Nacido en Buenos Aires en 1855, se convirtió en uno de los médicos sanitaristas más destacados del país y luchó contra varias epidemias. Un ejemplo y su legado.
Muchas veces se escucha que “lo trasladaron al Hospital Penna”, pero seguramente pocos saben quién fue el eminente médico epidemiólogo José Penna que, nacido en Buenos Aires en 1855, fue producto de un esfuerzo digno de destacar –en tiempos de elogios e incentivos a la vida fácil- porque mientras cursaba el secundario en el Colegio Nacional de Buenos Aires trabajaba en una herrería para solventar sus gastos y contribuir en su casa.
Ingresó a la facultad de Medicina y a poco de pisar esos claustros, en 1873, actuó como practicante de la Comisión de Sanidad en la epidemia de cólera traída por los inmigrantes italianos. En 1879 se graduó con una tesis sobre “La Uremia”, primero en su especialidad, pero para esto llevaba una larga formación como practicante en el Hospital General de Hombres y en el de Mujeres, lo que lo llevó, junto con su solvencia en el ejercicio de la profesión, a ser nombrado en 1882 subdirector de la Casa de Aislamiento y luego a cargo de esa institución. Al año siguiente volvió a la facultad pero como profesor de enfermedades infecciosas. En esa casa de Altos Estudios habría de desarrollar una vasta tarea como docente y como directivo.
Fue la epidemia de cólera de 1886 en la que su destacada actuación, con su juventud, lo colocó en una posición expectable, lo que le valió un premio de la Municipalidad porteña a cargo de Torcuato de Alvear y una medalla de oro en reconocimiento a sus servicios costeada por suscripción popular. Esta epidemia le dio, además de sus estudios, una valiosa experiencia como sanitarista que dio a conocer en dos libros, uno de ellos “La Viruela en la República Argentina” obtuvo un premio de 1884, y habría nuevamente de ser testigo y protagonista ejerciendo su profesión en los brotes epidémicos de 1894 y 1895.
Además de ser un gran epidemiólogo, Penna fue un destacado sanitarista cuando estuvo al frente de la Asistencia Pública de Buenos Aires en 1901 y durante cinco años. Desde ese cargo se proyectaron los hospitales Álvarez y Piñero, a los que aportó sus conocimientos. Colaborador habitual de revistas médicas, mereció el reconocimiento de la Academia de Medicina de Río de Janeiro y de la Sociedad Médica de París, además de escribir entre otras obras “La Fiebre Amarilla”, “La cremación”, “La influenza” y “La peste oriental”.
En 1910 llegó a la Cámara de Diputados en representación de la provincia de Buenos Aires, donde presentó entre otros proyectos los del establecimiento de estaciones sanitarias en todo el país y el de la vacunación obligatoria.
Falleció el 29 de marzo de 1919 y sus restos fueron despedidos con numerosos discursos. El doctor Estanislao S. Zeballos dijo que Penna fue “un nobilísimo carácter por la constancia de su rumbo, por la realización de su ideal científico, humanitario y por la rara lealtad con que cultivó siempre las amistades de la infancia, consuelo y sostén de los espíritus selectos”.
Digamos finalmente que Penna era hijo del coronel Juan y de doña Ana Ferrari, familia que se había instalado en el entonces llamado Fortín Argentino (hoy Bahía Blanca) en 1856, donde a poco de llegar se desató una terrible peste. La noticia de este episodio sin duda lo marcó porque uno de los compañeros de viaje de su padre a ese destino era Pedro Hugoni, que falleció en la epidemia de cólera de 1887 con sus dos hijos y fue quien le facilitó muchos datos para su libro. Escribió el doctor Penna al respecto, en esa obra de 1897: “Yo que he asistido de muy niño a estas escenas sin comprenderlas, me imagino hoy lo que sería una población como esa, sin recurso alguno, entregada por completo a la acción asoladora del cólera, del cólera ante el cual todavía las poblaciones se espantan y huyen movidas por un hálito de muerte”.
Esta palabra “huyen” es una realidad: en aquellos tiempos la gente que podía se distanciaba de los focos de infección y marchaba a las quintas de los suburbios, chacras o campos. No era éste el caso pero seguro, los que podían, buscaban refugio en medio de la pampa. Por eso la gravedad de no respetar hoy la cuarentena y de salir a la calle, que aún con todas las medidas implica un grave riesgo.
Penna fue un héroe silencioso en la historia de la medicina argentina, por lo que merece nuestro recuerdo y homenaje. La fotografía que acompaña esta nota lo muestra sentado, rodeado por sus colaboradores en la Asistencia Pública, a los que se sumó una mascota, probablemente de la casa.
* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación