el plano internacional implica para los acreedores hacerse cargo de una fracción aún mayor de la deuda griega, lo que supone tensiones hacia adentro de esos países, lo que promueve un endurecimiento natural hacia Grecia. A medida que los acreedores pasan a ser gobiernos de otros países, la naturaleza del conflicto cambia, con connotaciones trágicas en clave histórica comparada. En el plano doméstico de Grecia, el problema radica en la dificultad de esa sociedad para hacerse cargo de su pasado (que se resume en su nivel de deuda) y resignar un estilo de vida que fue financiado por déficits fiscales de enorme envergadura por varias décadas.

Las decisiones sobre este tema han sido postergadas para mediados de este mes y serán resueltas en un contexto de gran tensión, la que surge de haber endeudado al país –o a los países si se considera la situación del resto de Europa– para financiar el \”Estado de Bienestar\” y ahora los servicios de la deuda compiten con los compromisos contraídos por ese sistema, por ejemplo los regímenes previsionales, en un contexto en que la suba de alícuotas impositivas puede afectar la competitividad, sin que el régimen cambiario permita aliviarlo como ocurría habitualmente en el pasado. Todo esto reduce los grados de libertad de la política económica y limita el menú de salidas.

Parte del endeudamiento griego ha financiado actividad empresarial del Estado. De allí que, como ocurriera en Argentina en los \’90, el programa de corrección prevé un fuerte énfasis en privatizaciones y ventas de activos públicos por 70 mil millones de dólares.

Ha existido también en el sustrato de este proceso un problema de niveles remuneratorios incompatible con la productividad media del país. En otros términos, en materia de ingresos y costos laborales, el empalme de los PIIGS, y de Grecia en particular, hacia los niveles de los países de la UE más ricos fue de mayor intensidad que el realizado en términos de productividad, lo que afectó más a los sectores productores de bienes transables. Esto también está en la esencia del conflicto político. Acá es donde se produce el espejismo de que una devaluación sin traslado a precios (y costos), lo arreglaría al devolver competitividad. Pero eso implica el abandono del euro (el espejo de la Argentina del 2002).

Seguramente, una política monetaria europea más expansiva hubiera facilitado el proceso de ajuste. Por un lado, habría facilitado instrumentos de ayuda a los países/bancos en problemas. Por otro, habría \”debilitado\” el euro. En cambio, la combinación de una política monetaria restrictiva con una corrección fiscal es muy compleja por sus efectos sobre el nivel de actividad. Comparativamente, la facilitación monetaria hizo la corrección más tolerable en EE.UU., donde el dólar se encontraba, al concluir el primer cuatrimestre, en un nivel mínimo para los últimos 35 años cuando se considera el tipo de cambio real amplio que elabora la Reserva Federal, y 15% debajo del promedio de ese período; si se considera el tipo de cambio real frente al G-7 también el valor de abril de 2011 es un mínimo para ese período y frente al resto de los socios comerciales es el más bajo de los últimos 20 años.

El aflojamiento monetario europeo y el eventual debilitamiento del euro tiene límites en el hecho de que en el punto de partida el superávit en cuenta corriente de Alemania es elevadísimo (5,3%, 5,1% y 4,6% en los años 2009, 2010 y 2011, entre realizado y estimado en este caso por el FMI). Un euro más débil, sin una contrapartida de mayor gasto doméstico en Alemania, haría que los alemanes se \”compraran el mundo\”.

Es que Berlín debe ser parte del rebalanceo mundial, aumentando la absorción doméstica e invirtiendo \”off shore\”, pero la clave es que, hacia adentro de Europa debe haber ritmos distintos y correcciones diferentes.

Es probable que el rebalanceo global con Asia facilite el sendero europeo gradualmente. De eso se trata, en última instancia, lo que recomienda el FMI y reclama el G-20, que piden una fuerte revaluación de las monedas asiáticas para agregar los márgenes de libertad que la situación internacional reclama.

La revaluación de las monedas asiáticas otorgaría mayor competitividad a las exportaciones europeas pero, además, abarataría en términos relativos las inversiones de capitales asiáticos en Europa, tema no menor en general y particularmente importante para Grecia y otros países que se incorporarían al proceso de privatizaciones. Este fenómeno se aceleraría si hubiera un programa claro y creíble hacia adelante en los países afectados y a escala regional en Europa. Programas con proyecciones exageradas y sin credibilidad demoran, en rigor, la restitución de la confianza, que es una condición crucial para el restablecimiento del flujo de inversiones. En ese sentido, el programa que inicialmente se acordó con Grecia suponía una vuelta rápida a los mercados voluntarios de crédito sobre la base también de una recuperación macroeconómica rápida, y de la consecuente mejora de los indicadores fiscales, que ahora se sabe no está disponible. Claro que, si se supiera que toda la deuda griega sería absorbida por el Fondo de Estabilización, esto podría ser interpretado como una forma de salida no traumática de la crisis y en el largo plazo sería posible prever una solución, con la dosis de subsidio, la puja por el reparto de costos y el problema del riesgo moral que este tipo de alternativas implica.

