El instructivo cementerio de San Carlos, en la Banda Oriental

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Esta crónica sobre el padre Amenedo revela, a través de una reseña de lápidas, las jugosas historias de vida -y de muerte- de personajes desconocidos.

Hace muchos años tuve la suerte de encontrar en el Archivo General de la Nación (AGN) el diario que escribió durante la ocupación británica en la Banda Oriental el presbítero Manuel de Amenedo y Montenegro.

José María Oliverto, historiador y vinculado al Servicio Histórico del Ejército de Uruguay, tuvo la gentileza de presentarlo y darlo a conocer “in extenso” en el Boletín Histórico del Ejército con un breve estudio introductorio. Si bien se conocía algún dato, fue la primera vez que se logró reunir el diario completo ya que el sacerdote, que se desempeñaba como párroco de San Carlos, lo había escrito en distintos cuadernillos que se habían dispersado dentro del correspondiente legajo.

El padre Amenedo había nacido en Santa María de Cullergondo, cerca de Santiago de Compostela, en 1756. Llegó a Buenos Aires en febrero de 1780 con el obispo Sebastián Malvar y Pinto que, electo en 1777 titular de esta sede, lo invitó a acompañarlo para ordenarlo presbítero a los pocos meses. En junio de 1781 se presentó en el concurso para el curato de San Carlos, conocido como “pueblo de los isleños” por la cantidad de habitantes provenientes de las islas Azores, que obtuvo en propiedad. Se trataba de un extenso territorio que rigió pastoralmente por casi medio siglo hasta su muerte, el 22 de abril de 1829. En el atrio del templo que levantara descansan sus restos.

Fue tal la fascinación que ejerció en mí la figura del padre Amenedo que cada vez que he visitado en los últimos quince años Punta del Este, no he dejado de llegarme a San Carlos; como nunca había olvidado Maldonado, o mejor dicho a San Fernando de Maldonado, donde ejercía su ministerio el presbítero Manuel Alberti, después vocal de la Junta de Mayo de 1810.

Un estimado amigo, el doctor Martín Mowzowicz, me indicó que no dejara de visitar el camposanto o cementerio, ubicado al fondo del templo, que iba a descubrir cosas interesantes. Y así me encontré con un magnífico registro de la vida cotidiana en las lápidas de los muertos, hechas todas en tiempos del curato de Amenedo, que son como la memoria en piedras de la sociedad de San Carlos desde fines del siglo XVIII a comienzos del XIX, algunas de las cuales vamos a transcribir.

El 28 de enero de 1783, se sepultó a Luis Chaparro, “indio pobre, natural del pueblo de Itatí en Paraguay”.

El 3 de octubre de 1791 falleció Juana Ramos “a resultas de un parto de mellizos, sus hijos también fallecieron”.

La del 12 de julio de 1792 anuncia que allí está sepultado Manuel Dutra, marido de María Machado, que “murió en la noche repentinamente a resultas del fuego de una centella que lo abrazó junto a su hijo Francisco que tenía en sus brazos y a otros cuatro mozos”.

El 17 de mayo de 1794 murió Cayetano Silveira “de cien años más que menos, marido de Elena Viera”.

El 9 de abril de 1798 se sepultó a un “difunto en la playa, desconocido. Cadáver seco, sería español por el pelo en el cogote. Apareció en las playas de José Ignacio”.

El 13 de abril de 1800 fue sepultada Isabel “de padres desconocidos, fue echada en la casa de Francisco Pereyra, pagó el entierro Francisco de los Santos por su padre oculto”.

El 31 de mayo de 1800 fue sepultada Juana Calixta, “china minuana, recién convertida, murió de viruela a los 7 años”.

El 30 de marzo de 1803 fue sepultado Manuel Correa, “capitán de milicias de caballería de esta parroquia”, que fue asesinado “con toda su familia y esclavos, por dos negros extranjeros que quemaron todo”.

El 10 de setiembre de 1803 murió Domingo, “negro bozalón que compró el cura Amenedo para trabajar en la Iglesia nueva”.

El 2 de febrero de 1806 fue sepultado Manuel Fernández de Sosa, mayor de cien años, que murió repentinamente “y no recibió los sacramentos, pero todos los años anteriores comulgaba y confesaba”.

El 8 de noviembre de 1806 se da cuenta que se sepultó a Tomás Pérez, “esposo de María. Murió de un balazo que le tiraron los ingleses por la mañana…”. Este hombre huyó de miedo de su casa a un pajonal y confundido con un militar fue asesinado.

Triste fue el fin de José Oyola, sepultado el 3 de mayo de 1809 “muerto por su esposa”. Un episodio de violencia familiar femenina.

El 23 de junio de 1813, Juan Silveyra, murió “pobre de solemnidad” por lo que el entierro y las honras fueron gratis.

El 11 de noviembre de ese año falleció Carlos Nieto, “de 90 y más años, militar, comenzó su carrera en Italia. Hizo el tabernáculo de la Iglesia y la imagen de San Carlos Borromeo”.

El 26 de julio de 1814 fueron enterrados Clemente Rosales y Juan Curada, “indio soltero y blandengues del Batallón Nº 4. Muertos en la batalla contra la montonera”.

El 1º de junio de 1818, se sepultó a Januario, un desertor portugués.

El 14 de mayo, diez años más tarde, fue sepultado el presbítero Domingo Silva, “teniente cura y diputado por Rocha al congreso de la capilla de Maciel. Patriota”.

Quienes puedan viajar a Punta del Este no pueden dejar de conocer esta iglesia de San Carlos, que es la más antigua de Uruguay y fue declarada por el gobierno Patrimonio Histórico; como la matriz de San Fernando de Maldonado, hoy iglesia catedral, cuyo curato ejerciera, como dijimos, el porteño Alberti.

* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

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