Sam, el insumergible

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El autor rescata un relato de la Segunda Guerra Mundial que merece reflotarse, en este caso nunca mejor aplicado el verbo, como verá el lector…

Es el nombre de un famoso gato de la II Guerra Mundial. En origen incorporado al acorazado alemán Bismarck, en calidad de mascota, estuvo presente en ataques aéreos que se le efectuaron mientras recalaba en Bergen, asistió a la batalla del estrecho de Dinamarca y luego al torpedeamiento de esa nave y a su posterior cacería y hundimiento. De sus dos mil tripulantes sobrevivió un centenar, que fue recogido por buques británicos. En esa tarea estaban cuando, de repente, sobre el mar y aferrado a un madero, apareció el gato, que fue también rescatado.

Fueron todos a parar a un destructor inglés y los alemanes insistieron en que el gato era de ellos y que debía ser considerado prisionero de guerra, a lo que el oficial a bordo sostuvo que un gato no es objeto de derecho y que, por lo tanto, no lo podían cubrir las especificaciones de la Convención de Ginebra.

Lo cierto es que el gatito fue adoptado por la tripulación del destructor y se convirtió en mascota de esa nave, que se hallaba en servicio activo con constantes incidencias de guerra. En una de ellas, unos meses después fue hundido pero, en el momento del rescate de los sobrevivientes, se hallaba cerca otra nave británica, el también célebre portaaviones Ark Royal, al que accedieron miembros de la tripulación del destructor y, chamuscado y mojado, también el gato, recibido con alborozo por los marineros del portaaviones, que pasó a ser el tercer buque en que se halló.

El Ark Royal fue destinado al Mediterráneo para proteger los convoyes a Malta. Sorprendido en una ocasión por un ataque combinado de submarinos y cazas Stuka, fue también hundido y nuevamente tuvo que recogerse a los náufragos; entre los sobrevivientes, otra vez estaba el gato, que en esta oportunidad fue conducido a Gibraltar y entregado preventivamente a la guarnición terrestre.

A esta altura comenzaban a correr historias extrañas que no se limitaban a generalidades del tipo de que “los gatos tienen siete vidas” (lo que no es cierto), o de que fuese un contumaz “jettatore”. Directamente se hablaba de que podía ser un agente alemán especialmente entrenado y hasta –porque esa era la época en que estaban de moda los experimentos pavlovianos– de que no fuese exactamente un gato sino que estuviera modificado por un injerto humano que le daría quién sabe qué capacidades.

El almirantazgo inglés está formado por personas muy serias, muy experimentadas y, por supuesto, muy incrédulas; sin embargo, consideró necesario tomar cartas en el asunto, que ya estaba pasando de castaño oscuro y se abocó al estudio del caso.

Aunque parezca loco, se le preguntó a la autoridad en Gibraltar si era cierto que el gato hacía el saludo nazi, lo que fue negado: sentado, a veces levantaba la pata y hasta podía ser la derecha, pero para nada se asimilaba a un saludo marcial.

El almirantazgo desechó todas esas hipótesis antojadizas y absurdas, pero reconoció no tener respuesta para un hecho en extremo curioso: bajo condiciones de combate en un barco suelen sonar alarmas; hay bandazos por giros sorpresivos y luego el estruendo de la artillería propia, más los cimbronazos y explosiones de los impactos que se reciben, y, finalmente, se producen oscurecimientos e incendios. La lógica es que un animal, aterrorizado, se acurruque en algún rincón y ahí espere el fin de lo que ocurre, según la experiencia de todas las marinas, pues las mascotas suelen ser habituales en los buques de guerra.

Entretanto, mientras tal situación se prolonga, no se puede salir a cubierta, lo que sólo sucede cuando se decide abandonar el barco; ese gato, pues, no estaba escondido sino atento a salir, acompañó a los tripulantes y encaró, contra su instinto, arrojarse al agua o afrontarla, lo que indicaría que era un animal muy valiente y animoso, casi hasta la desnaturalización.

No sabiendo qué hacer con él, fue trasladado a Inglaterra “en avión” y dado en guarda a un hospicio de ancianos e inválidos de la Armada, donde vivió apaciblemente como quince años más… Todos lo querían y en algún momento se pidió para él algún grado militar honorífico, siquiera en el escalafón de suboficiales, solicitud que razonablemente se rechazó dado que sus servicios, aun siendo excepcionales, lo fueron bajo dos banderas.

* Académico de número las Academia Nacional de Periodismo y de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

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