Las nuevas reglas del mundo transparente

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“Expuestos”, el último libro de Sergio Roitberg, que esta semana llegó a las librerías publicado por Penguin Random House. Aquí, un adelanto con el primer capítulo.

Capítulo 1

Cambia, todo cambia

Hasta hace poco todos vivíamos con ciertas certezas. Por ejemplo, en la escuela aprendimos que los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Nos lo enseñaron como una verdad irrefutable, indiscutible.

Ahora esa certeza ya no es tan cierta. Según expertos en ciencia, la posibilidad de “editar” nuestro ADN para escaparle a la mayoría de las enfermedades fatales que hoy nos aquejan está a la vuelta de la esquina. Sí, como lo leen. Casi podría decirse que, excluyendo algún accidente catastrófico, en algún momento llegaremos a no morir. O por lo menos viviremos hasta los ciento cincuenta años; editando, borrando o reemplazando aquellas partes de nuestro cuerpo que con la edad nos van limitando.

Es verdad que, en 1996, con la famosa clonación de la ovejita Dolly, empezamos ya a vislumbrar un futuro en el que elegiríamos los ojos, la altura e incluso el sexo de nuestros hijos; replicaríamos órganos para hacer trasplantes; o produciríamos humanos con ciertas habilidades específicas. El proceso dio lugar a feroces debates éticos acerca de si el ser humano puede o debe inmiscuirse en un trabajo que los creyentes creen tarea de Dios y los no creyentes, de la naturaleza. Pero la clonación de Dolly era un proceso extraordinariamente complicado, al que la mayoría de nosotros no teníamos acceso.

Ahora tenemos a CRISPR, un mecanismo mucho más sencillo que permite editar genomas con una precisión, eficiencia y flexibilidad inéditas, alterando secuencias de ADN y modificando las funciones de los genes para corregir defectos y prevenir enfermedades. Es un avance tecnológico que abre un futuro libre de afecciones incapacitantes o mortales. Por todo esto, su difusión —al igual que la de la mayoría de las nuevas tecnologías— es mucho más difícil de contener. “La innovación está sucediendo a nivel global; no se la puede detener. CRISPR se ha convertido en una de las tecnologías más maravillosas y al mismo tiempo más mortíferas. Los Estados Unidos podrían intentar prohibir el uso de CRISPR para editar embriones humanos, pero los chinos lo están haciendo, a gran escala. ¿Y quién detendrá a los chinos?”, me dijo Vivek Wadhwa, investigador del Colegio de Ingeniería de la Universidad Carnegie Mellon en Pittsburgh, una
de las principales universidades de los Estados Unidos.

Impresionante, ¿no? La tecnología es ya imparable. Tanto que me regunto: si prácticamente estamos a un paso de vencer a la muerte, ¿habrá algo que nos resulte imposible?

Disrupción total
Vivir en el mundo actual implica vernos expuestos a fuerzas extraordinariamente disruptivas. Como mencioné, ya no quedan certezas. Por eso, por ejemplo, no es de extrañar que aquel que compró una licencia para taxis con la creencia de que de esa manera tendría su futuro garantizado se encuentre de pronto con que existe Uber; o aquel que estudió diez años para recibirse de médico se vea reemplazado por un robot.

Los cambios son tan rápidos y tan frecuentes que, desde un punto de vista emocional, los psicólogos hablan no de cambio, sino de procesos de sustitución: “No hay un período de duelo, no hay elaboración de lo perdido”, dice el psicoanalista Julio Moreno, miembro de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Y no sirve de nada resistirse. ¿Para qué hacer duelos si
—hoy por hoy— el mundo solo cambia para continuar cambiando?

Esto mismo lo expresa Santiago Bilinkis, un argentino de la Singularity University en Silicon Valley, autor del libro Pasaje al futuro, que se describe a sí mismo como “emprendedor serial”: “En los tiempos que vienen, lo único estable va a ser el cambio. Hoy todo es cuestionable, absolutamente todo. Nada está garantizado”.

Porque los cambios son tan profundos que mueven cimientos y producen efectos en cascada. Pensemos, a modo ilustrativo, en uno de los ejes de las culturas occidentales (sobre todo en los países desarrollados): el auto. En estos momentos nos estamos asomando a la era de los autos eléctricos y autónomos.

