Brasil, el imperio contraataca

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Las restricciones a las importaciones decididas por el gobierno de Dilma Rousseff provocaron una “guerra comercial” que afecta principalmente a las automotrices en Argentina, pero también a otros importantes exportadores como China.

Por Gustavo Fiuma

Jaqueado por un convulsionado frente interno, el gobierno brasileño de Dilma Rousseff pareció perder la cabeza, a comienzos de mayo, cuando decidió implementar restricciones a las importaciones anunciando la aplicación de licencias no automáticas para importar autos y autopartes.

Para algunos miopes esto significó una escalada en la controversia comercial que mantiene con la Argentina, una represalia por las trabas que aplica el gobierno de Cristina de Kirchner a los productos brasileños, señalaron algunos. Hasta un alto asesor de Dilma, Marco Aurelio García, llegó a afirmarlo. Pero el ministro de Industria brasileño, Fernando Pimentel, salió al cruce desmintiendo que se tratara de una acción directa sobre su “socio estratégico”, como a ellos les gusta calificar a la Argentina.

Pero como el foco eran los autos, la principal víctima parecían ser las exportaciones argentinas porque es el único rubro donde la balanza comercial bilateral es superavitaria para nuestro país. Y además es uno de los pilares del sector industrial que sustenta el alto nivel de actividad manufacturera local.

Pero lo cierto es que, más allá de que la decisión brasileña afectara directamente a su “socio estratégico”, muchos soslayaron el contexto en que se produce esta reacción, para algunos descabellada, de la política comercial de Brasil.

En primer lugar hay que tener en cuenta que la aplicación de licencias no automáticas para importar es una herramienta del menú autorizado por la Organización Mundial de Comercio (OMC) y, por lo tanto, tiene carácter universal. Es decir, que no se aplica solo a un producto de un determinado país, sino que es para la importación de todos los orígenes. De modo que ningún país puede considerarse afectado directamente, más allá de que el mayor golpe se lo lleve la Argentina.

De ahí viene el entuerto en que se hallan los dos mayores socios del Mercosur. Porque al trabar las importaciones de autos de todos los orígenes, Brasil no puede negociar con Argentina el levantamiento individual de las restricciones porque esto provocaría la inmediata queja del resto de los países que exportan autos al mercado brasileño, en particular de la región Asia-Pacífico.

Lo que ha desnudado este conflicto comercial es que Brasil dio un giro en su estrategia externa. Con esta movida han anunciado que ahora estarán más activos en la defensa de su comercio y, por ende, de su industria nacional.

Esto no es producto de una reacción alocada por el riesgo del impacto sobre el flujo de comercio involucrado sino que es la consecuencia de una serie de hechos que se vienen registrando en los últimos meses y que alertaron a las autoridades brasileñas sobre que algo andaba mal. Por si ellos el Gobierno no se anoticiaba, los industriales se lo hicieron saber con constantes reclamos del accionar predatorio de la competencia externa. Y aunque el espíritu del “tudo bem” domina a la diplomacia de Itamaraty, sede de la cancillería brasileña, la presión de los poderosos industriales paulistas, a los que se sumaron los gaúchos sureños, hallaron eco en los oídos de varios miembros del gabinete de Dilma.

Hasta ese momento el principal dolor de cabeza del equipo económico de Guido Mantega, el ministro de Hacienda, era como detener el proceso de apreciación cambiaria que experimentaba el real desde el año pasado con mayor virulencia. Sobre todo, y como ya se advirtiera desde “Gaceta Mercantil”, con vistas al fuerte ingreso de capitales que sigue registrando la economía brasileña y que promete intensificarse en los próximos meses. En lo que va del año, el saldo cambiario es positivo en más de 45.400 millones de dólares, más del doble de lo que ingresó neto en todo el 2010. De este total unos 12.500 millones son producto del saldo comercial y el resto es flujo financiero. Además las reservas internacionales ya superaron los 333.000 millones de dólares, algo así como el PBI argentino de un año.

