Rivadavia: del otracismo a la apoteosis (pero sin monumento…)

Fecha:

Compartir

Héroe del panteón liberal, fue un adelantado a su tiempo para algunos y alienado en nuestro medio para otros pero recibió honras al ser repatriado su cuerpo desde Europa, donde murió en soledad y pobreza.

Del poder al exilio. La Constitución de 1826, propiciada por el presidente Bernardino Rivadavia y de sesgo unitario, halló en el coronel Manuel Dorrego a su principal objetor a la cabeza de la facción federal de Buenos Aires: desde El Tribuno, que comenzó a publicarse en octubre de aquel año, Dorrego sostuvo una propaganda opositora que socavó las bases del gobierno.

Se cuenta que, siendo ya gobernador de la provincia, solía exhibir en su despacho un ejemplar encuadernado del periódico, “para mostrar con qué arma había triunfado”, según la expresión de Rojas y Patrón. Una infatuación que bien cara le costaría al levantisco oficial de la Independencia, metido a político.

Rivadavia se alejó de la presidencia el 27 de junio de 1827, convencido de veras, como escribió en su renuncia, de que “dificultades de nuevo género” tornaban ya inútiles sus servicios. Continuó en el cargo hasta el 5 de julio, cuando fue elegido provisionalmente Vicente López y Planes.

Permaneció retirado en Buenos Aires, y aún cuando el general Juan Lavalle depuso a Dorrego, no tomó partido en la contienda civil que comenzaba a desencadenarse y preparó su paso a Europa, por tercera vez en su vida, aunque en diferentes circunstancias (había llegado a Londres en 1815 en misión diplomática compartida con Manuel Belgrano, pasando a Madrid y a París; vuelto a Buenos Aires en 1820, partió de nuevo a Europa en 1824). En 1833 lo hallamos en la capital gala sin su familia y dado a la tarea de traducción de los “Viajes” de Félix de Azara.

Bajo sospecha de conspirar contra la causa americana en favor de una monarquía, con un príncipe europeo a la cabeza, regresó al país en 1834 con la intención de asumir su defensa. Pero poco pudo hacer: fue obligado a dejar su patria nuevamente, estableciéndose ahora en la otra orilla del Plata.

Es interesante anotar que no todo el caudillaje desdeñaba su prestigio: es sabido que Facundo Quiroga le ofreció ayuda y hasta quiso entrevistarlo, tarde, cuando ya su barco, el “Herminie”, había dejado atrás las balizas exteriores del puerto. Fue un 25 de mayo de 1834, exactamente 24 años después de la Revolución de la cual él fue protagonista activo y ejecutor de su programa ideológico. “Moriré en el destierro”, había vaticinado ante el puñado de amigos que lo despidieron. Tenía razón, como en tantas otras cosas.

Establecido, primero en Mercedes y luego en Colonia del Sacramento, se dedicó a tareas rurales en una chacra, que alternaba con pasatiempos literarios (quizá una traducción de alguna obra de Virgilio), en perfecta correspondencia de ideario neoclásico con el solaz de aquellos dos oficios que los romanos antiguos solían practicar al alejarse de la magistratura: las letras y la labranza.

Pero el retiro bucólico y patriarcal no podía durar para siempre para el desterrado egregio. Partió a Río de Janeiro donde, en 1841, tras un accidente falleció su esposa, doña Juana del Pino y Vera Mujica, la hija del virrey Joaquín del Pino. Vivió desde entonces una vida solitaria, reacio a las visitas. Cuenta una conocida anécdota que dos jóvenes porteños y unitarios, de paso por el Janeiro, quisieron visitarlo y el exiliado respondió al insistente llamador de su puerta diciendo: “Para los argentinos no vive ya don Bernardino Rivadavia”. Sin embargo pudo frecuentarlo Florencio Varela (y es versión que su esposa, Justa Cané, jugaba a la baraja con el expresidente).

Rivadavia se trasladó a Europa nuevamente. Murió en Cádiz el 2 de setiembre de 1845 a los 65 años, viudo, sin fortuna y cargado de amargura.

El regreso póstumo. Contrariando su voluntad testamentaria, sus restos fueron repatriados por iniciativa del gobierno del Estado de Buenos Aires, y llegaron a la Capital el 20 de agosto de 1857 como parte de una operación simbólica que venía a reafirmar el triunfo del partido unitario pero que no era fantasiosa en absoluto porque encontraba arraigo en muchos corazones porteños, más allá de cualquier partidismo, y venía a postular un revisionismo de la figura de Rivadavia, quien (adelantado a su tiempo para algunos, alienado en nuestro medio para otros), encarnó la síntesis política y cultural de una época y fue el epítome de Mayo.

