Los censos y algunos personajes en 1810

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La reciente investigación estatal arrojó como resultado provisorio que hay en el país 47.327.407 habitantes. Datos curiosos de cuando la Patria nacía.

A raíz del reciente censo llevado a cabo en nuestro país, vinieron a la memoria los dos realizados en Buenos Aires en 1810: el primero de ellos, en abril, ordenado por el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros; y el segundo, por la Primera Junta. Lamentablemente no se conservan perfectamente pero distintos testimonios permiten conocer en forma más o menos exacta la cantidad de habitantes que tenía nuestra ciudad en ese tiempo.

Enrique C. Corbellini analizó minuciosamente la documentación que se conservat los testimonios de la época desde las invasiones británicas en 1806, entre los que figuran los de Manuel Moreno, Santiago de Liniers, el Deán Funes, el virrey Cisneros, Sir Home Popham, Alexander Gillespie, Gonzalo de Doblas, Francisco Seguí, y los historiadores Vicente Fidel López (que tuvo el testimonio directo de su padre, Vicente López y Planes), Bartolomé Mitre, Manuel Ricardo Trelles, Paul Groussac y los más cercanos Emilio Ravignani y José Torre Revello. La población llegaba a poco más de 50.000 almas.

Resulta curioso recorrer los documentos de ese año, donde encontramos simples personajes olvidados en papeles añejos: como la parda libre Feliciana Ramírez de Almirón, natural de esta ciudad, de casi 80 años, que el 1º de junio redactó su testamento, manifestó haber estado casada cuatro veces, aunque no tuvo descendencia de esas uniones; era viuda el momento de la Revolución, tenía una humilde casa que le legaron sus padres, que la habían recibido en donación; y, mujer de fe, poseía un nicho con una imagen de Nuestra Señora de la Concepción y unos pocos muebles de su servicio. Tuvo una hija natural llamada Pascuala, a la que crió hasta que se casó y también la ayudó materialmente en la medida de sus escasas posibilidades.

Blas Cambles se desempeñaba como  portero de la secretaría del Superior Gobierno, pero por consideraciones debidas a la familia y al exvirrey Cisneros el 7 de junio renunció a su empleo. La Junta le pidió que continuase pero él prefirió seguir en calidad de doméstico de don Baltasar y de su mujer, doña Inés de Gaztambide. Para cubrir el cargo se llamó a los interesados a concurrir dentro de los ocho días y en el futuro se dispuso llamar a concurso todos los cargos públicos para otorgarlos a quienes acrediten mayor mérito.

No faltaron tampoco incidentes como el que le tocó vivir en la noche del 10 de junio al fiscal de la Real Audiencia, Antonio Caspe y Rodríguez, víctima de un salvaje atentado. Avisado en su casa que debía presentarse en el Fuerte, su mujer le envió el mensaje a la morada del fiscal Villota, donde se encontraba su esposo, pero al llegar al lugar se enteró que era una falsedad. Dispuesto a regresar, a media cuadra de su casa un grupo de cinco individuos embozados (otros testimonios hablan de mayor cantidad), sostenidos por somatenes (así llamaban en Cataluña a los que persiguen a sus enemigos) de French y Galayn, según era “vox populi”, lo asaltaron después de haberle roto los cristales de las ventanas. Le pusieron tres espadas en el pecho, se dispararon armas que afortunadamente no le dieron pero sufrió heridas por los sablazos en la cabeza y lo dejaron tirado en la calle. En ese terrible estado llegó a su casa, donde no le abrieron por temor. La familia pasó un gran susto, especialmente la señora, que había dado a luz hacía dos meses. Se comentó que una de las patrullas que estaba en una de las bocacalles se acercó después del ataque, y como en la casa de Caspe no atendieron, éste les pidió que lo llevaran a la casa de Marcó, a una cuadra de la suya. Cerca de las 12 de la noche fue atendido por el médico inglés David Read, con gran trabajo y dando pocas esperanzas por la gravedad de las heridas.

El asalto motivó un gran disgusto en los vecinos y el mismo damnificado pidió suspender el sumario para no dar lugar a nuevas venganzas. Sin embargo, la Junta, además de tomar providencias para la investigación y posterior castigo de sus autores, lo que dio a conocer por bando, recordó que la seguridad individual es el primer premio que recibe el hombre, que renuncia a sus derechos naturales para vivir en sociedad.

A mediados de junio salieron los nombramientos de los comandantes de los cuerpos, con despachos de coroneles. Uno de ellos, apodado “Pampa”, era Esteban Romero, del regimiento de Patricios, aunque decían que solo era entendido en cambalachear ponchos, riendas y otras cosas menores.

El enojo contra los españoles europeos no resultaba menor y en algunos convites particulares se hacían brindis contra ellos y se cantaban canciones como ésta: “No queremos Reyna puta / ni tampoco Rey cabrón / no queremos nos gobierne / esa infame y vil nación. / Al arma alarma americanos / sacudid esa opresión / antes morir que ser esclavos / de esa infame y vil nación”.

Vayan estos comentarios de la vida cotidiana en las semanas posteriores a la Revolución de Mayo.

* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

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