¿Qué cambia con un vehículo de estas características? Según José Luis Valls, presidente de Nissan en América Latina, todo: “Hoy las ciudades están organizadas en función de la industria automotriz. Todas están diseñadas atendiendo la circulación de la gente en autos. Sobre la base del vehículo se hace el mapeo de rutas y cordones, de todo. Cuando tengamos el auto eléctrico, que podrá cargarse de modo inalámbrico mientras circula,
deberemos colocar cordones eléctricos para cargar las baterías. El autonomous driving es otro factor que también va a modificar drásticamente la regulación y las leyes”.

Lo que está pasando no es el mero progreso habitual del mundo; es un cambio de paradigma. La lógica misma con la que hasta hace muy poco concebíamos nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestra vida entera, se está transformando de forma radical.

Y además lo está haciendo de manera exponencial. Los científicos lo tienen calculado: en los próximos veinte años veremos más cambios que en los últimos dos mil.

Para ilustrar la magnitud de la variación, repasemos un poco cómo era el mundo occidental hace veinte siglos. Apenas unos años antes, Jesús había nacido en Nazaret. Buena parte de la humanidad creía que la Tierra era plana, que América no existía, que el mundo estaba sostenido por cuatro elefantes y que las mujeres no tenían alma. La esperanza de vida no llegaba a los treinta años. La Gioconda no sonreía, Hamlet no dudaba, Romeo y Julieta no se amaban y el Quijote no peleaba contra ningún molino de viento. Muchos de los inventos que forman parte de nuestra vida cotidiana no existían: hace dos mil años faltaban más de mil para que la imprenta, la máquina de vapor, el teléfono, la radio, la televisión o la computadora vieran la luz. A pesar de la magnitud de estos avances —y de muchos otros no mencionados—, en los próximos veinte años las transformaciones serán más y más drásticas que todas las acontecidas en los últimos dos mil años de historia humana.

Es la famosa “cuarta Revolución Industrial”. Erik Brynjolfsson, director de la Iniciativa sobre la Economía Digital del Massachusetts Institute of Technology (MIT), la llama también “la nueva era de las máquinas”, y la define como una época en la que la tecnología se desarrolla a tanta velocidad que apenas nos es posible seguirle el tren: “El mayor desafío de nuestra sociedad en los próximos diez años —dice— va a ser adaptarnos lo suficientemente rápido”.

Según Brynjolfsson, el hito que marcó esta nueva era fue la partida de ajedrez que Deep Blue, la supercomputadora desarrollada por IBM, le ganó al maestro ruso Garry Kasparov en 1997. Fue todo un acontecimiento que sucedió apenas hace poco más de veinte años. Actualmente, un programa de ajedrez que cualquiera puede tener en su teléfono celular es capaz
de ganarle a un maestro de ajedrez humano.

Piénsenlo. La computación avanza a un ritmo nunca visto. Una PlayStation de hoy tiene más poder computacional que un ordenador militar de 1996. A esta velocidad, en veinte años más nuestro mundo será irreconocible, porque el cambio está expandiéndose para abarcar cada vez más sectores. Nos esperan transformaciones inimaginables.

“Estamos en el inicio de una transición histórica masiva que nos llevará a un nuevo sistema económico y a una nueva vida, cualitativamente muy distinta de la que tenemos ahora —explica Marco Annunziata, economista jefe de la empresa General Electric (GE)—. Pensamos que para dentro de unos veinte o veinticinco años estas nuevas tecnologías se habrán extendido yhabrán modificado todo el sistema industrial, pero para llegar a
una transformación completa. En apenas cinco años ya podremos
ver cambios sustanciales, algunos de esos ya están sucediendo”.

Todo es culpa de la convergencia
La disrupción generalizada no es producto de una tecnología en particular. Como advierte Wadhwa, “son varias las tecnologías que avanzan exponencialmente y convergen. Es la convergencia la que causa la disrupción”. Valls, de Nissan, coincide: “Tenemos una industria que desde 1870 cuenta con más de cien años de evolución de un único mecanismo de combustión, los combustibles fósiles. Ahora, en cinco años vamos a pasar a una industria que va a ser eléctrica (…). Otro punto es la conectividad.
Entonces hay tres pilares —electrification, autonomous driving y conectividad— que hacen que entremos en una disrupción total”.

