Vale la pena que nosotros mismos hagamos el esfuerzo

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\”La prensa encadenada y la otra se unen para dar resonancia a los propagandistas de la entrega de nuestro petróleo\”, afirmaba el autor en este artículo publicado en 1957 en la revista \”Qué\”.

Las compañías extranjeras de petróleo, de electricidad y de servicios públicos, que se mantienen en actitud rampante con sus zarpas listas para abalanzarse al menor signo de debilidad, han desencadenado una extraordinaria campaña de prensa, cuyo principal protagonista ha sido estos días el ex ministro de Industria y Comercio, ingeniero aeronáutico don Álvaro Alsogaray. Todo cuanto escribe el ingeniero Alsogaray merece la más amplia y destacada acogida de nuestra prensa, que de esta manera demuestra que no están en juego simples conceptos abstractos, porque no es posible suponer que ellas estimen que nosotros vamos a imaginar que ese empeño que ponen en resolver nuestros problemas proviene de un impulso generoso. Estas campañas tienen siempre un objetivo preciso y se desenvuelven en consonancia con presiones políticas y diplomáticas que giran en torno a las diversas posibilidades de ganancia. A veces es el petróleo. A veces son los servicios públicos.

Vamos a proporcionar al lector un ejemplo claro del grado de cinismo que alcanzan estas campañas. Durante la primera guerra mundial de 1914 a 1918, por necesidades estratégicas, el gobierno de los Estados Unidos había tomado posesión y administraba por su cuenta todos los ferrocarriles norteamericanos. Los antiguos propietarios querían contrarrestar el peligro de que esa administración se prolongase indefinidamente y que terminara en una expropiación definitiva. Para formar un ambiente contrario a la estatización, los corresponsales norteamericanos recibieron instrucciones de enviar crónicas detalladas del supuesto fracaso que en todos lados constituía el manejo de los ferrocarriles por el Estado.

Es lo que cuenta Georges Seldes, corresponsal en Alemania de \”Chicago Tribune\”, en los párrafos siguientes: \”Un día, en 1920, recibí una orden de mis jefes para que enviara un despacho detallado sobre el fracaso del Estado en la administración de los ferrocarriles alemanes y sobre su mal funcionamiento. Todos los corresponsales de los demás diarios norteamericanos habían recibido una orden similar y procedieron como se les pedía. En cambio, yo no tenía mayor información sobre los ferrocarriles alemanes de propiedad del Estado e ignoraba que el coronel McCormick, dueño del Chicago Tribune, era partidario de que, terminada la guerra, las empresas privadas volvieran a hacerse cargo de los ferrocarriles norteamericanos y quería lanzar una campaña basada en la experiencia extranjera. Recogí abundante información que demostraba que los ferrocarriles del Estado alemán funcionaban a las maravillas, e ignorante de la opinión de mis jefes envié mi despacho con esas conclusiones. Al día siguiente encontré un largo mensaje, esta vez procedente de la oficina europea en París, instruyéndome con precisión acerca de lo que debía cablegrafiar, o sea lo siguiente: que el sistema alemán de ferrocarriles era un fracaso, que el público estaba furioso, que los pasajeros pagaban demasiado y los fletes de carga eran enormes, que la administración burocrática era pésima y que entre la iniciativa privada y el control oficial, todas las ventajas estaban a favor de la primera. Lo más fácil hubiera sido copiar el texto de esas \”instrucciones\”, firmarlas y mandarlas por cable a Chicago, como material informativo. Era lo que deseaban… Recordé las advertencias de otros corresponsales más avezados que yo, pero me negué a convertirme en \”una meretriz del periodismo\” y aceptar órdenes de esa clase. Estudié a fondo el problema y al comprobar que mi cable estaba en lo cierto, envié una extensa nota en la que demostraba triunfalmente que las operaciones de los ferrocarriles en manos del Estado eran mil veces preferibles a la iniciativa privada y que sería muy conveniente que todos los países, entre ellos los Estados Unidos, aprovechasen la lección y siguiesen el ejemplo de Alemania. ¿Necesito decir a los lectores que ese despacho nunca fue publicado por \”Chicago Tribune\”? En cambio, en 1923, en momentos en que realizaba un viaje a Rusia, un colega de la oficina de París pasó a reemplazarme en Berlín y encontró un informe oficial en que se denunciaba un déficit de miles y miles de millones de marcos de la administración de los ferrocarriles alemanes. Mandó de inmediato la noticia y \”Chicago Tribune\” la publicó en primera página. Lo que el corresponsal y el diario ocultaron cuidadosamente era que el derrumbe del marco alemán — la caída vertiginosa que todos conocen — era el único responsable de ese déficit más aparente que real\”. (George Seldes. \”Los amos de la prensa\”).

