San Martín y la epidemia de Cádiz de 1804

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El Libertador de parte de América inició su extensa carrera militar en España, pero poco se conoce de los detalles y las circunstancias de su actuación.

El teniente general de los Reales Ejércitos de España don Tomás de Morla fue uno de los más destacados oficiales de los Borbones. Nació en Jerez de la Frontera, en Cádiz, el 9 de julio de 1747 y era un hombre de extraordinaria cultura. A él se deben numerosos textos de artillería, como que fue director general del Arma en 1808, temas que ha tratado mi estimada colega María Dolores Herrero Fernández-Quesada.

En 1800 fue nombrado capitán general de Andalucía y gobernador de Cádiz, pero cuando podía disfrutar de aquella vida entre amigos y casi familiar en el empleo de mayor rango la epidemia de fiebre amarilla se hizo realidad y fue a derribar esas ilusiones, empezando porque el hecho de que sufrió el mal en su propio cuerpo.

Los primeros síntomas se habían dado en agosto del año anterior, según se supo después, por un barco llegado a ese puerto desde la zona caribeña en el mes de julio. Las primeras víctimas fueron los empleados del puerto y marineros, pero muy pronto el mal se desarrolló en forma pavorosa.

Desde su cargo adoptó todas las medidas necesarias para combatir el mal, al decir de su biógrafa, todas “prudentes, ilustradas y acertadas para salvaguardar a la población, todas ellas tendientes a evitar el contagio, pero no exentas de polémicas”.

Como vemos, es muy difícil gobernar en medio de las epidemias porque hoy también asoman críticas, algunas sin fundamento cuanto se trata de salvaguardar el don de la vida, y en otros casos con fundamento sobrado cuando el Estado no toma las medidas conducentes al mejor control del mal. “Su gestión –afirma Herrero- se centró en la mejora de la sanidad para la erradicación de la fiebre”, lo que aprovechó la Armada británica para aproximarse a la bahía de Cádiz, que se encontró con la “firmeza y acierto” de Morla, que se hallaba “respaldado por su ‘amado protector’ como aludía al poderoso ministro Manuel Godoy”, de íntima amistad con la Reina. En 1802 volvió Morla a Madrid.

Lo sucedió en el cargo el general Francisco María Solano Ortiz de Rozas, marqués de Socorro y de la Solana. Natural de Caracas, hijo de un oficial español, José Solano Bote, y de la porteña Rafaela Ignacia Ortiz de Rozas, hija de don Domingo, el conde Poblaciones, gobernador y capitán general del Río de la Plata y del Reino de Chile. En suma, de la familia de don Juan Manuel, parentescos tratados con detalle por Mariano Vilella.

Solano era un militar de prestigio y en octubre de 1802 había sido elevado al rango de teniente general. Entre sus antecedentes había hecho las campañas de Orán y la del Rosellón, en las que participó el joven oficial criollo José de San Martín, que fue su ayudante de campo.

A mediados de la década del 60, el historiador Augusto G. Rodríguez, miembro de las Academias Nacionales de Historia y de Ciencias de Buenos Aires, publicó un interesante trabajo en el que desvirtuó aquello de que San Martín fue cadete de granadero del Regimiento de Infantería de Murcia, y que se desempeñó como oficial de esa especialidad. En ello se veía un antecedente del nombre que dio al cuerpo que creara en Buenos Aires y fuera aprobado el 16 de marzo de 1812. En realidad la foja de servicios dice que se halló “desde el 25 de junio de 1791 sufriendo el fuego que hicieron los moros en los 33 días de ataque contra la plaza de Orán haciendo el servicio con la compañía de granaderos”. Se trata de un meritorio servicio en el que consta que sirvió “con”, no “en” la compañía porque de haber sido así no era necesario agregarlo.

El futuro Libertador revistó en el Regimiento de Murcia cuando la reorganización del Ejército en 1802. Uno de ellos fue el de Campo-mayor, al que transfirieron 50 efectivos del de Murcia con el teniente San Martín entre ellos. Esta unidad estaba en la guarnición de Cádiz, donde estuvo San Martín. En el predio que ocupaba el regimiento una placa de mármol recuerda: “Aquí, en este histórico cuartel de Santa Elena, vivió y sirvió desde 1802 a 1811, el bizarro capitán don José de San Martín, héroe de Bailén”. Fue colocada en 1974 por el ayuntamiento de la ciudad y el auspicio del gobierno argentino, representado entonces por su embajador, el doctor José Campano Martínez.