Por su lado, si pensamos en términos de empresas o compañías,
tradicionalmente estas se encuentran organizadas a partir de determinadas especialidades verticales. Cada división se focaliza en una línea específica de productos o en un mercado vertical, y todas las inversiones se dirigen hacia esa vertical. Lo que sucede ahora es que varias verticales, o industrias, están convergiendo.

Así, por ejemplo, como cuenta Wadhwa, Uber no es una empresa de transporte, sino que es una compañía de logística que utiliza teléfonos inteligentes y tecnología de GPS para generar una disrupción completa en la industria del transporte. “Muchas organizaciones no están organizadas para entender esto”, agrega.

Y a nivel personal, ¿estamos listos para enfrentar este mundo? Yo no sé si eso es posible. Como apunta José Luis Orihuela Colliva —doctor en Ciencias de la Información y profesor en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra, en España—, la adopción generalizada de innovaciones tecnológicas está produciendo un cambio cultural que no todos aceptan mansamente: “Cambiar la propia cultura adoptando
nuevas herramientas es un proceso costoso en tiempo y aprendizaje,
y no todo el mundo está dispuesto a hacerlo. Cuando el entorno cambia muy rápido, tienen ventaja los que pueden aprender y desaprender más rápido para adaptarse mejor. Hay oportunidades para quienes vislumbren en cada momento qué nuevas necesidades crean las últimas herramientas que hemos adoptado”.

No es casualidad que uno de los atractivos más importantes del presidente de los Estados Unidos Donald Trump durante su campaña de 2016 fuera su promesa de volver al país del pasado.

Muchas personas sienten que las nuevas tecnologías están dejándolas
a un lado del camino y la idea de hacer retroceder el reloj resulta muy seductora para ellas. Y es que el ser humano hasta ahora no estaba preparado para un futuro vertiginoso como el que estamos a punto de vivir.
Los seres humanos “tenemos una tendencia a la inercia, a seguir las líneas de la historia, a continuar con lo que viene pasando —reflexiona Moreno, y cuenta que esta inercia solía estar presente, por ejemplo, en el juego de los niños—. Los niños jugaban al pasado, los juguetes eran una esencia pura de la historia. 

Eso habla de una continuidad de las cosas, como si los niños, sin siquiera saber que lo estaban haciendo, se hubieran dedicado a repetir la historia”. Y añade: “En este momento los chicos iluminan algo que está pasando, que es que juegan al futuro. Y no solo al futuro, sino que se trata de un futuro incierto. En ese sentido los chicos están más preparados para los cambios, para que ocurran cosas inciertas. En cambio, en nuestra época estábamos más preparados para hacer continuidades de la historia”.

Pero hay maneras de prepararnos para este nuevo contexto —al menos un poco—, para que la realidad no nos tome tan desprevenidos y podamos aprovechar las múltiples oportunidades que se nos van a abrir.

La forma más evidente es por supuesto a través de la educación. Sin embargo, hoy en países avanzados como Estados Unidos, muchas escuelas continúan enseñando como hace cincuenta años: sientan a los pobres alumnos en una silla, los educan —a fuerza de copiar y repetir— en el viejo método de la memorización, y después los evalúan mediante cuestionarios de respuestas múltiples. No es de sorprender que las tasas de chicos con déficit de atención se hayan disparado. Solo entre 2003 y 2011, según el Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos (el ente gubernamental que se encarga de temas de salud pública), la cantidad de niños diagnosticados con síndrome de déficit de atención e hiperactividad subió de 7,8 a 11 por ciento. Como es lógico, el Centro se cubre las espaldas hiperactividad puede tener que ver con la existencia de una brecha entre lo que los alumnos podrían o querrían hacer en el aula
y lo que les están ofreciendo. Hay mucho para hacer”.

Asimismo, mientras que antes un papel fundamental en la socialización lo cumplía la lengua escrita, en la actualidad el modo en que nos informamos, interactuamos y nos relacionamos es predominantemente visual. Como reflexiona María Ángeles Marín Gracia, de la Universidad de Barcelona y autora de Identidades físicas y digitales en un mundo global interconectado,
“esto está generando muchos cambios cognitivos. La manera de razonar y dialogar ya no es la misma. La multitarea es una cuestión asumida tanto por hombres como por mujeres. Estamos cada vez más acostumbrados al planteamiento visual del hipertexto, a tener muchas cosas funcionando a la vez. Esto se ve en los razonamientos, en las opiniones de los alumnos en las clases, en cómo redactan, en cómo presentan los trabajos”. Y afecta
también a la atención: “Estamos modificando cómo organizamos la atención; de una atención concentrada estamos pasando a una dispersa”.

