Los Mandela devoran a Mandela

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Una guerra encubierta tiene lugar desde hace años entre los descendientes de sus dos primeros matrimonios y los amigos que Mandela hizo en su tortuoso camino…

De un lado, los descendientes de sus primeros matrimonios. Del otro, su actual mujer y los amigos que hizo en su camino a la libertad. En el centro, en una silla de ruedas y tapado con una manta, el político más admirado del mundo. El crepúsculo de su vida, escribió su amigo John Carlin, es un siniestro vodevil que no ha hecho más que comenzar.

Sentado en el salón de su casa –mayo de 2012–, dos de sus hijas discuten a un par de metros un tema trascendental: cómo se repartirán los muebles cuando el padre muera. Aquellos que tienen o han tenido una relación muy cercana con Mandela (Madiba, para los íntimos), no se sorprendieron en absoluto cuando Carlin contó la escena que había presenciado.

Respondieron narrando otras historias similares que horrorizaban ante el descaro y vulgaridad que exhiben los herederos de Mandela “en el afán de explotar las oportunidades materiales que ofrece su asociación sanguínea con el personaje político más venerado del mundo”. Todos los que hablaron pidieron que no se publiquen sus nombres por respeto a Mandela (que pronto cumplirá 95 años muy probablemente en estado vegetativo), para iniciar una guerra pública con sus hijas, sus nietos y bisnietos antes de su muerte.

Pero una guerra encubierta ha tenido lugar hace años entre los descendientes de sus dos primeros matrimonios y los amigos que Mandela hizo en su tortuoso camino hacia la libertad. Y no solo amigos. Según las fuentes consultadas, bien enteradas de lo que ocurre en el hogar del antiguo presidente sudafricano, el objetivo principal del odio y resentimiento de los herederos del anciano ex presidente sudafricano es su tercera esposa, con la que no tuvo hijos, la mozambiqueña Graça Machel.

Según Carlin, la tercera señora Mandela desentona en el clan familiar casi tanto como un personaje de Marcel Proust en la casa de los concursantes de “Gran Hermano”. Hasta ahora ha mantenido un digno silencio. Su primer marido, Zamora Machel, liberador de Mozambique, fue uno de los personajes míticos de la independencia de África en los años ‘70 y luchó denodadamente contra la guerrilla derechista de Jonas Savimbi que estaba a sueldo, en parte, de los sudafricanos, que no toleraban tener como vecinos, entre otras naderías, a unos legítimos marxistas-leninistas. Machel murió en un atentado al avión en que se trasladaba, según investigaciones, organizado por la CIA estadounidense.

Graça Machel se eclipsa en cuanto puede y evita mezclarse en ese galimatías de avaricia, celos y mal gusto que brota de la numerosa descendencia del viejo ex mandatario sudafricano. Abogada, de 67 años y con dos hijos, ministra y ex primera dama de Mozambique, Mandela estaba en la cárcel de Robben Island cuando falleció Zamora Machel y comenzó un intercambio epistolar con Graça.

En cuanto al irracional odio que siente el clan Mandela por Graça, Carlin relata que una de sus fuentes le contó que, “convencidos absurdamente de que ella se casó con él solo por su dinero, el único concepto de vida que son capaces de entender, cuestionan permanentemente la legitimidad de su matrimonio”. Pero insistió en que, con la excepción de la señora Machel, todos los miembros de la familia Mandela eran unos crasos aspirantes a nuevos ricos que no han aportado nada de valor al bien común del país. “El temor del resto de la familia es, evidentemente, que Machel, mujer que ha dedicado su vida a la lucha por la democracia y los derechos humanos, se acabe quedando con un buen trozo de la herencia de su marido”.

En casa de Mandela una de las mayores preocupaciones hoy es que Mandela consiga un periódico y, en un inusual momento de lucidez, se entere del último capítulo de la saga familiar, el que ha destapado el conflicto latente entre los parientes que le tocaron y los amigos que él eligió.

El siguiente relato, siempre según Carlin, explica que existe una causa traída por dos de las tres hijas de Mandela, Makaziwe y Zenani, contra un grupo de abogados nombrados por el expresidente para dirigir dos empresas cuyo objetivo es acumular dinero para sus herederos.