La desconfianza del público. En Estados Unidos el público es tan suspicaz y desconfiado como aquí, según se deduce de los resultados negativos que la prensa ha obtenido siempre que ha querido influir directamente en la opinión pública. Allá como aquí, el público vota en contra de los candidatos presidenciales apoyados por la prensa. Pero la desconfianza del publico se desarma frente a lo que tiene inocente apariencia de noticia. La fuerza del periodismo radica en esa falsa información o en la información deformada que aparece como un hecho concreto que no puede discutirse ni negarse. Para alterar la realidad, los diarios no necesitan mentir tan cínicamente como cuenta Seldes. Les basta alterar las proporciones. Aumentar los hechos o las personas que concuerden con las tesis que quieren defender y silenciar o desteñir los que las contradicen. El amplio acogimiento que tienen las opiniones del ingeniero Alsogaray demuestra que las suyas están en la línea de las grandes influencias que presionan sobre nuestro periodismo.

Quien aspire a gozar de predicamento en nuestro periodismo y tener el placer de leer sus opiniones reproducidas in extenso en las planas de mayor relieve, en materia de petróleo, por ejemplo, no tiene sino que afirmar: Iº) Que el Estado es mal administrador de los servicios públicos. 2º) Que la explotación del petróleo no es excepción, y hay que reconocer — aunque no queremos perjudicar a Y.P.F. — que, \”el país está al servicio de Y.P.F. y no Y.P.F. al servicio del país\”. 3º) Que no tenemos suficientes capitales para construir los oleoductos que transporten el petróleo que Y.P.F. ha descubierto y tiene en expectativa de explotación. 4º) Que aun cuando pudiéramos conseguir con nuestro ahorro esos capitales, Y.P.F. no podría nunca cubrir el autoabastecimiento del país, porque cuando Y.P.F. produzca diez millones de toneladas, el país necesitará quince. Cuando produzca quince, necesitará veinte. Cuando produzca veinte, necesitará treinta… y así sucesivamente. 5º) Que no hay más que una manera eficaz de hacer que la tortuga alcance a la liebre, y es la de recurrir al capital extranjero de la Standard Oil o de la Royal Dutch Shell. 6º) Que la oposición a aceptar la colaboración de esas poderosas instituciones mundiales es un tabú electoralista creado por un partido político, tabú que está frenando el desarrollo y el progreso del país. El ejemplo de Canadá se ofrece como un modelo de las ventajas de la asociación con esas dos firmas colaboradoras.

Diferencias que se ocultan. Naturalmente, quien quiere merecer la amplia difusión de nuestro periodismo debe olvidar: 1º) Que el ejemplo de Canadá no es del todo pertinente. Canadá es integrante del Imperio Británico, situación a la que todavía no hemos llegado nosotros. 2º) La situación de Francia no es de ninguna manera equiparable a la situación argentina. En Francia están buscando yacimientos petrolíferos. Hay que invertir inmensos capitales en exploración, la mayor parte de los cuales se pierden en vano, porque los resultados han sido muy pobres hasta ahora. “En Francia todos los pozos son de exploración y siguen siendo todavía de ese carácter en su mayor proporción. Esto hace necesario que las compañías que toman el riesgo de la exploración tengan que montar una importante organización”, dice la revista especializada “Petrole Progrés”, de diciembre de 1955. Por otra parte, todas las financiaciones petrolíferas están sometidas a un régimen de estricta fiscalización de parte del Bureau de Recherches de Petrole (BRP), que quita a las empresas hasta la menor libertad de iniciativa y las somete a un minucioso control industrila y financiero.

La situación argentina es absolutamente distinta. Aquí no se trata de buscar petróleo. Ni siquiera de perforar. Se trata simplemente de resolver el problema del transporte. Basta abrir unas válvulas y el petróleo comenzará a correr por los oleoductos. Son yacimientos de una extraordinaria riqueza, que fueron localizados por los técnicos de YPF en las zonas que ya habían exploradas y desahuciadas como estériles por los técnicos de la Standard Oil. El petróleo está allí. No hay nada más que poner unos cañitos y unas bombas impelentes. El sangriento tirano depuesto construyó, sin tanta alharaca, un gasoducto de 1.600 kilómetros. El ingeniero Canessa, los técnicos y los caños, todo fue de producción nacional. Ahora se trata de tender en una zona más accesible y llana dos o tres cañitos semejantes, y por el escándalo que se ha armado, parecería que se intenta construir un puente hasta la Luna. Hasta hay quien dice que no será posible hacerlo si no sacamos la patria a remate. Sin embargo, el ingeniero Canessa todavía está. Los técnicos están. Los fabricantes de caños están. ¿Qué falta? ¿Un poco de plata? ¡Qué susto! ¡Creí que faltaba voluntad de trabajo y amor a su tierra!

