Un veterano de la independencia en tiempos de unitarios y federales

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La historia de uno de los tantos patriotas desconocidos, el teniente coronel Lea y Plaza, al cumplirse 223 años de su nacimiento.

El teniente coronel José Remigio de Lea y Plaza nació en la estancia que había pertenecido a sus abuelos paternos, en San José de Caracha del Valle de Calchaquí, el 1º de octubre de 1796, cuando ejercía el gobierno de la Intendencia de Salta del Tucumán el coronel de Infantería Ramón García de León y Pizarro. Falleció en la noche del 17 de diciembre de 1863, en su casa (una colonial y particular casa esquina frente a la plaza del pueblo) de Cachi, la que hizo construir y donde vivió casi cuarenta años (hoy caprichosamente conocida como la Casa Tedín).

En 1836 había triunfado en Salta la causa federal y don José Remigio, miembro del Partido Unitario y comandante de las “Fuerzas Revolucionarias de Caballería Unitaria”, fue objeto de una implacable persecución de las fuerzas federales del general Felipe Heredia, con la orden de apresarlo o fusilarlo en el lugar que lo hallasen.

Con ese fin se inicia un expediente militar que se custodia en el Archivo Histórico de Salta, donde surgen interesantes testimonios de la investigación y referencias de interrogatorios a personas que lo habían visto pasar por Orán, en su presurosa marcha hacia Bolivia. Algunos de ellos, lo describían como “un hombre que parecía decente, de regular estatura, gordo, de barba llena y las patillas coloradas”, mientras que otros testigos dirían que “parecía ser persona decente, de buena estatura, algo corpulento y medio viejo”; don José Remigio tenía entonces 40 años.

El veterano de la Independencia intervino en la gloriosa batalla de Salta, por la que recibió la condecoración otorgada por la Soberana Asamblea General Constituyente a los vencedores de la gesta, consistente en un escudo que lleva una espada y un morrión en el centro y alrededor de la orla un letrero con la inscripción siguiente: “La Patria a los vencedores en Salta en 20 de febrero de 1813”. Fue promovido por su acción al grado de sargento, participando luego en las cruentas batallas de Vilcapugio y Ayohuma, como invariablemente en un largo itinerario en numerosas acciones en la guerra gaucha, en la guerra del Brasil y como miembro del partido Unitario en las guerras civiles argentinas.

Fue comandante de las “Milicias Provinciales de Cachi”, de las “Milicias de Caballería de los Valles”, del “Batallón de Infantería de Granaderos Unitarios” y de las “Fuerzas Revolucionarias de Caballería Unitaria”. Combatió en Humahuaca, Orán, Yavi, el Alto Perú y en diversas acciones de hostigamiento a invasiones realistas que amenazaban en norte del país, en Salta.

Depuesto el coronel Pablo de Latorre del gobierno salteño, se convocó a elecciones y resultó electo el 15 de diciembre de 1834 el coronel José Antonino Fernández Cornejo. Entre las dos primeras medidas de Cornejo estuvo la de dirigirse al comandante de Cachi, Lea y Plaza, el 31 de diciembre de 1834, resaltando “el pronunciamiento de ese pueblo (Cachi) por la causa del orden, y tranquilidad de toda la provincia”.

Luego se produjeron grandes convulsiones que derivaron en el derrocamiento del gobernador Fernández Cornejo, tras lo cual el 5 de marzo de 1836 asumió el gobierno de Salta el tucumano Felipe Heredia, miembro del Partido Federal. Los unitarios debieron emigrar, entre ellos el teniente coronel Lea y Plaza. Perseguido y condenado a ser apresado o fusilado, huyó hacia Bolivia, donde permaneció hasta mediados de noviembre de 1836; los partidarios de Juan Manuel de Rosas lo siguieron gran parte del camino, advirtiendo en las poblaciones que llegaban que harían prisioneros a los vecinos comprometidos con don Remigio o que le prestaran ayuda. El 3 de diciembre de ese año el gobernador delegado ordenó “hacer la debida averiguación de las personas que le han prestado (a Plaza) hospedaje y facilitado cabalgaduras, remitiendo presas, sin distinción de clase alguna a todas las que resulten cómplices maliciosamente en el tránsito del citado Plaza; remitiendo al mismo tiempo el sumario que siga en este asunto”.

