Adiós a Esteban Wehmeyer, dirigente y formador

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Fundador y dirigente histórico -sin cargo- de Barrancas del Salado, club señero del deporte nacional, el Pato, el “tío Esteban” se fue pero dejó una estela de cariño y respeto.

Cerca del Día Nacional del Pato nos dejó Esteban Wehmeyer. Fue quien, un 8 de octubre 1966, se integró a un grupo de amigos que se reunían en el Club Social de General Belgrano para preparar la Fiesta de la Tradición y decidieron jugar al Pato, el deporte nacional.

Aquel pequeño grupo de muchachos tenía casi todo pero no dejaban de ser unos “idealistas”, pero de los buenos ideales, y buscaron el apoyo familiar. El tema era sencillo pero a la vez complejo: había que contar con un lugar donde reunir la caballada e ir a practicar. Los padres de los involucrados en su mayoría eran propietarios de campo, pero dejar un potrero o algunas hectáreas para dos decenas de caballos no resultaba una tarea sencilla. Esteban no tuvo problema y encaró a su padre, don Arturo, quien de inmediato les cedió por un tiempo su quinta, donde nació Barrancas del Salado, en General Belgrano.

Cuando vieron cómo pintaban, la seriedad y disciplina de los involucrados, con sus prácticas diarias, la cosa fue tomando otro cariz y en febrero de 1967 se fundaba el club. Y a los pocos meses se armaba el equipo: Esteban Wehmeyer, Humberto Montero, Jorge Finochietto y Jorge González, que ganaron el Campeonato Abierto de Novicios.

Radicado por razones de trabajo, Wehmeyer pasó largos años en Cristiano Muerto administrando una estancia, aunque siempre se hacía su viajecito a General Belgrano y a visitar a los suyos. Por otra parte, a la distancia seguía a ese club que había abandonado por razones laborales.

Esteban tenía la disciplina de la sangre que era, para decirlo en un palabra, a la que le habría sido grata una “cruza” de sangre alemana y vasca por los Iraizoz, donde se conjugaba el deber y también el encanto de la buena mesa, de la alegría de los momentos compartidos, del buen anfitrión y también del que valoraba gratamente esas virtudes, y también su generosidad.

Esteban fue un dirigente que los últimos años de su vida se los ofreció a Barrancas, que era su casa. Era uno de los maestros de esos hombres y sobre todo el que les enseñaba a las nuevas generaciones el estilo, la dignidad, el señorío, lo que Barrancas del Salado había sembrado en su tiempo, lo que bien se puede decir fue una transformación en el deporte.

Creo que nunca ocupó un cargo en las muchas comisiones directivas que pasaron, pero no necesitaba hacerlo porque era un dirigente generoso, abierto, que lo llevaba y lo llevó en el alma hasta el fin de su vida. Hace poco, en esta cuarentena, había mandado un lote de plantas, creo que casuarinas, porque se le había puesto forestar el club. Ese era el “tío Esteban”, como lo llamaban los muchachos.

En un reportaje que le hizo Ricardo Buiraz dijo que al principio “eran cuatro locos que jugaban al Pato”, pero cuando empezaron los triunfos “eso forma la conciencia de que ya no sos vos, que te debés a alguien que te está acompañando”.

Tuve el gusto de acompañarlo cuando se reunieron el 8 de octubre de 2016 para celebrar aquella fecha histórica, el medio siglo del inicio del club.

Gozaba Esteban de la buena mesa y compañía, de la pesca, todos los años hacía (este no, por obvias razones) la comida de los hombres en casa. En la primera estaba Beto Guillén, otro apasionado de la pesca, y les dije ‘comida de macaneadores dos pescadores juntos’. Allí empezó con sus anécdotas, que exageraba con seriedad, contando sucedidos en el campo o viendo a su perro “El Pirata” como sentado a nuestros pies.

Amaba la tradición y tenía buenas lecturas y una gran memoria. Había pasado años en el campo y un día empezamos un contrapunto de novelas y libros sobre el campo. Me quedé sorprendido de su saber. Le pregunté cómo sabía tanto y se sonrió, pícaramente. Tiempo después me confesó que los conocía de Cristiano Muerto a los Williams Alzaga, los hijos de Orlando, que tienen campo en la zona. Allí intuí la respuesta: había leído el libro de Enrique Williams Alzaga “La Pampa en la novela Argentina” y estaba maravillado. Y le gané esa partida mostrándole que estaba en mi biblioteca y dedicado por Enrique, su autor, que era un destacado historiador y estimado amigo.

Lo despedimos acompañando a sus hijos Clara, Paula, Rosarito y Ezequiel, en íntimo encuentro, por los momentos que estamos viviendo. Esteban murió en el campo, sorpresivamente, le falló ese corazón inmenso. Seguro que si le daban la posibilidad de elegir la forma habría elegido esta, o el Señor lo bendijo con ella. Hoy está viéndonos desde arriba saltando de algodón en algodón en esas nubes en su montado y recordando su juventud en Barrancas del Salado, donde dejó ardiendo la “llamita a las nuevas generaciones”, en los últimos años en los que ofreció el vivificante testimonio de su leal vivir.

Adiós Esteban, te vamos a extrañar.

* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

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