“Lorca no era partidista; su ideología era estar siempre con el pueblo”

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Ilu Ros publica “Federico”, una biografía ilustrada del inmortal poeta que exprimió su vida hasta que al comienzo de la Guerra Civil se la arrebataron.

Si hay algo que todo el mundo sabe sobre Federico García Lorca es que lo mataron, sostiene Ilu Ros (Murcia, 1985). Precisamente por eso ella quiso empezar por ahí “Federico”, su biografía ilustrada del poeta que publica con la editorial Lumen. Lorca tratando de acordarse de las palabras del “Yo confieso”, y luego una ráfaga de tiros. A partir de ahí, empieza la historia de la persona “brillante” y “luminosa” que fue el poeta, algo que ni siquiera su asesinato hace hoy 85 años pudo oscurecer.

“Yo he nacido poeta y artista como el que nace cojo, como el que nace ciego, como el que nace guapo”, decía Lorca. Otros, como Jorge Guillén, decían de él: “Cuando estás con Federico no hace ni frío ni calor. Hace Federico”. 

Para Ros, “no es posible no enamorarse de Federico García Lorca”, y eso mismo se desprende de su libro, por el que pasan personajes como Salvador Dalí, Luis Buñuel, Maruja Mallo, Margarita Xirgu o Manuel de Falla, además de la familia del poeta. Son ellos los que relatan cómo García Lorca “se transformaba en el centro de atención” allá donde iba, la “admiración” que despertaba y lo “atrayente” que era. 

Quizá por eso cuesta, aún más, asimilar su asesinato cuando tenía 38 años y estaba en pleno apogeo. “Sigo sin entender la muerte de Lorca”, confiesa la ilustradora. Ella, que ha estado más de un año “viviendo” con la figura de Lorca y obsesionada con él, no encuentra la manera de explicar ese cobarde fusilamiento por parte del bando sublevado sólo un mes después del golpe de Estado que hizo estallar la Guerra Civil.

“Dijeron que lo mataban porque era homosexual, y porque decían que tenía una radio en la huerta de San Vicente con la que se ponía en contacto con la Unión Soviética… una locura”, detalla Ros. “En realidad fue el odio. La Guerra Civil española tiene un punto de salvajismo y de volver a las cavernas; cualquier motivo podía haber sido considerado bueno para matar a Lorca”, reflexiona la murciana. 

“Hemos matado al poeta de la cabeza gorda. Yo mismo le he metido dos tiros por el culo por maricón”, presumió supuestamente horas después Juan Luis Trescastro, abogado y político afín al bando sublevado. Y ese “por maricón” resuena demasiado fuerte hoy. 

Para Ros, y “salvando las distancias”, es “imposible no establecer ciertos paralelismos con la actualidad”. “Es inevitable sentir cierto temor hacia ello: el auge de la ultraderecha, unos discursos que recuerdan demasiado al fascismo, mucha polarización, la gente muy enfadada y, ya lo último, los ataques a homosexuales”, enumera la ilustradora. “Parece mentira que no hayamos aprendido nada. Da mucho miedo todo esto”, dice.

Ros cree que, si no le hubieran fusilado aquel 18 de agosto de 1936 entre Víznar y Alfacar (Granada), Lorca se habría exiliado, como hicieron la mayoría de sus coetáneos y amigos. La autora de Federico está convencida de que, pese al exilio, el poeta lo habría pasado “superbién”: “García Lorca era muy disfrutón”.

Esa “disfrutonería” la llevó por bandera en las tertulias de El Rinconcillo en Granada, en la Residencia de Estudiantes de Madrid, y en La Barraca, el grupo de teatro universitario ambulante que recorrió toda España financiado por la Segunda República. “La Barraca era algo único. España era prácticamente analfabeta, y llevaban el teatro a los sitios más pequeños, más recónditos, donde a lo mejor la gente no sabía leer o escribir”, explica Ros.

Curiosamente, Lorca y el resto de componentes de La Barraca tenían que escuchar ofensas que también resuenan hoy en el mundo de la cultura, como “que vivían de subvenciones, que eran unos titiriteros”, cuenta Ros. “Siempre se ha intentado menospreciar a las personas que hacen cultura y que intentan hacerla llegar a las clases más populares. Es ridículo que no se haya entendido aún la importancia que tiene la cultura para un país”, lamenta la ilustradora. 

Lorca, que “nunca se casó con ningún partido político”, sí era, en cambio, “una persona política y crítica”, en el sentido de que tenía muy claras sus ideas. “Su ideología no era partidista; era estar siempre con el pueblo, con la igualdad y con la libertad. Esa era su posición política”, zanja Ros. “Él siempre dijo que no quería meterse en ningún partido porque se sentía libre, se sentía poeta, pero por supuesto su postura era estar del lado de los más vulnerables, siempre”, explica. 

Federico García Lorca, con sus sobrinas Conchita and Tica a la entrada de su casa en Granada, en mayo de 1935, un año antes de ser asesinado.
Federico García Lorca firmó manifiestos contra el fascismo, firmó para pedir el voto por el Frente Popular, y defendió que el teatro debía ser para el “público de alpargatas”. “Yo arrancaría de los teatros las plateas y los palcos y traería abajo el gallinero. En el teatro hay que dar entrada al público de alpargatas. ‘¿Trae usted, señora, un bonito traje de seda? Pues, ¡afuera!’. El público con camisa de esparto, frente a Hamlet, frente a las obras de Esquilo, frente a todo lo grande”, dijo el poeta en una entrevista en 1933. 

Después de más de un año de “convivencia” con García Lorca, lo que más le ha gustado a Ros ha sido conocer su infancia, “porque te hace entender muy bien quién fue luego el Federico adulto”. Ese Federico niño que acompañó siempre al poeta —“con esa capacidad de asombro”— ya tenía el arte corriendo por sus venas. “Me gustó mucho descubrir a ese niño que ya hacía teatricos, que daba misas a sus familiares, un niño al que le gustaba muchísimo jugar e inventar, y ahí está el adulto, el dramaturgo que luego fue”, cuenta la ilustradora.  

Lorca era “muy teatrero”, hasta el punto de que le gustaba mentir cuando contaba historias, como constatan quienes lo conocieron. Pepín Bello, íntimo amigo de Lorca, decía que al poeta se le daba muy bien inventar, mejor que a Dalí, que también acostumbraba a hacerlo. “Lorca era dramaturgo, era poeta, y tenía ese punto de saber cuándo hay que exagerar una historia, cuándo hay que sacar un personaje nuevo”, reflexiona Ros. “Eso iba con él. Si no adornas un poco las historias al contarlas, la vida es muy aburrida”, afirma.

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