Cuando Cañuelas sufrió la epidemia de cólera

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Un párroco que dibujaba las partidas de defunción y un médico que entregó la vida en la localidad bonaerense, dos de las varias historias que son rescatadas aquí.

Estas notas suelen destacar personajes del pasado y la presente no va a ser la excepción, pero sí merece ser dedicada como homenaje a una persona que hace pocos días se ha unido a la pléyade de los médicos que ofrecieron su vida cumpliendo con su deber: me refiero al doctor Héctor Manuel Bornes, que se desempeñara por tres décadas en el Hospital de Cañuelas y que falleció en la reciente epidemia. Su nombre seguro merecerá después de esto el reconocimiento de la sociedad, en forma pública, y será un ejemplo y faro luminoso para las nuevas generaciones en tiempos en que muchas veces desde la clase dirigente se prefiere ensalzar más la fama que el prestigio.

La epidemia de 1868 no llegó en forma sorpresiva, hubo algunas noticias el año anterior y según lo comenta el recordado historiador local Lucio García Ledesma, ejercía la medicina en ese momento desde unas décadas atrás el doctor Miguel Acuña. En la localidad era el médico y a la vez el boticario. Para ese tiempo se había agregado otro profesional en el arte de curar, Joaquín Robles, y en aquella epidemia también el doctor Martín Schmarssov.

Hombre de indudable prestigio en el vecindario y por el cariz que podía adquirir el mal, Acuña formó una comisión de Salubridad Pública que ordenó las típicas medidas de higiene: blanquear los frentes de las casas, el cuidado con la basura, etc. El comité quedó integrado por Federico Martínez, Manuel Soñora, Agenor Abraguín, Agustín Ogando, Alejandro Villegas y Tomás Fernández, todos asociados el inspector de la Comuna.

El vecino Tomás García, acorde con las sugerencias, ofreció una casa de su propiedad en las afueras del poblado para instalar un lazareto, generoso gesto que fue aprobado por la autoridad.

Se desempeñaba como párroco el presbítero Alfonso María Rafaelli, que había llegado en 1862 después de haber ejercido el curato de Nuestra Señora de Aránzazu en San Fernando desde 1858. Este sacerdote tenía una particularidad: le gustaba el dibujo y tenía la costumbre de ilustrar algunas veces las partidas, tema que publicó el doctor Alberto David Leiva en 1998 con el título “Arte y Religión”. Entonces no se sabía nada más de la vida de Rafaelli porque muchos antecedentes de aquellos sacerdotes se perdieron en el incendio del archivo de la Curia de Buenos Aires, en junio de 1955. Ahora sabemos que fue párroco de Cañuelas, donde también ejerció su arte en algunas partidas, además de acompañar muchas veces sus salidas para atender a la feligresía diseminada en la campaña con un acordeón que ejecutaba con maestría.

El Libro de Difuntos del Archivo Parroquial resulta de especial interés para conocer los decesos en un tiempo determinado y en muchos casos se conoce la causa de la muerte, además de otros datos de filiación. El acta impresa que llenaba el párroco decía “que falleció el….de…”, donde se anotaba el día, ya que arriba figuraba el año impreso, incluida también manuscrita la fecha del acta, pero Rafaelli en vez de anotar la causa del deceso en la mayoría anotaba “del presente mes”. Pero recorrer esos dos primeros meses de 1868 y la cantidad de fallecidos nos da cuenta del mal, vamos a comentar algunos.

Las actas con licencia para sepultar del 3 de enero anuncian muchos fallecimientos. El niño José Pintos de 10 años; Dominga Acosta de 60; el párvulo Ramón Vidal de apena un mes; Martín y Guillermo Casey, naturales de Irlanda y de 45 y 25 años, domiciliados en el cuartel 3º de ese Partido, de quienes sólo consta que el primero era soltero, y firmaron como testigos Ruperto Mac Clement, de 25 años y Francisco Blanco de 50, domiciliados ambos en el mismo cuartel.