El segundo abordaje a la cuestión de Grecia sería la ruptura que provocaría un default, y la reconversión de las operaciones de endeudamiento a una moneda nacional. Como Grecia no dispone de esa moneda (y no puede apelar a una pesificación, para seguir con la comparación de la ruptura de la Convertibilidad en Argentina), debería recrearla (de allí que se mencione el dracma) abandonando al euro.

Esta solución implicaría navegar en aguas desconocidas dado que se trataría de un default sumado a una devaluación y al abandono de la moneda común, con países circundantes a la que está ligada por vínculos comerciales. En Argentina este último ingrediente no existió.

Esta salida tiene implicancias para la UE y para la propia Grecia. Para los países europeos es difícil estimar el impacto en términos de contagio para las naciones más vulnerables como España, Portugal e Irlanda. Ya es y sería aún más grave por tratarse de sociedades acostumbradas a disfrutar décadas de prosperidad que determinaron un nivel de vida que la austeridad provocada por el ajuste tornaría insostenible. Y con el agravante, usual en estos casos, de que quienes disfrutaron la fiesta (gastaron en exceso en el período de vacas gordas) no son los mismos que pagan el ajuste. A esto se agrega el hecho de las expectativas frustradas en las nuevas generaciones, condenadas a vivir, algunos años al menos, peor que sus padres y que los inmigrantes, lo cual es un caldo de cultivo de tensiones sociales de los cuales los \”indignados\” son apenas un ejemplo o un anticipo. El contagio financiero se podría difundir por la vía de los bancos europeos vulnerables. En otros términos, puede estarse frente a ante un caso Lehman, pero agigantado y esto es parte del \”trade off\” de los gobiernos entre los países todavía inmunes: el costo fiscal del salvataje de sus propios bancos si el eventual ejemplo del default se propaga.

El plan sugerido por Francia con el fin de renovar voluntariamente el 70% de los vencimientos y colocar el 30% restante en el Fondo de Estabilización, para reciclarlo de ser necesario, pero al mismo tiempo mejorar la calidad del activo, recuerda soluciones latinoamericanas en el marco del Pre Brady y no deja de ser una idea interesante. Se suele comparar la situación de Grecia con Argentina o Uruguay en el 2001. La idea, por decirlo simplemente, es que si ambos países latinoamericanos emergieron (Uruguay más civilizadamente que Argentina) con cortos recesos, ¿por qué no Grecia, con una reprogramación de pago y default? Acá una diferencia crucial es la capacidad de aprovechar el \”viento de cola\” y la bonanza de las economías emergentes. En otros términos, la suba de los precios de las commodities constituyó un argumento muy significativo para Argentina y Uruguay en su carácter de países productores de alimentos. No es el caso de Grecia, cuya economía depende de otros tipos de recursos (el turismo). Casualmente, o no tanto, un clima social de tensión no hace atractivo el turismo, y tampoco nuevas inversiones.

La salida del euro agregaría dramatismo por el impacto sobre el tejido de las transacciones comerciales, con una muy fuerte participación griega en el comercio intrazonal. Sería revertir todas las ventajas de economías de escala que justificaron la unificación monetaria. La ruptura de este tejido agregaría un nuevo factor recesivo que también estuvo ausente en el caso de la devaluación argentina del 2002, lo que también es una diferencia importante a la hora de extrapolar nuestra experiencia a la de Grecia.

La aprobación de la primera parte del paquete por parte del Parlamento griego el 29 de junio constituyó una señal alentadora, más allá de la inevitable reacción adversa de la calle. El paquete incluye muchas medidas conocidas por los argentinos, de ahí la importancia de la implementabilidad en el plano técnico, para ahorrar 100.000 millones de euros en cuatro años con medidas tales como la extensión del IVA en ciertas líneas, un impuesto solidario, una drástica reducción en el número de empleados públicos, etc. Y los 70.000 millones que piensan obtener de privatizaciones que, de concretarse, sería una soplo de aire fresco en la medida en que se utilice plenamente para cancelar la deuda.

Pero las autoridades comunitarias están tardando más de la cuenta en resolver el caso griego, que solo es la punta del iceberg. Y los mercados lo saben, y por eso actúan en consonancia. El Banco Central Europeo puede salir al ruedo e intervenir comprando más bonos de los PIIGS, pero eso tiene un margen cada vez más estrecho. Y eso también lo saben los mercados. Todo indica que es hora de ponerse los pantalones largos o más de uno se va a quedar sin ellos.

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