El pueblo se congregó para recibir sus despojos y hablaron Domingo F. Sarmiento, José Mármol, y  Bartolomé Mitre, entre otros. Uno de los oradores, Dalmacio Vélez Sársfield, antiguo funcionario  federal, lo saludó: “¡Salve! Ilustre padre de la República Argentina…“ (Téngase presente que, todavía, el general Mitre no había ungido al general José de San Martín con el mismo nimbo tutelar).

Esta primera apoteosis se iba a reiterar el 20 de mayo de 1880, al celebrarse el centenario del nacimiento del estadista (que, como escribió Mitre, a esa altura ya eclipsaba a Mariano Moreno como prócer civil). También entonces concurrió una multitud y el día fue decretado como feriado nacional en una época en que (a diferencia del presente) no los había tantos en el calendario. Fue colocada frente a la Catedral, en la Plaza de Mayo, la piedra fundamental de su estatua, nunca erigida. Todavía en 1908 Ramón Melgar reclamaba el monumento en su biografía de Rivadavia, que publicó la Biblioteca de Mayo. Decía, con razón, que “la memoria del gran pensador argentino debe ser perpetuada por el bronce”.

Pero aquella deuda de homenaje monumental se iba a alargar durante años y nunca sería cumplida por completo, al menos del mismo modo que se canceló con otros próceres argentinos.

El monumento ausente. Rosario había erigido una “Columna de la Libertad” en cuyo pedestal aparecían San Martín, Belgrano, Moreno y Rivadavia. También, luego, en La Plata fue levantado un monumento rivadaviano en una plaza. Pero la Capital del país seguía en deuda.

La Corporación Municipal porteña designó una “comisión de homenaje” en julio de 1873, con la manda de recolectar fondos para una estatua de bronce con pedestal de mármol y figuras alegóricas, aunque no se especificaba el sitio de su emplazamiento

Por su parte, la ley nacional 3515 mandó erigir monumentos a Moreno, Rivadavia y el almirante Guillermo Brown costeados por suscripción popular y aportes complementarios del gobierno. Para los dos primeros se señalaba que debían instalarse “en alguna de las plazas públicas de la Capital”. Si bien el 20 de mayo de 1889 fueron designadas las comisiones de caballeros y de damas encargadas de la recaudación de fondos, entrado el siglo XX nada se había logrado avanzar.

El biógrafo Ramón Melgar elevaba su reclamo en 1908: “La piedra fundamental del monumento se ha colocado en la Plaza de Mayo para que allí se levante (…) La grandiosa Buenos Aires debe pagar su deuda al más eminente de sus patricios. Su ingratitud para con él no tiene disculpa. Es hora ya de enmendar ese olvido (…) Somos deudores todavía de una honra póstuma reclamada por la justicia. El monumento al ilustre estadista americano debe erigirse, y los primeros rayos del sol que iluminen a la Patria en el primer Centenario de la Revolución de Mayo, deben recaer sobre la frente de la estatua”, reclamó.

Pero brilló la aurora del “día de Mayo” en 1910 y no hubo monumento.

En 1937, en un discurso ante las damas de la Sociedad de Beneficencia, Vicente Gallo seguía pidiendo que se cumpliera el tributo en la Plaza de Mayo.

Todavía en 1954, la “comisión de homenaje” siguió propiciando el monumento, que consistía no solamente en una estatua sino, además, en la instalación de un museo y una biblioteca rivadavianos en el local de la Facultad de Ingeniería de la Manzana de las Luces. La Comisión Nacional de Monumentos Históricos, que entonces presidía José Torre Revello, juzgó “irrealizables los proyectos” en cuestión, quizá por razones presupuestarias.

Ciertamente, Rivadavia no obtuvo su monumento en la Plaza principal de la República y, en canje, ostenta su sepulcro, obra de Rogelio Yrurtia, en la plaza “11 de setiembre”.

La topografía del homenaje monumental tiene sus claves de lectura, y la jerarquía de los “lugares de la memoria” que se asignan a tal o cual figura de nuestra historia nunca es casual ni mucho menos inocente.

Compartir

Últimas noticias

Suscribite a Gaceta

Relacionadas
Ver Más

Steps to Creating Woodworking Ready Plans

Planning is essential for woodworking projects. The construction process...

Transradio Internacional: un hito en las comunicaciones en el centenario de su inauguración

El viernes 25 de enero de 1924, con la presencial del entonces presidente Marcelo T. de Alvear, comenzaba a funcionar en Monte Grande.

Literatura 2024: las publicaciones que se vienen, tema por tema

Ficción, no ficción, política, psicología, deportes, biografías, recopilaciones, feminismo y más, detallado género por género.

Historias. De curanderos y otras yerbas

Pascual Aulisio y Evaristo Peñalva fueron dos personajes famosos por sus conocimientos para aliviar malestares con recetas "no oficiales" de la medicina occidental.