Jorge Mariano Mitre: a 150 años de su muerte

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El hijo de Bartolomé Mitre y Delfina de Vedia se suicidó muy joven en Río de Janeiro. Precoz poeta, fue largamente llorado por sus padres, como se ve en las cartas que el general le enviaba a su mujer desde Brasil cuando viajó para repatriar sus restos.

Pocos meses habían pasado de la batalla de Caseros y menos aún de las sesiones de junio, cuando el 24 de agosto de 1852 nació en Buenos Aires Jorge Mariano Mitre, cuarto hijo y segundo de los varones de Bartolomé Mitre y de Delfina de Vedia. Cuatro meses después, en las vísperas de la Navidad, era llevado a la pila bautismal de la vieja iglesia de la Concepción, en la esquina de las actuales calles Tacuarí e Independencia, siendo padrinos sus tíos paternos Rosario Vedia de Baratta y Mariano de Vedia, que residían en Montevideo (donde él mismo había sido engendrado) y fueron representados por José María Drago y su abuela paterna, Josefa Martínez de Mitre.

La foto que ilustra esta nota lo muestra a los 8 años vestido con uniforme y al lado de su padre durante la campaña de Pavón.

Su inquietud fueron las letras y la poesía y a los 14 años fundó un periódico, “La Regeneración”. En 1865 había compuesto “Un canto a México” pero su precocidad fue tal que en 1868 preparó una colección de poesías argentinas con notas biográficas y a los 17 años estrenó en el teatro Victoria una comedia titulada “Todo es comercio”.

Seguramente, para sacarlo de la bohemia su padre lo envió a Río de Janeiro como secretario de la legación argentina, frente a la que se encontraba el general Wenceslao Paunero.

Hay distintas versiones pero lo cierto es que el 18 de octubre de 1870 se suicidó en el hotel, dejando cartas de despedida y notas íntimas. En una de ellas decía: “Muero sin saber por qué”.

El general Paunero le escribió a Mitre dándole la triste noticia: “Prepare su alma que en su vida azarosa de hombre de guerra y de Estado que ha podido depararle el cielo, Jorge ya no existe”.

No es difícil imaginar el dolor del general Mitre, reflejado en la correspondencia a su mujer cuando viajó al año siguiente al vecino país para visitar la tumba de su joven hijo.

El 28 de octubre llegó con su hijo Emilio a la entonces capital del Imperio, a las 10 de la mañana, y a las 8 de la noche, en soledad, fue a visitar la sepultura: “Lloré sobre la tumba de mi hijo Jorge, lo lloré por mí, que lo perdí para siempre, pero más que por mí, por él, que se perdió a la vida de las esperanzas en la flor de la edad, y por su inconsolable madre que lo llorará mientras viva”.

Hasta mediados de enero de 1872 permaneció en la ciudad carioca con continuas visitas al cementerio con el deseo de repatriar los restos, trámite imposible por las disposiciones vigentes. 

A fines de junio volvería a emprender viaje en compañía de su secretario, José María Cantilo y de Enrique Santos Quintana. Se instaló en el “Hotel Dos Estrangeiros”, el mismo que en el viaje anterior. Así le describió a su esposa el lugar. “Mi habitación tiene [vista] al mar, y desde la mesa en que te escribo, veo la entrada magnífica de la bahía y un paisaje verdaderamente encantador y grandioso. Estas habitaciones son precisamente las que se hallan debajo de las que habitó nuestro hijo. Mi techo es el mismo suelo que él pisó, y en medio de la noche el menor ruido se me figura el rumor de sus pasos en la vida, En la habitación que él tenía vive Quintana y al lado Cantilo”.

En la correspondencia un tema será recurrente y lo acompañará en todo momento durante su estadía en Río y es, naturalmente, el del vástago muerto. Mitre relata a Delfina la inmediata visita a la tumba de Jorge Mariano (“Estampé sobre ella el último beso que recibí de ti al despedirme…”). En seis meses al pie del sepulcro habían crecido las plantas “con un césped siempre verde y con albahacas y siemprevivas floridas”, le cuenta, y un gajo de la primera incluía en el sobre como recuerdo. En la posdata agrega que en la primera noche, al partir al cementerio, no había recibido su equipaje. “Por eso no llevé tu corona que ha llegado intacta y fresca. Hoy llueve torrencialmente, mañana iré a ponerla en tu nombre y el mío”, acota. El arreglo lucía lleno de perlas del rocío “como otras tantas lágrimas simbólicas de un dolor que no necesita símbolos para estar eternamente junto al corazón y la memoria de los que le aman tiernamente en la vida y le lloran, como lo amarán y llorarán siempre”.

En otra carta volvió a estampar en el papel su sufrimiento y la añoranza del hogar: “Solo traje conmigo el retrato de nuestro pobre Jorge, que tengo colgado ante mi escritorio…”. Recuerda a todos sus hijos: Emilio, Bartolito, Delfina y Josefina y Adolfo, para terminar informándole que se ha aliviado bastante de su catarro y va encontrándose en su “equilibrio físico y moral”.

Así como en el viaje anterior no había logrado el permiso para trasladar los restos de Jorge, con un largo escrito fundamentando su pretensión obtuvo la autorización y el 30 de octubre de 1872 se los entregaron. Así se lo informó a Delfina. “Al fin hoy sus restos son nuestros, y se hallan bajo nuestra protección. Pronto irán a descansar en el seno materno. ¡Pobrecito! Con esto termina este mes tan triste para nosotros. No es el nombre de los días, sin embargo, lo que hace su tristeza, sino la causa que está en el alma, y que si el transcurso del tiempo suaviza, no puede borrar ni evitar la fuente eterna de las lágrimas, que tiene su origen en el cariño entrañable que cada momento siento en mi al mirar su retrato, al contemplar el paisaje que vio por última vez, al ver sus cabellos que tengo en la cabecera de mi cama”.

Despedido cordialmente por los viejos amigos y los que había cosechado en esa estadía en el Brasil, el 26 de diciembre Mitre embarcó de regreso a Buenos Aires. En la misma nave traía a su patria los restos de su hijo y el 1º de enero a las cuatro de la tarde saludaba a Delfina mientras guardaba los días de cuarentena establecidos: “Ayer a la tarde llegamos aquí saliendo de Montevideo por la mañana, nos tomó un temporal pero la travesía fue feliz. Estoy frente a la Patria. He visto toda la noche las luces de la ciudad”.

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