Guillermo Rawson, el gran sanitarista

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En este nueva nota de la serie, que recuerda las epidemias del pasado y a sus héroes del pasado, el autor da relieve a otra figura poco enaltecida.

Si el nombre que lleva la gente llegara a ser un presagio, sin duda Guillermo Rawson, que llegó al mundo en San Juan un 25 de junio de 1821, estaba llamado a ser médico. Su padre Aman, norteamericano, lo era y sus nombres fueron Guillermo Collisberry, porque así se llamaba un médico natural de Filadelfia -radicado en Cuyo- que había atendido al general José de San Martín, además de haberle insistido de quedarse en esa provincia, a quien mucho debía admirar ya que uso ese nombre para su segundo hijo.

El fundador del apellido no sólo le hizo caso sino que además allí formó su hogar con María Justina Rojo, integrante de una antigua familia local, el 17 de marzo de 1819. Fueron bendecidos con tres hijos. El primero de ellos fue Benjamín Franklin, en honor al político y científico estadounidense, uno de las padres fundadores de ese país. El primogénito nació el 29 de marzo de 1820 y fue un destacado pintor; después llegó Guillermo y, finalmente, Justino, que nació el 25 de julio de 1822 y falleció un mes después. Pero ese parto también se llevó a doña Justina el 31 de julio. Con esto don Amán quedó sólo con sus dos niños muy pequeños.

El propio Amán fue el primer maestro de Guillermo, quien en 1839 pasó por el Colegio de San Ignacio que dirigían los padres jesuitas, restaurados en Buenos Aires por Juan Manuel de Rosas. Después siguió medicina en la Universidad y se doctoró con el padrinazgo del doctor Claudio Mamerto Cuenca, destacadísimo profesional al que el español José Pons Ojeda, más conocido como León de Palleja, que por los uruguayos integraba el Ejército aliado a las órdenes de Justo José de Urquiza y libró la batalla de Caseros, mató a sablazos debido a que quiso proteger a los heridos en su hospital de campaña.

Seguro que por esta noticia, que llegó a sus oídos cuando estaba radicado en su San Juan natal, le volvió a la mente aquella frase con que su maestro Cuenca lo había despedido: “El libro de la Medicina Argentina está en blanco todavía. El país espera que el doctor Rawson llene este libro”.

No está en el espíritu de esta nota referirnos al político aunque no podemos resistirnos a mencionar lo importante que fue en el gabinete del gobierno del general Bartolomé Mitre como ministro del Interior, y especialmente cuando éste se dirigió al frente en la Guerra de la Triple Alianza como comandante de los ejércitos aliados. No fueron pocas las discrepancias entre el vicepresidente Marcos Paz y el ministro de Relaciones Exteriores, Rufino de Elizalde, que llevaron en dos oportunidades al menos al primero a renunciar, lo que habría significado una terrible crisis. Los conflictos se resolvieron con la sensata opinión de Rawson, a quien ambos respetaban por sus cualidades personales.

Cuando la epidemia de cólera de 1867 atacó al vicepresidente Paz, que murió el 2 de enero, Rawson lo atendió y asumió junto a otros dos ministros el manejo del país ya que no existía la ley de acefalía para manejar los asuntos urgentes hasta el regreso del presidente Mitre, cosa que se concretó a mediados de mes.

Sólo vamos a destacar otro aspecto de su amplia visión en la política y en lo que hoy llamamos “ecumenismo”. Como miembro de la Convención Reformadora de la Constitución de la provincia de Buenos Aires, propuso esta enmienda: “En ningún caso, la profesión de fe religiosa será causa de inhabilidad política para el desempeño de los empleos o funciones públicas”. La iniciativa fue rechazada pero se ha considerado como digna de figurar en nuestro código fundamental, además de mostrar un espíritu visionario al entrever la llegada de una numerosa inmigración de distintas diásporas.

No es el caso abundar en detalles sobre su participación en la epidemia de fiebre amarilla, tragedia que lo llevó a inaugurar en mayo de 1873 un curso de Higiene Pública en la Facultad de Medicina, cátedra que dirigió durante largos años, dándole forma y contenido a la vez que señalando las medidas necesarias para la sanidad de los conventillos y casas de inquilinato ante la inmigración que comenzaba a llegar.

El médico Eliseo Cantón dijo de él: “La autoridad de Rawson en la cátedra era única, comparable sólo a la de José Manuel Estrada y Manuel Augusto Montes de Oca”.

Participó en congresos y trató con grandes especialistas en Europa, donde había viajado para atenderse una afección en la vista. Sus “Conferencias sobre Higiene Pública”, “Estudios sobre las casas de inquilinato” y las “Observaciones sobre Higiene Internacional” que salieron de su mente y de su ágil pluma son una prueba del título de esta nota.

Murió en París el 2 de febrero de 1890. El presidente Miguel Juárez Celman, adversario político, dictó unos honores fúnebres que lo enaltecían. En París se le hicieron solemnes funerales por la colectividad argentina presididos por el ministro José C. Paz, quien lo consideró una “figura culminante” de nuestra organización nacional y “a quien había visto cien veces, en épocas difíciles y borrascosas, marcando el rumbo de la nave del Estado con elevado criterio y espíritu sereno”.

Sus restos llegaron a Buenos Aires en abril de 1890 y el pueblo, por suscripción pública, construyó su mausoleo en la Recoleta. El general Mitre, que casi era mellizo de fecha de nacimiento porque había llegado al mundo al día siguiente de Rawson, un 26 de junio de 1821, dijo de él al recibir su cuerpo: “Superior a las vanidades de la vida y a las pompas externas de la muerte, fue moralmente grande por instinto y por virtud natural, encontrando la gloria sin buscarla en el camino del deber, y en días de verdadera prueba jamás encontré un ser tan bellamente dotado, que más se acercara al ideal de la perfección humana”.

Un hospital en el que se desempeñaron grandes médicos como el doctor Finochietto, llevó su nombre. El 1º de setiembre de 1928 se descubrió su monumento en la esquina de las avenidas Pueyrredon y Las Heras, en la presidencia de Marcelo T. de Alvear. El ministro del interior, José P. Tamborini, al inaugurarla expresó: “Al inaugurarla hoy, en nombre del Poder Ejecutivo de la Nación, realizamos un acto de justicia histórica. Acójala la ciudad de Buenos Aires, que conoció su vida austera y fecunda. En el bronce consagratorio ha de seguir ejerciendo el doctor Guillermo Rawson la muda docencia de las estatuas, que evocan al pueblo las glorias de su pasado, y le despiertan esa noble ambición de superarse que gesta la grandeza de las naciones”.

Al escribir estas líneas en momentos tan especiales para el mundo por la pandemia de coronavirus, podemos afirmar que muchos males de las terribles epidemias se evitaron en nuestro país en 1873 y en adelante por las medidas que aconsejó Rawson, que al evocarlo cercanos a su bicentenario vuelven a darle vida en “la muda docencia de las estatuas”.

* Historiador. Académico de número y vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación

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