Voces de bronce

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El autor desempolva en esta nota el recorrido en el Río de la Plata de la fabricación de campanas desde mediados del siglo XVII. Un hallazgo.

Sostiene la tradición que fue San Paulino de Nola, que vivió en el siglo V, quien utilizó las campanas para invitar a los fieles a escuchar su predicación y las celebraciones religiosas. Para eso fueron necesarias las torres en las iglesias, elevándose de las espadañas para recordar a los fieles sus obligaciones, y hoy es el patrono de los campaneros.

El 28 de abril de 1643, leemos en el documento que se conserva en el Archivo de Indias en Sevilla, se le dio licencia al padre jesuita Antonio Ruiz de Montoya para pasar vía Lisboa a Buenos Aires, y de allí a Tucumán, en la compañía del padre Diego de Echave, “llevando imágenes, breviarios, libros y otros ornamentos para las iglesias de los pueblos indios nuevamente convertidos en aquellas tierras muy pobres y a la vez caras las cosas en ellas y llevarse de estos reinos dos imágenes de bulto de Nuestra Señora de la Concepción; un tabernáculo dorado para una de esas imágenes, dos órganos pequeños, cuatro ciriales de madera con guarniciones de bronce, tres ornamentos de altar de damasco blanco y colorado con sus dalmáticas y capas, tres de lo mismo, cuatro ornamentos de brocatel, dos ornamentos casullas bordados de seda de colores, un crucifijo de madera pequeño, seis imágenes de pincel de María y otros santos; dos docenas de breviarios, dos campanas medianas para dichas iglesias, dos cajones de anzuelos para repartir a los indios, cantidad de agujas, alfileres y cuentas para atraer a los indios; veinte cajones que se han impreso en esta Corte de la lengua guaraní: Arte y Vocabulario, Tesoro de la Doctrina Cristiana, todo en lengua del Paraguay y del río Marañón para que los curas aprendan la lengua y puedan predicar y ayudar a esa nueva conversión de esos gentiles; dos doseles de damasco para las dos imágenes, cuatro mucetas para el Santísimo Sacramento”.

Valgan estos antecedentes para tratar el tema de las campanas, del que se ocupara también desde el aspecto de la comunicación social el doctor José María Mariluz Urquijo. El padre Buenaventura Suárez nació en Santa Fe en 1678, ingresó a la Compañía de Jesús en 1695 y se ordenó sacerdote en 1704. Hombre de vasta cultura, más allá de su labor apostólica, puede ser considerado el primer astrónomo ya que sus observaciones y mediciones llegaron a Europa. Autor entre otras obras de un “Lunario”, fabricó globos terráqueos, construyó un reloj solar e instrumentos de medición, y un telescopio con elementos que encontraba cerca de las misiones en las que ejerció su ministerio como cañas, maderas, metales y cristales de roca. A todo esto debemos agregar su habilidad en el arte de fundir metales, gracias al cual fabricó campanas.

En la reducción que compartían , el hermano Francisco Leoni le escribió en 1733 a sus superiores: “En San Cosme ha puesto el padre Ventura oficina de campanas y ya tiene una para sí. Dice que quiere hacer campanas de solfa…”. Se refería a fundir campanas en distintos tonos.

En 1751, un año después de la muerte del padre Suárez, el gobernador de Buenos Aires dispuso la adquisición de un reloj y su correspondiente campana para el Cabildo de Buenos Aires, cuya obra acababa de finalizar con la construcción de la torre. Parece ser que las demoras burocráticas tienen más de tres siglos porque recién el 31 de octubre de 1763 llegó al Río de la Plata la fragata “Nuestra Señora del Carmen”, en la que venía debidamente embalado y aceitado el reloj que había sido construido por Tomás Lozano y la campaña que había sido fundida por Juan Pérez. El gobernador Pedro de Cevallos se había ocupado de acelerar los trámites, para ello contaba con la colaboración en Cádiz de los comerciantes Juan Sánchez de la Vega y del porteño Francisco de Segurola.

Colocada la campana en la torre del Cabildo, apareció un vecino quejoso que vivía en frente, el gobernador Francisco de Bucarelli, a quien el tañido le molestaba para dormir la siesta y la mandó a silencio. Así pasaron ocho años hasta que en el acuerdo del 10 de enero de 1778 el Síndico Procurador “hizo presente que teniendo esta ciudad la regalía de que se toque la campana para citar a Cabildo, de la que se había privado en el año 1770 por orden verbal del Excmo. Sr. don Francisco de Bucarelli, sin más motivo que decir se le molestaba y quitaba su sosiego, lo hacía presente a fin de que tomase las providencias correspondientes”. Al buen virrey Cevallos no le molestaban las campanas y a los cuatro días autorizó a “tocar la campana para convocar a sus individuos”.

Digamos de paso que muy lejos del centro en aquel entonces, desde 1740 el convento de los padres franciscanos de la Santa Recolección, en su iglesia de Nuestra Señora del Pilar, en la Recoleta, ya tenían su reloj y las campanas que anunciaban las horas.

Estos instrumentos forman parte de nuestra historia. John Gillespie, cuando estuvo en nuestra ciudad en 1806, se asombró y escribió: “Si las iglesias son signo de verdadera religión, Buenos Aires debe tener un alto rango por buena moral; de la mañana a la noche las campanas tocan para la devoción, y allí acude una muchedumbre de feligreses…”.

Y para cerrar estas líneas, cómo no recordar a Carlos Gardel, que en 1929 grabó el tango “Misa de Once”: “Voces de bronce / Llamando a misa de once / ¡Cuántas promesas galanas cantaron graves campanas / En las floridas mañanas de mi dorada ilusión!

* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

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