El camino de regreso a Salta fue largo y lleno de peripecias, “no pudiendo sufrir ya las miserias de aquellos países…”, según le comentaba a su cuñado, el coronel don Vicente Mendía, dueño de la hacienda de El Palmar (o El Palmarcito, como aparece indistintamente en los documentos), a quien le confió que, “temeroso que hubiese algunos malos informes contra su persona, tomó el partido de venirse a Salta para encontrarse con el Sr. ex gobernador don Antonino Fernández Cornejo, quien le dijo que no tuviese temor y esperase a S.E. y se presentase”, pero enterado que aún se lo buscaba no pudo menos que ausentarse pasando a Jujuy, a la espera de que el correr del tiempo despeje las primeras impresiones que no parecían buenas y de tal manera el gobierno obtenga una opinión más clara de la verdadera responsabilidad que le cabía en los hechos de que se lo acusaba, y lograr seguridades personales para presentarse. Pero viendo que se le buscaba como a criminal, no le quedó otro recurso que emprender la retirada, dirigiéndose entonces a Atacama, donde se reunió con sus dos hermanos, Ubaldo y Felipe. Desde allí, don Remigio se fue para Potosí, de donde pasó a Chuquisaca, después a Cinti “buscando donde pasarlo mejor”, y luego se trasladó y quedó en Tarija considerando que era un lugar más adecuado a sus circunstancias; desde ahí venía enseñando un pasaporte del Comandante General de esa ciudad, Dr. Dorado. Comentaba Lea y Plaza que se decía en Tarija que las diferencias de Chile con Lima se habían superado, sin embargo estaban en grandes preparativos de guerra por lo que ante el riesgo de que lleguen nuestras tropas decidió encarar el regreso a la Patria, más considerando en lo particular el sentimiento que tenía por su familia y las grandes dificultades en que se venía desenvolviendo. Explicó José Remigio que en Pampa Blanca estuvo en casa de uno de los Aparicio y en la Palca de Higueras en lo de un sargento Texerina, quien le prestó una cabalgadura hasta el río del Pescado, en donde le prestó otra que le dio un hermano o peón de dicho sargento, sin que nadie más lo hubiese visto hasta que al pasar por la inmediación de la ciudad de Orán lo vio un negro a quien no conocía. Al marcharse Remigio con su hijo Ángel María de El Palmar, el 22 de noviembre, le dejó a Mendía un par de pistolas en carácter de regalo y lo mejor de su ropa para que se la mandase a Salta. Según referencias de personas que lo habían visto pasar por Orán, describían a don José Remigio como “un hombre que parecía decente, de regular estatura, gordo, de barba llena y las patillas coloradas” y otros testigos dirían “que parecía ser persona decente, de buena estatura, algo corpulento y medio viejo”.

Pasaron los años con grandes angustias entre los hermanos de la Patria, sucediéndose los actos de resistencia y ataque, confiscaciones, exilio de unos y otros a los países vecinos; en ese ir y venir por momentos enloquecido, crecía o iba perdiendo fuerza, hasta ocurrir el inevitable regreso al terruño y a la familia. Su actividad en esos años se alternaría infatigablemente entre la milicia y la atención de sus heredades, el hogar y la crianza de sus hijos pequeños.

* Historiador, diplomado universitario en genealogía y heráldica (USP-T). Presidente de la Federación Argentina de Genealogía y Heráldica. Presidente de la Academia Güemesiana del Instituto Güemesiano de Salta y del Centro de Investigaciones Genealógicas de Salta. Académico correspondiente de la Academia Sanmartiniana del Instituto Nacional Sanmartiniano. Autor de numerosos libros y de diversos artículos históricos y culturales en diarios y revistas argentinas.

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