Cualquiera que haya tenido la suerte (o la desgracia) de estar al frente de una clase de la escuela secundaria sabe a qué se refieren Marín Gracia y Pedemonte: docentes obligados a cumplir con un programa determinado y alumnos dispersos, interesados en muchas cosas a un mismo tiempo y —por lo general— más atentos a lo que sucede fuera del aula, en el mundo real.

Por eso la educación tiene que cambiar. Pero tiene que transformarse
teniendo en cuenta que el contexto en el que está inserta no deja de moverse. La educación de hoy debe estar sintonizada con el futuro, no con el presente. El mundo que se abre ante nosotros es un lugar donde el aprendizaje debe ser permanente. Y vuelvo a Bilinkis: “En un mundo que cambiaba lentamente, se podían dedicar los primeros veinte años de
vida a estudiar, luego recibirse y más tarde ejercer una profesión.

Hoy ese modelo no tiene más sentido. La formación tiene que ser algo que se vuelva parte estable porque, si no, nos vamos a ir desactualizando como profesionales y rápidamente vamos a quedar obsoletos”.

De humanos a cyborgs
El mundo laboral también se encuentra expuesto a estos cambios
profundamente disruptivos. Si bien hasta el momento existe cierto consenso en que la tecnología genera más puestos de trabajo de los que desmantela, esta ecuación podría revertirse fácil si los profesionales, las empresas, los empleados e incluso los gobiernos no entienden que hoy la cuestión no pasa meramente por actualizarse sino, en especial, por prepararse para funcionar con un nuevo paradigma.

Según el Foro Económico Mundial, para 2020 las máquinas ocuparán cinco millones de puestos que hoy realizan los seres humanos. No es un mero salto tecnológico. Este cambio afecta la base misma sobre la que están apoyadas las sociedades modernas.

En la actualidad, el 90 por ciento del planeta practica alguna forma de capitalismo; es decir que millones de personas en el mundo viven de intercambiar su tiempo y esfuerzo por dinero.

Viven de su trabajo. ¿Qué pasará con esa gente cuando las máquinas
la reemplacen? Como sostiene Bilinkis: “Supongamos que pudiéramos chasquear los dedos y todo lo que fuéramos a hacer lo hicieran las
máquinas. Todos los bienes se producirían igual, con lo que podríamos
seguir cobrando nuestro sueldo. Esto sería la panacea.

La situación contraria sería que unos pocos fueran los dueños de las máquinas y no permitieran que nadie que no trabajase tuviera ingresos”. Precisamente este tipo de dilemas es el que demanda de los líderes actuales una gran visión de futuro, para poder alinear nuestra sociedad con el nuevo mundo que se nos viene encima como un bólido.

En lo personal, cuando miro las noticias a veces me descorazono ante tanta miopía política. Escucho a políticos de la mayor potencia del mundo —Estados Unidos— discutir con respecto a si los impuestos deben subir o bajar, o si es necesario ponerle una penalidad al acero que viene de China; pero los temas importantes de hoy son mucho más fundamentales: ¿seguirá existiendo el trabajo? ¿Cómo garantizaremos las necesidades básicas de las personas si este desaparece? ¿Seremos nosotros quienes
controlemos las máquinas, o las máquinas nos controlarán a nosotros?
“Según cómo resolvamos este tipo de contradicciones y de qué manera solucionemos el problema del acceso a los bienes, la automatización del trabajo humano será una maravilla o un desastre”, sintetiza Bilinkis.

Y esto es inminente. La inteligencia artificial ya está entre nosotros. Por ejemplo, existe algo similar a lo planteado por la película Big Hero 6, que contaba la historia de un robot sanitario inflable que poseía todos los conocimientos de un médico.

Actualmente, los doctores son asistidos en la toma de decisiones
clínicas por las llamadas “redes de neuronas artificiales”, unos sistemas de computación inspirados en las redes neuronales biológicas que reproducen el modo de pensamiento del cerebro humano.

Para cada caso, estos sistemas utilizan dos o más sets de información sobre el paciente y elaboran consejos específicos; por lo que realmente podemos decir que son mentes médicas artificiales. Aunque por el momento enfrentan barreras regulatorias o tecnológicas (como sucede en hospitales que no están por completo digitalizados), lo importante es no perder de vista que estas redes de neuronas artificiales existen.

La inteligencia artificial también está avanzando rápido en el terreno industrial. Para Annunziata, de GE, dentro de tan solo diez años en las fábricas “todo alrededor del trabajador —el equipo con el que interactúa, las diferentes herramientas— estará provisto de sensores que permitirán ver, escuchar y sentir, y que enviarán cantidades prodigiosas de información a máquinas de inteligencia artificial que analizarán los datos para operar el
sistema cada vez con mayor eficiencia”.

Otros conciben un entorno laboral futuro más extremo aún, en el que la inteligencia artificial habrá reemplazado en su totalidad a la mente humana. Maurice Conti, ex jefe de Investigación e Innovación Aplicada de la empresa de software Autodesk, cuenta que las máquinas, de hecho, ya han empezado a recorrer el camino para dejar de ser herramientas “pasivas” y convertirse en “generativas”.

“Las herramientas de diseño generativas usan una computadora y un algoritmo para generar diseños por sí mismas. Uno podrá ordenarle a una máquina, por ejemplo, que diseñe un dron lo más liviano posible, aerodinámicamente eficiente y volverá con diseños que, a nosotros, los humanos, no podrían ocurrírsenos jamás. Y lo habrá hecho completamente sola”.

Todos estos avances parten del mismo afán de crear una inteligencia
artificial flexible, pensante y autodidacta; pero no está claro aún qué efectos tendrá esta sobre nuestras vidas. De hecho, existe una brecha en Silicon Valley —la cuna norteamericana de la inteligencia artificial— entre quienes creen que los robots crearán una sociedad más justa, amable y próspera, y quienes piensan que tienen el potencial de destruirnos.

Para Satya Nadella, CEO de Microsoft, la inteligencia artificial es clave para propulsar el crecimiento global: “No hay crecimiento global hoy. Por lo tanto, necesitamos avances tecnológicos, necesitamos inteligencia artificial”, dijo durante el Foro Económico de Davos en enero de 2017. Y agregó: “Nuestra responsabilidad es hacer que la inteligencia artificial sirva para aumentar el ingenio y las oportunidades de los seres humanos.
Creo que esa es la ocasión que se nos presenta y en lo que tenemos
que trabajar”.

En la otra punta del espectro se encuentra Elon Musk, el genio sudafricano detrás de Tesla y SpaceX, quien admite abiertamente que una de las razones por las cuales fundó SpaceX fue para colonizar Marte y que la humanidad tuviera un lugar donde refugiarse en el caso de que una raza de robots hostiles tomara posesión de la Tierra. Para Musk, aunque los
científicos pueden tener buenas intenciones, corremos el riesgo de que sus creaciones algún día se tornen incontrolables e incluso mortíferas. 

Como vemos, hay visiones claramente encontradas con respecto a lo que el futuro puede depararnos; pero ambos magnates de la tecnología coinciden en que la única forma de evitar la obsolescencia del ser humano es a través de una fusión entre la inteligencia biológica y la artificial. “Ya somos cyborgs —dice Musk—. El teléfono y la computadora son extensiones nuestras.

Sin embargo, la interfaz se hace a través del movimiento de nuestro
dedo o del habla: un proceso muy lento”. Si tuviéramos un enlace directo entre la máquina y nuestras neuronas, la conexión sería instantánea. “Creo que nos faltan aproximadamente cuatro o cinco años para crear ese enlace”, asegura. Y debe tener razón, dado que un grupo de científicos del MIT ya está ayudando a personas con discapacidad a controlar partes robóticas con una interfaz conectada directamente al cerebro.

¡Estamos hablando de la obsolescencia del ser humano y de convertirnos en cyborgs! Y eso no va a suceder en nuestras fantasías o en el año 20.000… ¡sino en menos de un lustro! Los cambios que estamos viviendo son sísmicos. No alcanza con adaptarse. Hay que replantearse todo.

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