Esto tiene un insoslayable correlato sobre el tipo de cambio, que a pesar de las fuertes compras de divisas del Banco Central apenas logra mantenerlo por sobre los 1,60 reales por dólar. Según cálculos privados este dólar ya es equivalente al uno a uno, en términos reales, del lanzamiento del Plan Real a fines de los ’90. La pérdida de competitividad vía el tipo de cambio es notoria, y no le pertenece solo a este gobierno sino que fue heredada de la gestión de Lula Da Silva. Es en realidad resultado de la avalancha de capitales financieros e inversiones productivas que desembarcaron en Brasil en los últimos años, por la performance del gobierno de Lula y la abundante liquidez internacional, que busca altos rendimientos en los mercados emergentes. Brasil ostenta una de las mayores tasas de interés reales del mundo, lo que potencia el ingreso de capitales.

Con este problema cambiario, que detonó una explosión importadora en el último año, donde las compras al resto del mundo crecieron a tasas del 40% anual, se conjugaron otros factores, algunos como resabios de la recesión mundial.

Los industriales brasileños venían bramando por el bajo tipo de cambio que afectaba la rentabilidad de las exportaciones. Era un foco de conflicto con el gobierno, que tiene como epicentro el nivel de las tasas de interés. Ocurre que el Ejecutivo está en la encrucijada de haber vuelto a subir las tasas para desacelerar el nivel de demanda interna porque el objetivo es mantener la inflación bajo control por debajo del 4% anual, pero ello terminó apreciando aún más el tipo de cambio.

A esto se sumo la avalancha de productos asiáticos, principalmente de China. Los fabricantes locales comenzaron a perder participación de mercado a manos de los chinos, en niveles preocupantes que han llevado en algunas regiones al cierre de plantas.

¿Pero cómo frenar a los chinos sin desatar una guerra sin cuartel con el principal socio comercial y mayor comprador de soja y otros commodities de origen brasileño? Así recurrieron a un mecanismo muy poco utilizado en los últimos años, las licencias no automáticas para importar. El primer rubro fue el automotriz, porque la llegada de vehículos producidos en Asia-Pacífico empezó a inquietar a las terminales brasileñas. En la volteada cayó también la Argentina, e incluso México.

De esta manera Brasilia avisó que no se quedaría de brazos cruzados y dejaría a expensas de su suerte al mercado doméstico. Historia y gimnasia en defensa de la industria local no le falta. De paso aprovechó para movilizar a las autoridades argentinas, que parecían no cumplir con los acuerdos firmados a principios de año, en cuanto a flexibilizar el ingreso de productos brasileños al mercado argentino, en particular, neumáticos, baterías, autos, alimentos, calzados, textiles y otras maquinas y equipos.

Sin embargo, la avalancha asiática no solo involucra al sector automotriz. Las quejas industriales llevaron a alertar el aumento de prácticas desleales, utilizando la triangulación de mercados de origen.

Lo que detectaron varios sectores industriales es que, fundamentalmente China, evade las restricciones a las prácticas antidumping (cuando un país exporta un producto a menor precio del vigente en su mercado interno, entonces se le aplica un arancel extra) mediante la triangulación. Fue así que los empresarios comprobaron que en varios rubros, desde marcos para anteojos hasta calzados, habían aumentado significativamente las importaciones de países, cuando incluso estos no tenían capacidad instalada para proveer dichos embarques. La denuncia es que China utiliza a otros países de la región como Vietnam, Tailandia, Singapur, Hong Kong y otros para exportar sus productos. De esta manera vende en el mercado brasileño a un precio inferior que en China y no paga un sobrearancel porque esos países no tienen denuncias de dumping.

Las denuncias que llegaron a la prensa mostraron hasta e-mails del exportador asiático donde le explicaba al importador brasileño que podía ofrecerle triangular porque ya lo venía haciendo como una práctica normal con otros importadores. Las autoridades del área no pudieron taparse los ojos y empezaron a abrir investigaciones por competencia desleal, lo que traba esas operaciones hasta tanto se compruebe el daño a la industria local. De acuerdo a datos de la OMC, la OCDE y la UNCTAD, Brasil lidera en el último semestre el ranking de investigaciones antidumping en el Grupo de los 20 países más industrializados, que representan el 80% de la economía mundial. Prácticamente ha triplicado el número de expedientes de investigación respecto al año pasado.

El gobierno de Rousseff, que tiene problemas políticos, nuevos escándalos de corrupción vinculados nuevamente con el actual jefe de Gabinete y ex hombre fuerte de la gestión Lula, Antonio Palocci, no puede rivalizar con los empresarios y desoír sus pedidos.

