El cólera también atacó a la naciente localidad de Moreno

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La ciudad del Conurbano bonaerense hunde sus raíces allá por la década del cincuenta del siglo XIX. El autor rescata nuevamente una historia desconocida.

El pueblo de Moreno tiene su primer antecedente en la estación del Ferrocarril del Oeste, que partía de la estación del Parque (porque se encontraba próximo al cuartel donde se guardaba el Parque del Ejército), donde se encuentra el Teatro Colón, inaugurado en el famoso viaje de La Porteña el 30 de agosto de 1857, que también llegó a Moreno el 12 de abril de 1860.

 Por ley del gobernador Mariano Saavedra, en octubre de 1864 obtuvo la aprobación de una ley por la que se creaban varios pueblos, entre ellos el de Moreno, que ocupaba una mayor extensión ya que General Rodríguez y General Sarmiento formaban parte de su territorio. Por cierto, y vaya como comentario cuando se habla de la “grieta”, al tener que imponerle el nombre el mandatario provincial, hijo de don Cornelio, el presidente de la Junta de Mayo que tantas diferencias había tenido con Mariano Moreno y había sido perseguido por muchos de sus partidarios, en un gesto que lo honró no tuvo problema en que se le diera el nombre de ese antiguo adversario político de su padre. Otros hombres y otros tiempos.

Ya nos hemos referido en otras notas a la terrible epidemia de cólera que llegó a Buenos Aires a finales de 1867 y que se extendió al mes siguiente, cobrando varios miles de víctimas, flagelo al que el nuevo pueblo de Moreno no resultó ajeno. Los primeros casos ocurrieron entre los obreros venidos de la ciudad a levantar la cosecha y a los que habían huido de ella a refugiarse en las quintas de la zona.

Por aquellos años un médico italiano, José Giordanelli, había revalidado su título en la universidad de Buenos Aires, que le fue otorgado el 2 de diciembre de 1864 después de certificarlo médicos del prestigio del sabio Francisco Javier Muñiz y los doctores Juan José y Manuel Augusto Montes de Oca, entre otros.

En busca de un futuro mejor Giordanelli se había radicado en la pequeña localidad de para redondear los modestos estipendios de la atención a los pacientes, y aunque si bien era el único facultativo los ingresos no eran abundantes así que se había hecho cargo de la también única botica local.

Cuando la epidemia no dudó en recorrer las casas de los enfermos de la planta urbana y también los de la campaña circundante, el mal lo atacó y el 12 de enero de 1868 falleció, pero también don Lorenzo, su padre, y su pequeño hijo José.

Pedro Martínez Melo, juez de Paz y presidente de la Municipalidad, en un informe a Nicolás Avellaneda, ministro de Justicia e Instrucción Pública del presidente Domingo F. Sarmiento, diría de Giordanelli: “Prodigaba sus conocimientos y medicaciones a cuantos concurrían a su casa, llevado siempre de un sentimiento de recomendable caridad”.

Mi estimado amigo y colega Juan Carlos Ocampo relata en su historia local que fue suplantado por el médico Evaristo Pineda, que se había desempeñado en el puerto del Tigre, quien organizó las primeras medidas en medio de la incierta situación del lugar, armando un “botiquín con virus para el tratamiento médico y reconstituyentes para los enfermos”.

Mariano Aguilar inició una colecta que contó con el donativo de Rufina Herrero de Ramírez para rezar una novena a la Virgen del Rosario, patrona del lugar.

La situación, imposible describir aún con la mejor imaginación: los cadáveres abandonados eran recogidos por una partida policial y enterrados en zanjas cubiertos con cal a tal extremo que la Municipalidad debió comprar un carro y ataúdes de emergencia para sepultar a las víctimas con la mayor decencia posible.

Cuando el mal se agravaba se organizó un lazareto y apunta Ocampo que la comuna prohibió en las fiestas de Carnaval el juego de agua, “respetando así el dolor en que se hallan muchas familias por la pérdida de sus deudos y más que todo por las funestas consecuencias que puedan acarrear”. Los infractores debían pagar 100 pesos de multa o cuatro días de trabajos públicos.

A poco llegó a instalarse el doctor Juan Giordanelli, hermano de José y heredero y su sucesor en la botica, quien tuvo destacada actuación en la epidemia de fiebre amarilla de 1871 que también sufrió este pueblo.

Vayan estas líneas en homenaje a la memoria de Ocampo, que rescató episodios de la vida local, a los médicos y personal de salud que hoy luchan contra la epidemia y, también, como cariñoso recuerdo a una de las más antiguas vecinas Maruca Lachín de Aón, cristiana ejemplar, mujer de fe y no menor optimismo, que en esta cuarentena y con sus lúcidos 96 años habrá, como aquellas señoras de 1868, elevado muchas oraciones a la Virgen del Rosario, patrona de esa populosa ciudad.

* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

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