Entre septiembre y diciembre de 1804, la fiebre amarilla volvió a asolar Cádiz y se desparramó por España. Siguiendo las medidas tomadas por el gobernador Morla, el marqués del Socorro tomó las mismas, que consistían con sus soldados en establecer un cordón sanitario alrededor de la ciudad. Los detalles para garantizar su eficacia eran impuestos desde la Junta Suprema de Sanidad. El cordón se componía con estacas, cuerdas y “puntos de barraca”, que eran los lugares por donde debían pasar los individuos que pretendían ingresar o salir de la ciudad, los que debían llevar unas llamadas “boletas de sanidad” que garantizaban su estado de salud. Un documento de la época afirma que “no se dejaba entrar a persona alguna que no mostrase el boletín del lugar de donde venía, y registrado por todos los lugares donde pasaba; de mano del cura, justicia o jurado del lugar”.

San Martín estuvo sin duda dedicado a estas tareas en esa epidemia. Vivía en una casa de la calle de la Goleta y para entonces integraba el selecto grupo del gobernador, don Francisco Solano, como adjunto al servicio del Estado Mayor. Una corriente de simpatía se estableció entre ambos americanos, sin duda, y el culto gobernador impresionó a San Martín, convertido en su ayudante por las medidas que implementaba pasada la epidemia, entre ellas la fundación de escuelas gratuitas según el método del pedagogo italiano Pestalozzi.

La ocupación de Madrid en mayo de 1808 por las tropas de Napoleón hizo que se levantaran en contra los franceses. Solano, que se encontraba en la campaña de Portugal, al llegar a Cádiz fue intimado por la Junta a volar la escuadra francesa surta frente a esa ciudad. Estaba dispuesto a hacerlo pero también iba a volar a la escuadra española ya que el almirante francés había colocado sus naves entre ellas. Reunida una Junta de Guerra compartieron la opinión y quedaron a la espera de refuerzos para hacer viable la operación. Sin embargo el pueblo enloquecido asaltó la casa del gobernador considerándolo traidor y afrancesado.

San Martín, dado el parecido físico con el general Solano, que en ese momento era el oficial de guardia y su ayudante de campo, resultó herido cuando intentó defender a su jefe, pero el capitán Juan de la Cruz Mugeón, después presidente del Ecuador, le ordenó que se retirara de la casa y con tres soldados, confundido en la multitud, partió rumbo a Sevilla.

El general Solano fue a refugiarse en la casa de una amiga irlandesa, María Tucker, viuda de Strange. Un grupo armado irrumpió en el lugar, se defendió y mató a uno de los atacantes, pero superado en número, fue reducido, maniatado y mientras a empujones era llevado a una horca improvisada una mano artera puso fin a su vida de una puñalada en la espalda.

En 1816, su viuda logró que la memoria del marqués del Socorro fuera reivindicada por Fernando VII. San Martín, mientras tanto, conservó vivo en su memoria lo que pueden hacer las “puebladas” y por eso se opuso a ellas y las miró con horror durante su larga vida, razón por la cual no desembarcó en Buenos Aires en 1829 después del fusilamiento de Manuel Dorrego.

Hasta el fin de sus días el Libertador guardó en su billetera un retrato del general Francisco Solano, marqués del Socorro, imagen que lo acompañó desde Cádiz hasta su último día en Boulogne Sur Mer. Su yerno, Mariano Balcarce, en carta a Bartolomé Mitre se refiere a esta miniatura que se encontraba entre las pertenencias íntimas de su suegro, quien las pocas veces que se refirió a Solano lo hizo con profundo respeto, casi admiración y dolor, y por qué no, con algún sentimiento de culpa por no haber podido evitar la tragedia del 28 de mayo de 1808.

Una imagen del ilustre marqués del Socorro y de la Solana, hijo de una porteña y emparentado con larga descendencia por los Ortiz de Rozas, nos brinda el retrato que ilustra esta nota.

* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

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