Tomó el toro por las astas y disparó sobre la selva. No podía hacer foco en uno u otro animal porque sabía que enseguida se le vendría encima. Accionó contra todos, en un sector sensible por el impacto sobre la cadena productiva. La estrategia continuaría negociando uno por uno, según su relevancia en la matriz exportadora de Brasil. Por eso no puede hacer excepciones con las licencias no automáticas.

Con Argentina puede negociar lo que ambos pactaron ya en otros conflictos, tener un canal “fast track”, o sea, cuando un producto del vecino país llega a la frontera y está alcanzado por una licencia que pase más rápido que el resto. La OMC permite hasta 60 días para aprobar una licencia no automática. De esta forma ningún otro exportador puede alegar trato preferencial y accionar contra Brasil.

Claro que nada es gratis en la diplomacia internacional. China tampoco quiere encabezar una guerra comercial, pero como ya se lo hizo saber a la Argentina cuando suspendió las compras de aceite de soja, no está dispuesta a quedarse sentada viendo como la castigan. Por ese motivo, en las últimas horas trascendió que Beijing no avalaría que Brasilia tenga un sillón permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, una vieja aspiración de Itamaraty. Su socio en el bloque de los BRIC, que ya dejaron de ser promesa para convertirse en una realidad insoslayable para todo el mundo, también juega fuerte y usará todas las armas que tenga a mano, sobre todo en aquellos mercados donde le aceptaron el status de economía de mercado.

Pero el gobierno brasileño está dispuesto también a jugar fuerte para consolidar su posición de liderazgo a nivel internacional. Anunció que están estudiando aplicar más licencias no automáticas a otros sectores donde se vea amenazado el superávit comercial. Entonces, habrá que prepararse para nuevos cañonazos.

Todo esto no es más ni menos que la temible guerra comercial que desató la recesión mundial del 2008/2009. A pesar de la mejora, sobre todo de los mercados financieros, de no ser por el alto precio de los commodities la situación sería mucho peor.

Como broche final de la creciente presión empresaria sobre el gobierno, la poderosa central fabril paulista, FIESP, celebró una especie de “Pacto Social” con las principales centrales obreras, la Central Unica dos Trabalhadores y la Forza Sindical, en algo que consideraron inédito y muy significativo.

El documento en pos del trabajo y la producción, para envidia de los soñadores criollos, será presentado en estos días a la presidenta Rousseff.

Lo que han acordado empresarios y sindicalistas, que ven con suma preocupación como se desacelera el nivel de actividad interna y son victimas del accionar desmedido del proteccionismo argentino y de las practicas desleales de China, es lisa y llanamente la defensa de la industria brasileña.

Si bien el foco es China, y cuidan de no mencionar a Argentina, piden identificar y reducir las barreras tarifarias y no tarifarias a las exportaciones, ampliando la actuación oficial en foros internacionales y de forma bilateral. En cuanto a la estrategia de defensa comercial el pacto exige “incrementar el uso de instrumentos de defensa comercial, incluyendo salvaguardas y medidas compensatorias, licencias no automáticas y otros mecanismos”. Le piden al gobierno, además, que sea más activo y expeditivo ante las denuncias de daño. Y en particular, con China reclaman mantener el tratamiento de una economía que no opera en condiciones predominantes de mercado y “aplicar salvaguardas transitorias para productos específicos”.

La música está clara: ahora a defenderse, pero de todos; y más de China, aunque en el medio irán cobrándose el maltrato de algunos socios comerciales como Argentina, una manera de escarmiento o tirón de orejas.

Vale tener en cuenta que si el gobierno de Rousseff tomó estas medidas y piensa en seguir tomando otras, es porque no solo perdió la paciencia con algunos como con Argentina, sino que ha mostrado sus cartas y su política comercial es más agresiva e intolerante que la de Lula. Rousseff tuvo contemplación con su par argentina que enfrentaba un período preelectoral, pero esa “tregua” se terminó. Ahora negociarán cediendo cada parte algo para que el conflicto no termine conspirando con la operatoria de las industrias en ambos lados de la frontera.

Pero ha quedado confirmado que Brasil tomó la iniciativa y como no puede mejorar el tipo de cambio nominal, buscará hacerlo vía beneficios impositivos y financieros para los exportadores con el fin de elevar el tipo de cambio efectivo. Al compás de una política comercial más defensiva que ellos no quieren llamar proteccionista porque se amparan en la OMC. Un final abierto que promete nuevos combates.

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