Lo medular del dilema. La experiencia argentina en materia de capital extranjero es verdaderamente desoladora. Las genuinas inversiones que legítimamente podrían calificarse como inversiones extranjeras fueron ínfimas en relación al monto que llegaron a alcanzar con sus ganancias capitalizadas. El capital ferroviario, que llegó a sobrepasar los 3.500 millones nominales y que según Wilfred Eddy constituía la mayor masa de capitales británicos invertidos en el extranjero, fue prácticamente nulo en su origen. El mayor valor estaba constituido por la concesión que lograban por medios políticos. En nuestro país, la historia económica demuestra que la economía ha sido una consecuencia de la política y no al revés, como dogmática y equivocadamente aseguran los comunistas. Por otra parte, ésa continúa siendo la constante técnica de crecimiento: los capitales aumentan a costa de los pueblos, acrecidos por sus ganancias retenidas y por sus reservas de diversas clases. Eso es lo que comprueba la historia de la economía argentina y lo que afira nada menos que mister J.W. Platt, uno de los directores gerentes de la Shell Petroleum Company Limited, en la conferencia pronunciada en Londres el 11 de abril de año pasado. De la página 14 del folleto titulado “La Industria del Petróleo”, en que se incluye esa conferencia, se reproduce un gráfico en que se observa que las emisiones sólo contribuirán con el 10% al aumento de capitales. Según los cálculos de uno de los grandes petroleros, la más abundante fuente de capitales serán sus propias ganancias y las reservas formadas a costa de los pueblos cuyas riquezas y cuyo trabajo incrementarán el monto de los capitales que deben servir con su trabajo y su riqueza, que es exactamente la misma conclusión a que se llega si se estudia desde su origen la formación de los capitales que sojuzgaban al país. ¿No vale la pena hacer un esfuerzo y poner nosotros mismos el germen financiero inicial, para que el capital crezca a nuestro favor y no en contra nuestra? Esa es la médula del dilema.

Las publicaciones del ingeniero Alsogaray son de gran utilidad para el país, porque le permiten conocer los argumentos que los grandes consorcios esgrimen a favor de sus intereses. Esos argumentos sólo son peligrosos cuando se utilizan en la penumbra de los despachos oficiales, fuera del conocimiento público. En su aspecto numérico y financiero las autoridades de Y.P.F. ya contestaron en forma terminante todas las falacias de razonamiento y enderezaron los hechos que habían sido torcidamente expuestos con el objetivo ingenuo de demostrar que las compañías privadas han beneficiado al país más que Y. P. F. Las autoridades de Y.P.F. olvidaron destacar el enorme beneficio que el país dedujo de su existencia en momentos de extrema urgencia. Durante la pasada guerra se suspendió en absoluto la provisión de combustible importado. El ingenio de los técnicos y el tesón de sus trabajadores im­pidieron que el país se paralizara por falta de combustible. También olvidaron decir que la existencia de Y.P.F. fue la única bandera que se mantuvo enhiesta en ese miserable decenio que va de 1932 a 1942, en que el espíritu argentino sufrió el avasallamiento de todas sus esperanzas. La presencia pujante de Y.P.F. constituyó el más terminante mentís a los que pretendían doblegar el espíritu nacional con afirmaciones que nos subalternizaban frente a la capacidad extranjera.

La difusión de las francas opiniones del ingeniero Alsogaray son también útiles para ayudar a interpretar los sucesos actuales, porque, en cierta manera, él es el personaje simbólico de esta revolución que estamos sufriendo, cuyo más justificado punto de partida fue la aparente resistencia al contrato de explotación petrolífera con la California Argentina que el Congreso Nacional se disponía a examinar. Con algunas reservas en cuanto a ciertos aspectos formales, el ingeniero Alsogaray concluye aceptando que no está muy alejado del contrato típico que él cree conveniente para el país. La revolución ha perdido así su justificativo menos discutible. El petróleo contiene sustancias muy volátiles y puede producir mareos muy semejantes a los alcohólicos. La perturbación es peligrosa para los que tienen la responsabilidad del comando, tanto más cuanto el periodismo, que como el tero grita desde un lugar donde no están los huevos, puede contribuir con sus silencios y sus inexactas apreciaciones a que se pierda la recta vía de la decencia y del patriotismo.

* Revista “Qué sucedió en siete días” Nº 129 de mayo de 1957.

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