Grashoff, Bemberg y la epidemia de fiebre amarilla

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La correspondencia familiar es una fuente inagotable de información y semblanzas de una época. Allí abreva el autor para dar cuenta de las vivencias en mitad del siglo XIX.

Ignoro qué va a suceder cuando, dentro de un siglo, los historiadores quieran tratar esta pandemia ya que no habrá demasiadas cartas y documentos privados como para tratar la vida social de esta época. Pero la lectura de correspondencias entre amigos y familiares nos permite descubrir aspectos interesantes de días pasados. En este caso se trata de unas cartas que el alemán Otto Grashoff le envió a sus hermanos radicados en Colonia.

El autor era natural de la ciudad alemana de Prezlau, donde había nacido en 1812, y de muy joven desarrolló su afición por la pintura. Cultivó el retrato, los cuadros de composición y también el estudio del caballo. Estuvo en Rusia y en San Petersburgo, fue amigo del compositor Franz Listz y, por el éxito obtenido en esas, tierras las puertas de la corte de Berlín se le franquearon de inmediato. Deseoso de conocer otros mundos cuando el sabio naturalista Alexander von Humboldt le habló de Buenos Aires, en septiembre de 1852 embarcó rumbo a la reina del Plata, desde donde realizó frecuentes viajes a estancias de los alrededores, y estudió a nuestros paisanos y sus costumbres. Quedaron de aquellos años dos litografías en el Museo Histórico Nacional: “El gaucho de la campaña de Buenos Aires” y “Gaucho jineteando”, pero además vendió varias de sus obras entre las familias porteñas.

Coincidió en nuestra ciudad con su compatriota, el duque Paul Wilhem von Wurtemberg, con quien pasó a Montevideo.

La primera de las cartas de Grashoff está fechada en esa ciudad el 4 de agosto de 1853, en la que da noticias del fin del sitio de Buenos Aires y de la proclamación de Pastor Obligado como gobernador, deseando que “ojalá se encamine ahora hacia un período de paz”. Del mismo modo recuerda que en la Banda Oriental, el 18 de julio, “día de la fiesta Patria”, hubo una “colisión entre las tropas y la Guardia Nacional que por suerte no tuvo mayores consecuencias”.

A continuación dice que había escrito a su hermano Fritz a principios de julio, por intermedio de Otto Bemberg. Seguramente lo conoció en la casa de Friedrich Bornefeld, en la que se alojaba Grashorff, cuyo anfitrión estaba radicado en Montevideo y había representado a la casa Bunge y ya giraba por su cuenta y con gran éxito.

Bemberg había llegado a Buenos Aires por la misma época y estaba por entonces en Montevideo, pero en nuestra ciudad se hallaba comprometido con Luisa Ocampo, con la que habría de casar el 12 de diciembre de ese año y además había abandonado la capital oriental “pues trabajará en la casa Bornefeld, perdiendo de esta manera a un verdadero y gran amigo”.

En un párrafo describe “una excursión festiva” realizada con Bemberg “de unas cuantas millas hacia el Cerrito y el llamado pueblito de la Unión, pasando por pintorescas casas quintas cercadas por cercas de Aloe entreverado con Cactus Aladas y Opnasinas. Al comienzo el tiempo era espléndido, pero luego se tornó crudo y frío. Por suerte el tranvía de caballos nos trajo felizmente de regreso a Montevideo…”. Más adelante cuenta que llegó la señora de Ocampo, suponemos que doña María Luisa Regueira, su futura suegra, “cuya cabeza se asemejaba a una virgen de Murillo”. Copió también los retratos de un par de fallecidos “para gran alegría de sus familiares”.

Estas líneas nos permiten conocer unos antecedentes de Pedro Federico Otto Bemberg, que habría de alcanzar notoriedad como financista y empresario, y vayan como aporte a la biografía que aún espera su figura.

En octubre Grashorff vuelve a escribirle a su hermano Julio, pero la carta además de dar las noticias de su vida cotidiana le informa que estaba por viajar a Río de Janeiro cuando le “llegaron noticias procedentes [de esa ciudad] a la casa Bunge-Bornefeld, sobre la muerte del Sr. Ferber, hermano del director de la Casa en Montevideo, quien murió de fiebre; anteriormente un joven suizo, contratado por el Sr. Ferber había muerto de la misma peste en Río”. Sin duda viajar en aquellos años era exponerse a estos males, especialmente en Brasil.

Entonces recorrió Rosario, Corrientes, Córdoba, Catamarca, Tucumán y cruzó la cordillera a Chile, adonde llegó en 1854. Su compañero viajó a Río de Janeiro y tuvo éxito en la corte con su arte. “La suerte me sonreía favorecedoramente. Tenía muchos y fructíferos trabajos, pero unos días antes de mi partida me enfermé, afortunadamente no era la predominante Fiebre Amarilla de aquella época”.

En pocas líneas encontramos noticias de esas “pestes” o “epidemias”, que cual espada de Damócles figura en mucha correspondencia particular y atemorizaba a los habitantes y visitantes de estas provincias del Plata, entre 1853 y 1855, sobre todo por el contagio que llegaba desde el Brasil.

* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

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