Todo comenzaba la noche del 24, en que la plaza era iluminada con un amplio círculo de madera que rodeaba la Pirámide, señala un inglés testigo de esos fastos.
Bajo el seudónimo de “Un inglés”, un súbdito británico dejó sus impresiones de lo que tituló “Cinco años en Buenos Aires”, donde recuerda que “el 25 de mayo de 1810 marca el nacimiento de la independencia argentina” y esa fecha era recordada anualmente “con un festival que dura tres días”.
Todo comenzaba la noche del 24, en que la plaza era iluminada con un amplio círculo de madera que rodeaba la Pirámide. Por la madrugada los alumnos de las escuelas cantaban el Himno Nacional frente al primer monumento de la Patria “para saludar el nacimiento del sol, que es una costumbre peruana”.
El día continuaba con distintas celebraciones. Según el testigo, la ornamentación de mayo de 1822 fue la mejor que vio. “La temperatura contribuyó el éxito. Niños de ambos sexos vestidos de fantasía bailaron en un tablado de la Plaza y en el teatro, paseando por las calles en coches ornamentados por personas disfrazadas de leones, tigres y leopardos. Todavía tengo en el oído la música del baile de la Plaza, y los recuerdos que despierta en mí apenas puedo expresarlos. La música, suave y bonita, tendría derecho a ser considerada la danza oficial del 25 de mayo. En mayo de 1822 me sentí feliz y libre de toda preocupación. Al anochecer paseé por la Plaza: los niños disfrazados de ángeles me parecieron querubines y las muchachas de ojos oscuros eran para mí las huríes del profeta. La ilusión era completa, pero, como otros placeres terrenos se desvaneció cual sueño vagamente rememorado”.
Los paisanos se dedicaron a celebrar la fecha con sus habilidades, entre ellas la famosa carrera de sortijas, que hasta hace unos años era una de las diversiones populares. Así la describe nuestro testigo: “Jinetes enmascarados cabalgaban por las calles vestidos como los ‘jockeys’ de Astley. Se dirigieron a la Alameda y, colocando una argolla en el medio de una cuerda, trataban de ensartarla a todo galope”.
Se plantaban en la plaza varios palos enjabonados, “que tienen en su extremidad superior chales, relojes y bolsas con dinero. Quien logra trepar al palo obtiene cualquiera de esos premios. Un marinero inglés, en 1822, ganó todos los premios, envolviendo los chales alrededor de su cuerpo y guardando los relojes, dinero y otros artículos en los bolsillos y la boca. Al descender del último palo fue rodeado por soldados que lo despojaron de sus premios, y como opusiera cierta resistencia, lo llevaron a la cárcel. Los testigos del hecho se mostraron indignados y prontamente fue puesto en libertad, autorizándole a conservar uno de los premios. Estos palos enjabonados provocan gran hilaridad, pues muy pocos consiguen treparlos (nuestro marinero fue largamente aplaudido)”.
“También hay un ingenioso aparato llamado rompecabezas, que consiste en una estaca colocada longitudinalmente sobre pivotes, a la que se sube por una soga. La dificultad consiste en pasar por la estaca; cientos de personas fracasaban: el ganador gana como premio una moneda”, prosigue el relato.
A la noche, en las galerías del Cabildo una banda militar hacía la delicia de los concurrentes y se tiraban globos de fuego y fuegos artificiales. Curiosamente también entonces el manejo de la pirotecnia era bastante irresponsable porque nuestro originario de Inglaterra apuntó: “Me sorprende que, dado el descuido con que juegan los muchachos con fuegos artificiales en la calle, no ocurran más accidentes”.
Por la noche había función en el teatro, a la que concurría el gobernador con su comitiva e invitados, y donde se ejecutaba el Himno Nacional. No faltan tampoco en la descripción de las fiestas de ese año las que hizo el poeta oriental Bartolomé Hidalgo, pero por su riqueza será motivo de algún otro comentario.
* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación