En Prenzlauer Berg, una de las zonas de la antigua Alemania oriental, sólo queda un 10% de los habitantes que vivía hace 20 años.
Celebrada tras la caída del muro como una metrópoli bohemia, en ebullición y muy atractiva para toda clase de artistas por lo económica que resultaba para vivir, Berlín se ha transformado, casi 25 años después, en una ciudad que va expulsando a sus antiguos habitantes hacia las periferias.
Quien llegue después de varios años a Berlín se sorprenderá al ver el espacio que han captado las acristaladas fachadas de oficinas, la diligencia de los organismos públicos, la elegancia de las veladas teatrales y la relevancia de la política europea, que va acaparando en su avance la infraestructura de la ciudad.
“Pago 400 euros de alquiler por mi departamento. Ahora quieren cobrarme 700. Para mí es una suma imposible”, lamenta una jubilada que deberá abandonar su barrio de toda la vida, en un documental de la cadena ZDF sobre el tema. ¿Rastrear los clasificados y buscar un nuevo hogar a los 83 años? El caso de Ingeborg M. no es el único.
En Prenzlauer Berg, una de las zonas del antiguo Berlín oriental que vivieron un llamativo auge por su privilegiada ubicación, sólo queda un diez por ciento de los habitantes que vivía allí hace 20 años.
“Antes uno conocía a casi todos los clientes”, comenta a la agencia dpa Dan, que atiende un café en la zona. “En los últimos años el público ha cambiado muchísimo, es toda gente nueva. Y a veces a mediodía hay un 80 por ciento de turistas”, asegura.
La metamorfosis que vivió la ciudad desde que fue declarada nuevamente capital de Alemania tuvo un impacto brutal en la vida de sus habitantes. Quienes no podían pagar los nuevos alquileres, debían retirarse. Y el alza continúa
El precio del metro cuadrado subió entre un 15 y un 20 por ciento de 2010 a 2013. El aumento no tiene correlación con la inflación, que en este último año alcanzó un 1,4 por ciento.
“No puede ser que las familias sean expulsadas de sus viviendas. Además, ¿adónde ir? Hay que pagar precios inauditos incluso para vivir en los márgenes de la ciudad”, dice indignado un padre, en una de las tantas protestas que se hicieron, cacerolas y silbatos en mano, contra el encarecimiento de los alquileres en la capital.
Las razones del aumento son múltiples. Por un lado, algunas de las principales ciudades alemanas se convirtieron en una plaza interesante de inversión durante la crisis financiera internacional que estalló en 2008.
Como apunta el Bundesbank en su informe de esta semana, ante la volatilidad de los demás activos, los capitales buscaron la tradicional seguridad de la renta inmobiliaria. El ladrillo alemán pasó a ser particularmente atractivo, sobre todo en relación con el estadounidense o el español, víctimas de la hecatombe hipotecaria.
Además, “¿para qué comprar un piso en Madrid si uno no puede estar seguro de que los inquilinos pagarán el alquiler? Berlín es seguro”, comenta en el documental de ZDF una pareja de españoles que busca una buena inversión en la capital alemana.
Cuanto más moderno el apartamento, mayor el precio que se puede exigir a los arrendatarios. Por eso, muchas administraciones intentan expulsar a sus viejos inquilinos para poder remodelar los edificios, modernizar las viviendas y firmar nuevos contratos por precios mucho más elevados.
La evolución no es igual en toda Alemania. En varias regiones de la ex RDA sufren el proceso inverso debido al éxodo que vació sus calles por falta de oferta laboral. En cambio, las grandes ciudades como Berlín y Hamburgo, o pequeñas urbes estudiantiles como Friburgo en la Selva Negra, encabezan la lista de los aumentos.
En la capital la demanda incluso aumentó a pasos agigantados a partir de 2005, ante la llegada de cada vez más jóvenes de entre 20 y 30 años. Pero la ciudad paralelamente envejece: la mayor expectativa de vida derivó en que el 56 por ciento de los pisos esté habitado por una única persona. Más gente, menos espacio y un sector de la construcción que por ahora no llega a compensar la balanza.
El cambio no sólo se ve reflejado en el precio de la vivienda. También tiendas y restaurantes salen rápidamente al encuentro del mayor poder adquisitivo de los nuevos inquilinos.
¿Berlín, ciudad de lujo? El Partido Socialdemócrata (SPD), que en estos momentos negocia con la conservadora Unión Cristianodemócrata (CDU) de Angela Merkel (CDU) una coalición de gobierno, insiste en que el Estado nacional debe poner coto al aumento de los alquileres.
En una ciudad como ésta, en donde el 86 por ciento de los pisos son alquilados, es de esperar que el reclamo del SPD sea respaldado por casi toda la población.
Sin embargo, existen voces críticas. Su principal argumento: los inmuebles son bienes privados. Controlar los aumentos sería inconstitucional. Además, aseguran, la prohibición frenaría la construcción, tan necesaria en determinadas áreas.
Al alcalde de la ciudad, Klaus Wowereit, se lo oyó diciendo recientemente: “¡Berlín está creciendo! En este último año han llegado 50.000 personas (…) atraídas por la dinámica economía”. Fue más bien una advertencia que una celebración.