Abogado de profesión, Mandela optó por no permitir que su familia ejerciera el control de estas y otras empresas de su patrimonio, todas creadas con el mismo fin. Las hermanas, apoyadas por otros miembros del clan, buscan que -contra los expresos deseos de su padre- un tribunal les traspase el control de las compañías. El objetivo es poner de nuevo en marcha una máquina que está en manos de estas dos empresas y que se paró, por voluntad del propio Mandela, hace nueve años. Se trata de la impresora gráfica que en este caso sirve, ante todo, para imprimir dinero.´

El más destacado de los abogados contra los que las hermanas Mandela se han querellado, George Bizos, no ha disimulado su indignación. Las dos mujeres, acusó Bizos, amigo de Mandela desde hace 60 años, “quieren tener en sus manos cosas que no deberían venderse y el dinero de las empresas”.

La hija de Makaziwe Mandela, Tukwini, acusó a Bizos de “mentiroso” en una carta abierta que le escribió vía Associated Press. Es difícil imaginar la impertinencia contenida en sus palabras. Bizos, de 84 años, es un monumento en Sudáfrica; le darán a varias calles su nombre cuando muera.

De origen griego pero con las maneras y el acento inglés de un aristócrata británico, Bizos defendió a Mandela en el juicio en el que, en 1964, se salvó de la pena de muerte y por el que recibió cadena perpetua; defendió a Winnie Mandela 27 años más tarde, cuando se la acusó de secuestro y asalto; y se ha pasado toda la vida ofreciendo sus servicios como abogado a militantes políticos contra el apartheid o, cuando llegó la democracia, a las personas más desfavorecidas y vulnerables de su país. Mandela, que lo quiere como a un hermano. Si Madiba conociera las declaraciones de su nieta contra Bizos en alguno de los periódicos que su actual esposa intenta que no lea, no es exagerado suponer que moriría de una apoplejía.

Wines. La principal contribución que ha hecho Tuwini Mandela a la Humanidad ha sido crear, con su madre, que ha logrado colocarse en la dirección de 16 empresas sudafricanas, una marca de vinos que lleva el nombre de su abuelo. Otras dos nietas han lanzado una línea de ropa, también utilizando el venerable nombre familiar, además de protagonizar un “reality show” llamado “Being Mandela” (Ser Mandela) en el que las dos aparecen de compras en los centros comerciales más lujosos y cenando en los restaurantes más de moda de Johannesburgo (Entre ellas y las Kardashian de E entertainement, casi ninguna diferencia).

También hay un nieto, Mandla, bien polémico. Está acusado, entre otras cosas, de intentar vender a una compañía de televisión los derechos para filmar el entierro de su abuelo en las tierras ancestrales donde nació. El enésimo episodio de vergüenza ajena ocurrió en mayo después de que un juzgado ordenara a Mandla devolver los cuerpos de tres de los hijos de Madiba a Qunu, de donde él mismo los exhumó en 2011 para llevarlos, sin el consentimiento familiar, a la vecina Mvezo.

De esta manera, se abre la puerta a que Mandela sea enterrado en el lugar que siempre había señalado como su tumba preferida y el nieto sufre un fuerte revés en relación al peso de su poder en la familia. Los demandantes (Makaziwe, primógenita de Mandela y tía de Mandla, y Graça Machel), reprocharon a Mandla su afán porque el mausoleo de los Mandela se instale en Mvezo porque es donde él vive y tiene fuertes intereses económicos.

No es del todo sorprendente, sin embargo, que se haya producido una ruptura entre la familia y los amigos de Mandela, casi todos provenientes del mundo político. La ruptura la provocó él en cierto modo, hace muchos años, cuando optó por anteponer la causa de su pueblo a la de su familia biológica. De lo único que se lamentó cuando salió de la cárcel después de 27 años fue consecuencia de la ceguera ideológica, la división ideológica o un pasado reciente complicado, con heridas aun por cicatrizar. Para eso hay que desear el bien común por delante de cualquier otro interés, ser generoso y no mezquino, visionario y no cortoplacista, pragmático y no partidario. El ejemplo de Mandela, ante todo un político y no –como siempre recordó– un santo, demuestra que sí, se puede.

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