No todos los vínculos laborales entre escritores fantasma y políticos fueron tan difíciles y problemáticos como en los casos que aquí contamos. Por ejemplo, el notable novelista francés Alexandre Dumas padre (1802-1870) trabajó a partir de un viaje a Sicilia, en 1859, como “pluma” de héroe de la reunificación italiana Giuseppe Garibaldi.
El autor de “Los tres mosqueteros” no sólo fue el escriba de confianza del general italiano, sino que también lo ayudó a transportar armas desde Marsella hacia Nápoles en su propio barco, el “Emma”. Mientras Garibaldi luchaba por la unión de la península, Dumas escribía los partes de guerra publicados más tarde en el libro “Los Garibaldinos” y las “Memorias” de independentista piamontés, que se conocieron en 1864. En premio a su devoción, el autor de “El conde de Montecristo” fue designado Jefe de Excavaciones y Museos de Nápoles, un cargo simbólico que le permitió escribir sus más de cien novelas.
Carlos Lucido explicó este fenómeno de consubstanciación entre las partes: “La experiencia me ha enseñado que gran parte del éxito depende del grado de conocimiento que el ‘ghost writer’ tenga sobre la persona para la cual escribe y del poder plasmar fielmente su pensamiento, en forma sintética y concisa, para que tenga una llegada masiva”.
En la Argentina, también fue bastante fructífera la relación entre el ex presidente Raúl Alfonsín y sus dos “ghost writers”, el periodista Pablo Giussani y el sociólogo Juan Carlos Portantiero. Este último encabezaba el think tank “Club de Cultura Socialista” y escribió, junto con Emilio de Ipola, el célebre “Discurso de Parque Norte”, que llamó a una convergencia democrática entre partidos políticos, impulsó reformas socialdemócratas para la Argentina y lanzó, con algo de voluntarismo, el Tercer Movimiento Histórico. Años después, las leyes de Punto final y Obediencia debida desencantaron a estos pensadores que se alejaron sin hacer ruido del gobierno que restauró la democracia.