Un acta del 6 de enero pero agregada en 1874 da cuenta sobre la muerte de Natividad Velázquez, de 46 años, casada con Francisco Falco, la que sí dice que murió de cólera. Entre los muertos asentados el 10 de enero aparece Ambrosio Flores, domiciliado en la zona de las quintas, donde aparece la causa, que fue asesinado “alevosamente”.

Es notable la cantidad de párvulos y niños entre los fallecidos. El 21 de enero se agregó una hoja al libro pero lo hicieron en 1874, dando noticia de la muerte de Ascención Ávalos, de 46 años, por “cólera”, que estaba casada con Lorenzo Luna.

Prueba del alarmante avance del mal es que el 23 de enero el doctor Acuña manifestó en la sesión de la corporación vecinal “la necesidad de obtener algunos medicamentos que no tenía en su Botica para administrarlos a los pobres atacados del cólera, sin perjuicio de suministrarlos gratos los que podía disponer”.

La mayoría de los fallecidos son naturales del país, pero aparecen otros irlandeses como Patricio Idelson, anotado el 24 de enero, de 60 años, domiciliado en el cuartel 1º y casado con María Moris. Al día siguiente se dio licencia para enterrar a Juan Sosa, que había muerto ese día, soltero y sí se anota “de cólera”. Don Melitón Cordero y Desiderio Davel, de 41 y 40 años respectivamente, todos con domiciliados en el cuartel 1º de Cañuelas, firmaron como testigos el acta. Seguramente Raffaelli observó que ese lugar era para consignar el mal, ya que así lo asienta en los casos de Luciano Díaz, de 16 años, y de María Donaire, de 30.

El 30 de enero se anotó en una hoja agregada en 1872 el fallecimiento de Cesaria López de Haro, de 35 años, natural de San José de Flores, casada con Norberto López y domiciliada en el pueblo. El mismo día asienta en 1868 el cura Raffaelli la muerte de Carlos Coll, de 27 años, casado con Dámasa Alba y domiciliado en el cuartel 4º del partido, en ambos casos de cólera. Lo mismo sucede con el español Ángel Goñi de 25 años, fallecido el 7 de febrero de 1867, asentado al año siguiente, que estaba casado con Catalina Coto y residía en la planta urbana.

El 31 de enero de ese año murieron las hermanas Gregoria y Lina Pérez, de 29 y 33 años respectivamente, ambas solteras e hijas del finado Juan Pérez y de Rafaela Figueroa.

Así podríamos seguir con una larga lista pero quizás el caso más trágico sea el de Manuel Soñora, miembro de la Comisión de Salubridad. El 6 de febrero murió su padre, Manuel Andrés, natural de Santiago de Compostela en España y de 60 años, que era viudo de doña Nicolasa López. Y ese mismo día falleció él, que tenía 33 años, era también español y estaba casado con Carmen Rodríguez. A esto se agrega que ella estaba embarazada pronta a parir, como que el 16 de febrero dio a luz un niño, que ya menguado el mal fue bautizado el 29 de ese mes, hijo póstumo de Manuel, que llevó los nombres de su abuelo Manuel Andrés y que fue apadrinado por Schmarssov, el médico que seguramente asistía a la familia y que mencionamos más arriba. Aquí nos enteramos que era francés, tenía 38 años, y estaba casado con la porteña María Carabajal, de 37, ambos domiciliados en Cañuelas. Pero la felicidad fue poca ya que el 9 de junio falleció y sería sepultado en el cementerio local.

Vayan estas noticias sobre el mal en esa localidad bonaerense que significan un modesto aporte a la historia local como la foto que ilustra esta nota, la de la primera iglesia de Nuestra Señora del Carmen de Cañuelas, registro que le debo a Carmen Casey, miembro de una antigua familia local.

* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

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